Letras
JORGE PACHECO ZAVALA
Altagracia deambuló toda la noche en silencio, las palabras se le hacían un nudo y se le enredaban por todo el cerebro. Desde el amanecer había comenzado esta lucha intestina que la tenía en un estado cruel de aletargamiento. Era la primera vez que sus propios pensamientos le ponían una trampa. Sus ideas tropezaban con los deseos contenidos por años; eran frases inventadas que se revolcaban en su interior, como si un pulpo atrapara instintivamente sus pensamientos impidiéndoles escapar. En esa lucha por prevalecer, su espíritu, antes indomable, ahora sucumbía afable ante el desafío: pensar con claridad, capacidad que no todo ser posee, aunque lo parezca.
En esa lucha, sus ojos imaginaban como si pudieran ver más allá de sus propias narices. Imaginar parecía una ruta mejor; sin embargo, ahí estaban ellos, mente y palabrería desbocados a una como carreta antigua, sin descanso alguno. Parecían extraídas del mismísimo infierno, atoradas virtudes convertidas en fuego que calcina. Entre las brasas, la palabra sobreviviente se alzaba triunfante para ver morir al pensamiento sostenido tan solo por un hilo casi invisible llamado imaginación.
Altagracia cayó victima de un colapso sintáctico: las comas, los suspensivos y los puntos finales hacían buya sabiéndose triunfantes. Una pequeña diéresis se levantó del único rincón existente en su mundo para vaciar su contenido. Altagracia la miró con desprecio, sin saber que en el fondo yacía la solución a su dilema. Debilitada, dijo con la voz moribunda de quien parte al otro plano: Halagüeña sea…
Entonces existió el silencio donde solo había sonidos estridentes.
Surgió la nada donde antes habitaba el caos.
Renació la vida ahí donde la muerte recién había terminado su labor…
El silencio reinó por siglos hasta que, de un Reducto convertido por la persistencia de la erosión en Cueva, surgió un Laberinto que mostró el camino hacia la primera palabra… Sin embargo, aquella palabra no era conocida y tampoco emitía un sonido claro como en el tiempo de Altagracia. Permanecía en el ambiente y luego se diluía, como si fuese vapor nocturno. Era un monosílabo apenas reconocible que se extraviaba entre el silencio de la jungla. En alguna parte, el sonido único e inconfundible habría de resurgir con fuerza para volver a significar la tierra y la existencia…
A la primera palabra naciente en aquel Laberinto convertido en jungla se le llamó Altagracia, tan solo por haber emitido las últimas palabras conocidas hasta hoy y desde hace siglos. Una semilla muerta que dio vida otra vez…