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Diagonal de Sombra (VI) – Tregua

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Diagonal de Sombra

VI

 

TREGUA

 

1.

Para bien y para mal: para la vida.

Para el viento y la lluvia derramados,

en la más profunda grieta del misterio.

Para el invierno y para las corolas extendidas.

Para la atmósfera y para el ghetto.

Para las hojas sangrantes de feroces cuchillos

y para las silenciosas almohadas

de amortiguados sueños repetidos.

Para la harina de finísima sangre

y para el hambre.

Para la ola y para el cieno.

Para la poderosa intemperie de los astros

y para el grave sudor de la caverna.

Para el hacinamiento y para las arenas solas.

Para la moneda de hierro

y para el amor silencioso de los desposeídos.

Para el sol que corta con tu transparencia de vidrio

y para el sol de las infinitas caricias germinales.

Para el hombre.

Y para los colmillos y las garras.

2.

Yo he recorrido la pestilencia de los sumideros,

que agregaron dolor tras dolor

y angustia tras angustia, a la vital anatomía

de mis sienes erguidas.

Pero la espiral del ciego vuelo

transita lo mismo silencios que locuras,

aridez que vehemencia, escándalo que treguas.

Y surca las ágiles alturas diseminando gotas

o metales roídos por el tiempo infinito.

He sufrido en la piel y la carne vacilantes

la roja mordedura de perros intranquilos,

herméticos de furia, ácidos de frío,

lastimados -podridos- de impotencia vacía,

flagelados por el acero vivo

de un horizonte claro que no miran

sus ojos, sin párpados, de ofidio.

Están y se quedaron en una de las tantas

volutas de mi giro.

Ahí, atrincheradas en el lodo,

perdidas para siempre en las tinieblas mezquinas

que despiden sus cuerpos, se ven aglutinadas

las máscaras histriónicas

con que quieren cubrir sus rostros amarillos.

Se han quedado en un tiempo

que mi tiempo ha perdido.

Un tiempo clavado, sin ventanas, sin esperanzas

de génesis ni espiga.

Un áspero tiempo endurecido, yerto y mordaz

como un cardo del monte.

Un tiempo deshilachado, raído,

encerrado en un molde funerario.

Acartonado y quieto, como un opaco pergamino.

Desplazando sonrisas y blasones,

por la vertical escalinata me sube,

en un advenimiento

de viento y llamarada, la intempestiva

espiral de pan y llaga, de azufre y remolino,

de sílice y de nube,

de atmósfera terrestre y ronco grito.

Pasa mi cuerpo en otros cuerpos repetido,

por una plaza interminablemente rica

de espacio y de futuro.

Ardiente, difundida su luz,

transcurre a borbotones.

3.

Triste, melancólicamente

me aparto del camino.

He soñado mil voces y mil sombras esbeltas

meterse taciturnas en una enredadera

para labrar ingrávidas consejas

como un tejido de entretelas.

La hospitalaria sombra de cualquier arboleda,

cobija mi amargura y le imprime paciencia

a la rueda que mueve las risas azules

y las frágiles penas.

Triste, melancólicamente

me aparto del camino.

Hago un alto en mi larga caminata

para poner en orden mis avíos:

desenredar las redes, afilar el arado,

darle forma a la lanza y dureza al escudo.

Revivir la canción y la congoja

en el altivo viento demolido.

Hago un alto en este día

en que la piedra tiene resonancia de voces

y reviste su calcárea presencia de murmullos.

Hoy que la verdad no penetra su cuerpo

de terciopelo duro

y caen por los desfiladeros las palabras

rodando, entrechocando,

soltando a trozos malheridos

su carne ensangrentada.

Hoy que la luz amordazada del sol y de los astros

no puede ver los ojos de la oculta mentira

y es cuando se desnudan

y mueven sus resortes las conciencias.

Y es cuando cayendo, titubeando,

resbalando mil veces

en la loza del miedo,

caminan,

avanzan,

proliferan,

proyectan su potencialidad dormida

las estrellas.

Triste, melancólicamente

me aparto del camino.

Pero no me desprendo de su huella.

Pero no me separo de su cuerpo sinuoso.

Sigue rodando en mí la rueda

de la tenaz carreta, con su pesada carga

de pequeños profetas.

Sobre sus frentes claras se desbordan

manantiales ideas

y en sus espaldas jóvenes recuestan

su pesantez de siglos las cadenas.

Triste, melancólicamente

me aparto del camino.

Ha pronunciado el aire la sentencia perfecta.

Y no hay respuesta.

Ni de la tierra, ni de los árboles,

ni de los hombres.

Sólo un camino pedregoso y un tránsito

de leguas.

Y al final,

una estrella.

JUAN DUCH GARY

[Continuará la próxima semana]

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