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El placer es bloqueado por la culpa
“Tomen dos globos, llénenlos de agua. Cada quien sabrá dejar el tamaño que le parezca suficiente. Eviten que se rompa. Varones, frótense los testículos y el pene con los globos de agua. Imaginen que son los senos de una mujer, piensen en alguna joven que conozcan, que les parezca atractiva”.
– “¿Puede ser Norma?”, gritó Fernando, y la risa en el salón de clase no se hizo esperar.
– “Coge tus cosas; ve y explícale al director por qué te mandé. Ya están grandes; aprendan a respetarse”.
Norma estaba colorada, masticando su rabia.
Desde esa mañana, la masturbación fue tema recurrente en cada conversación. Donde había dos personas reunidas parecía decir “ahí estaré con ellos”. El placer había hablado.
Ulises siempre se quedaba solo en casa. Sus hermanos con sus novias, sus padres trabajando. Una mujer semidesnuda en una peli le hizo pensar en la clase de biología.
Cogió unos globos de la bolsa de dulces que había guardado de la fiesta de una de sus primas, y se metió al baño. Se desnudó y se sentó en la pileta. Llenó dos globos de agua.
“No mucho, no mucho. Ay, creo que me he pasado. Están disparejas, así, medianitas, como las tetas de Ileana. Así, no tan grandes, y que se vean duritas. ¿Así se sentirán los senos de verdad?”
Pensó en el rostro de Ileana, la niña que le gustaba de la escuela.
Era de primer año y él de segundo. Ella estaba inscrita en el curso de taqui, y a él le encantaba pasearse por los talleres y mirarla presumir. Lo que más le gustaba eran sus piernas. Con la mirada intentaba levantarle la falda rosada de pliegues, o bajarle los calcetines blancos hasta los tobillos. ¿Acaso comenzaba a picarle el amor?
De momento pensó en la maestra y se dio cuenta de su erección. Juntó los globos de agua sobre su miembro y comenzó a frotar. “Esto es una pendejada. Es molesto”.
Decidió tomar la barra de jabón, mojarla y untársela en los testículos. El frote con sus delgados vellos hacía crecer la espuma; soltó la regadera y se sentía más y más excitado.
“Ileana”, dijo su nombre como una plegaria y cerró los ojos concentrándose.
El rostro de la maestra vino de nuevo a entrometerse; el hule de los globos llenos de agua y las sensaciones de las gotas golpeando sus testículos le agradaban. Pensó en las piernas de la maestra bajo el escritorio. Imaginó sus tetas de hembra madura y su amarga boca tomándole el miembro mientras se deshacía en súplicas y, en ese instante, endureciendo nalgas y muslos, Ulises terminó.
El semen le había embarrado el vientre, las manos y los muslos. Uno de los globos había estallado, y el niño de secundaria comenzó a llorar.
Recordó que esa noche tenía que servir en misa como acólito, y se dio cuenta de que ya no podría comulgar.
Adán Echeverría
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