Un animal victorioso

By on junio 16, 2023

Caminando por las calles

Carlos Duarte Moreno

Mi amigo acaba de llegar de México. Mucho tiempo de por medio entre nosotros sin vernos, al encontrarme en la calle me abraza alborozado y efusivo y, ritual acostumbrado, se obstina en que tomemos juntos un buen vaso de cerveza. Sofocante el calor, enlazados los brazos, nos encaminamos al salón más próximo y sentados tranquilamente rememoramos cosas y días y, recorriendo la escala de nuestras vidas, llegamos a los tiempos presentes, cargados de incertidumbres y de batallas.

-¿Y qué ha sido de tu vida?

A su pregunta respondo abierta y claramente, y voy sumando a los incidentes mis explosiones de rebeldía, de sinceridad. Y mientras hablo, él sonríe con sonrisa maestra, domadora de delicadezas corrientes y señora del buen vivir. Como hemos agotado el servicio, insiste en que se repita el refrigerio y me dice que cuente con dinero y que no me apene. Y para reforzar con la muestra sus palabras me enseña su cartera repleta de billetes de banco. Verdaderamente no me explico, en orden gradual, cómo mi amigo de suyo nervioso, rebelde, casi indomable, ha podido llegar a una situación que le permite manejar tanto dinero. Mi semblante seguramente refleja mi pensamiento porque entonces me pone una mano sobre el hombro y, diciéndome que brindemos por la vida, toma de un trago largo el contenido del vaso. Después, limpiándose los labios pulcramente con su pañuelo de pechera, mirando cuidadoso que nadie se entere de su plática, se inclina hacia mí y comienza:

-No te extrañe. No soy ya aquél que conociste. Me cansé a ser parto de huecos y de audaces. Abandoné toda delicadeza. Me empeñé, hasta conseguirlo, en matar en mí todo escrúpulo. Esto me costó sufrimiento, pero lo alcancé. Comprendí, enseñado por el medio, que toda misericordia estaba de más y que mi yo era lo primero por encima de todo. En el mundo únicamente existe una minoría romántica capaz de comprender los grandes gestos. Yo no aspiraba, una vez cambiados mis rumbos, a servir de personaje para un libro de moral. Necesitaba yo comer, vivir… Y por eso desprecié a la minoría capaz de comprender los grandes gestos. Además, a los hombres honrados no les perdona nunca el mundo que dejen de serlo ni siquiera un minuto, empujados por la necesidad.

Los sinvergüenzas andan como si tal cosa y aspiran a todo y logran muchos laureles; un hombre honrado que ha delinquido una vez en un apestado para los honrados y para los que no lo son. Me di cuenta perfecta de todas estas cosas. El hombre es un producto de la tierra y la ley es que los más hábiles logren ventajas y en ella se cumple también la ley del mar, porque el pez grande se coma al chico. A veces los peces chicos que son feroces se comen a los peces grandes que son pacíficos. Pero si además de ser grande se es feroz, toda ponderación sale sobrando. Ya comprenderás el porqué de la necesidad de hacerse feroz…

El mozo que sirve nos interrumpe y mi amigo paga, pero pide que nos sirvan de nuevo, para despedirnos. Y continúa:

-No abras esos ojos de condenado ni me mires con miedo. Ya te convencerás cuando te canses. Si vieras qué bonito es comer bien todos los días y qué sabroso tener auto y vestir lo que a uno le plazca… Pero los apóstoles no saben esto. Hay que adaptarse, adaptarse o perecer. ¿No ves cómo la ballena que es mamífero, el único mamífero del mar, por estar en él tiene qué nadar, porque si no perece, se la lleva la corriente? Pues hay que modificarse. ¡Ah…! Se me olvidaba. Es preciso que, en muchas circunstancias de la vida, no tengas opinión. Ese es el gran secreto.

Mi amigo me estrecha la mano y se va. Me deja el alma como envuelta en un ambiente de azufre, de ácido, de carburo. Mi mente sufre como bajo un torniquete. Mi corazón palpita, acelerado, como bajo un presentimiento de catástrofe.

Mi amigo dobla la esquina. Se pierde su visión. Pero yo lo sigo viendo, fatal, terrible, purulento, satisfecho, cínico. Me dan ganas de gritar, de poner una tea a los pies de quienes son capaces de vivir así. Triunfo animal, victoria de la bestia, pero derrota del hombre, del tipo biológico que ha realizado las conquistas mejores y que, precisamente por no hacerse feroz, por declarar la idea, por sostener la opinión, por mantener la ciencia, la grandeza de los bienes morales y espirituales sobre la grosera realidad, ha hecho a la tierra digna de vivirse y capaz de ser amada.

Mérida, Yucatán.

 

Diario del Sureste. Mérida, 24 de marzo de 1935, p. 3.

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