Filosofía Campirana: “Sin Viejo No Hay Danza”

By on febrero 16, 2017

Vivencias Ejemplares. Apuntes de un Maestro Rural.

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Filosofía Campirana: “Sin Viejo No Hay Danza”

Raúl,

Por mucho tiempo saboreamos el triunfo aquel y aún hoy, más de 40 años después, lo recuerdo vívidamente. Ya lo ves.

Pero, ¿qué importancia podía y puede tener un partido de volibol?

No. Un partido, ninguna; pero ese partido sí que la tuvo. Era producto del esfuerzo de niños y maestro, solo que los niños, sin su maestro, poco o nada hubieran podido hacer. Esa es la lección. La guía del maestro; su papel como ejemplo de entrega, y la confianza en la capacidad de los alumnos, acrecienta su autoridad moral, hace crecer la autoestima de los niños, y esto es decisivo. Siempre tuve esa sensación, aunque de manera más bien intuitiva. A partir de entonces se hizo una certidumbre que yo debería utilizar como maestro en adelante.

En Zacatecas conocí la expresión: “Sin viejo no hay danza”. Por algún tiempo no la entendí hasta que, viendo bailar a los huicholes, danzantes autóctonos, lo cual me gustaba muchísimo, observé a uno de ellos disfrazado de viejo que se metía entre el grupo y hasta un poco no me gustaba, porque me parecía que lo estorbaba. Empujaba a los niños y a la gente que se arremolinaba alrededor de ellos por verlos bien, y siempre haciéndose al chistoso, hasta que descubrí que realmente era un formidable danzante que se metía a remendar al que se equivocaba y, bailando, le mostraba cómo lo tenía que hacer.

Era el director, el guía, el líder, el MAESTRO. Era “el viejo de la danza”. Por eso no me cae bien el simple burócrata que llega solo a dar su clase y que no se involucra con los alumnos; que trabaja de manera impersonal sin conocerlos, cuando los muchachos están sedientos de comprensión y del apoyo de los adultos.

Pero dejemos estas reflexiones y ese raund que mientras viva seguiré disfrutando, porque hay que hablar del fin del año escolar que se acercaba a toda prisa, al tiempo que la sequía mataba al ganado y a las esperanzas de aquella gente heroica que tenía que vivir sin agua, y entonces sin qué comer.

Así transcurría la vida en el ranchito.

La gente seguía bañándose los sábados, y yo todos los días, también como era mi yucateca costumbre. Era frecuente que durante mis caminatas viera a los niños mientras los bañaban, parados en una tina afuera de la casa. Me llamaba la atención la blancura de sus cuerpecitos comparada con sus caritas, manos y pies, que era donde les daba el sol. Generalmente me acercaba a platicar y bromear con ellos, disfrutando de su turbación y de sus risas, así como de la satisfacción de las mamás que los bañaban. Conversaba algunas palabras y seguía mi camino, sintiendo pena por su difícil situación y felicidad por su afecto.

En Fresnillo, en donde estaba la cabecera de la zona escolar, el inspector Lozano Ceniceros dio instrucciones sobre los exámenes de fin de curso, así como sobre todo lo que significaba la terminación del trabajo docente –exposición de trabajos manuales, festivales, etc.–. Su impuntualidad, su desconsideración, y su forma de trato generalmente daba lugar a algunas escaramuzas verbales entre él y yo, pero invariablemente me quedaba solo. A veces se escapaban algunas palmadas espontáneas que enseguida eran autorreprimidas.

También se fue haciendo costumbre que, al salir, en la obscuridad de la calle en la que estaba la escuela “Ramón López Velarde”, sede de las juntas escolares, algunos compañeros se acercaran a felicitarme por mi valor civil…

Los días de exámenes llegaron. La verdad es que la prueba era realmente para mí, porque mediría mis logros y/o mis fracasos, pero los resultados fueron buenos. Mis alumnitos respondieron bien las pruebas que impresas nos vendía el inspector. Los atrasaditos fueron atendidos por mí de manera especial, incluso ya en el período de vacaciones.

Cuando fui a entregar la documentación correspondiente, después de hacerlo, el inspector, muy serio –casi nunca lo vi reír–, me anunció mi cambio de adscripción a… ¡Eréndira!

Éste sería un salto enorme, pues este ejido es la población que está inmediatamente antes de la ciudad.

No sé qué le dije cuando me lo anunció. Quizá gracias; pero enseguida en mi cabeza empezó a danzar el conflicto que significaría renunciar a aquella tierra, dueña de todos mis afectos y la necesidad de un cambio.

Este movimiento sería el mejor reconocimiento a mi labor y a sus frutos. Significaría además una cierta mejoría en mi situación personal, porque este ejido tenía un poquito más elevado su nivel económico, y hasta el costo de mis pasajes en el camión disminuiría cada vez que tuviera que viajar a Fresnillo.

Pero, de veras, qué difícil me sería renunciar al cariño de toda esa buena gente con la que tanto me había identificado.

MTRO. JUAN ALBERTO BERMEJO SUASTE

Continuará la próxima semana…

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