Planetas Gemelos III

By on enero 26, 2017

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Planetas Gemelos III

Al pasar los años, la orden de “iluminados” terrícolas y sus socios llegaron a la conclusión de terminar con millones de gentes para que su mundo tuviera la oportunidad de regenerarse y los alimentos les alcanzaran. Para ello planearon más guerras, o fomentar enfermedades que los matarían por sectores. Planeaban infectar sus aguas para que muriesen millones, y ellos pudieran seguir con sus planes de hacer dinero.

Comenzaron en un lugar preferido llamado África, que fue un edén en animales y selvas. Inventaron virus malignos para vender las vacunas y obtener más dinero, pero los antídotos no siempre eran efectivos. Total, lo que importaba era el dinero que dejaba.

En nuestro planeta Sirus están erradicadas todas las enfermedades. Para alimentarnos, sólo basta tirar las redes al mar o ríos y sacamos suficientes peces; no hay necesidad de salir a pescar como lo hacían en el planeta Tierra, donde terminaron con todas las variedades marinas que eran su sustento, sin que sus gobiernos regularan o impidieran esa atrocidad. En su desesperación, utilizaban cartuchos de dinamita para la pesca en ríos.

Dejaron de cosechar por falta de agua. El planeta había sido súper explotado.

Las frutas y verduras que nosotros cosechamos son enormes; una pieza pesa 50 kilos, y así todas nuestras frutas y vegetales. Lo principal es que no utilizamos ningún pesticida ni contaminante como sucedió en ese planeta que fue regido por los no pensantes. Comenzaron a envenenar a sus gentes, todo para obtener mayor ganancia.

Los científicos terrícolas sabían que serían nocivas para sus habitantes tantas fórmulas químicas tóxicas en su atmósfera y sus lugares de siembra. Pero el poder y el dinero eran primero. Los laboratorios inventaban fórmulas para que las enfermedades se conservaran.

En la Tierra envenenaron frutas y verduras con severas fumigaciones a base de pesticidas y, ante su desesperación, inyectaron diferentes hormonas, conservadores y antibióticos a sus aves y animales comestibles, buscando un crecimiento más rápido.

A la larga, estas acciones causaron a los terrícolas una enfermedad conocida como cáncer, la cual aumentó alarmantemente, junto con otras terribles enfermedades como las bacterias llamadas “devoradoras”. Sin ninguna cura efectiva al 100%, se extendieron en todo ese mundo y nada hicieron para evitarlo. Para que ustedes sepan, las terrícolas comenzaron a depilarse las axilas, que era una protección natural, usaban productos que no dejaban salir las toxinas de las glándulas sudoríparas y, por lógica, se almacenaban en los senos. Así comenzó a proliferar en todo su planeta el cáncer de mama, gracias a la vanidad y a los laboratorios que vendían millones de esos productos sabiendo el daño que ocasionaban.

 El mal había avanzado sin control, pero los encargados de detener este daño recibían mucho dinero para no hacerlo. Engañaron a los niños con golosinas y refrescos con vistosos colores, algunos con derivados del petróleo, saborizantes tóxicos, colorantes y mucha azúcar, lo que fomentaba la diabetes, una enfermedad silenciosa pero mortal. Desde luego, todo servía para ganar más dinero con la venta, ante la vista complaciente de los encargados de vigilar la calidad.

Sabían los productores que causaban adicción a los infantes, pero sólo importaban las ventas. Gastaban millones en anuncios televisivos para implantar en la mente el consumismo, ante la mirada satisfactoria de sus políticos, a quienes nunca les importó cuidar la vida de nadie, sino únicamente un porcentaje de las utilidades para permitirlo.

Al pasar los años, apareció un diminuto mosco que transmitía a la población varias enfermedades. El humano era parte de su red alimenticia y no lo pudieron destruir, a pesar de que sus políticos decían que tenían todo bajo control. Era mentira.

Sus hospitales siempre estaban llenos de enfermos y le hacía falta camas y medicamentos. El negocio de sus laboratorios de investigación era fomentar una enfermedad y luego vender el producto para quitarla. La ambición era tan grande que se salía de control. Así comenzaron las enfermedades incurables que nadie sabe dónde las adquirieron.

En nuestro planeta no existen enfermedades. Fueron eliminadas hace miles de años.

Estas son algunas de las razones por las que no nos dimos a conocer en los últimos años en la Tierra. Usamos únicamente nuestras esferas para tomar videos. Nuestras naves vigilaban día y noche, recorriendo ese mundo para saber su comportamiento. Sabíamos que, si nos presentábamos, corríamos el riesgo de ser contaminados de inmediato por los terrícolas, o bien, ser atacados por su ignorancia.

Hace muchos siglos encontramos unas cuevas en el lecho marino de ese planeta, en un lugar lleno de hielo, cuando éste existía sin estar contaminado. Creamos un asentamiento en la gran burbuja, en enormes cavernas a más de 4,000 metros por debajo de la zona llamada polar. Desde ahí estudiamos a los animales que habían mutado a través de los siglos y, desde luego, nos llevamos varios especímenes para estudiar. En ocasiones, los pescadores nos veían salir de la mar, pero nadie les creía.

Constantemente medíamos la contaminación de ese planeta. Era una cosa horripilante: ese bello planeta los humanos lo convirtieron en un enorme basurero contaminando el aire, el suelo, los océanos. También poblaron el espacio con deshechos de sus llamados satélites.

En los últimos tiempos les enviamos mensajes en los pastizales, pero jamás los entendieron sus llamados científicos, ya que su educación siempre fue precaria. Menos entendieron los mensajes que les dejamos grabados en piedra en las pirámides de ese mundo que ayudamos a construir con nuestros abducidos, ni supieron descifrar las señales de radio que enviamos.

Nuestras naves, invisibles para el ojo humano, surcaban todo el tiempo el espacio. Nos dejábamos ver de vez en cuando; queríamos ir acostumbrando a la gente. A pesar de esto, sus gobernantes lo negaban y trataban como locos a los que comentaban que nos veían. No convenía a los “iluminados”, ya que su bolsa de valores descendería y perderían millones en ese mundo y, en algunos casos, la fe que profesaban.

Desde luego, los principales mandatarios nos conocían muy bien por haberlos contactado, pero siempre nos negaron.

Nuestra sociedad hace milenios se dividió; las parejas, como ustedes saben, resultan de la unión de hombres con hombres, y mujeres con mujeres. No existen las envidias, nuestras fisonomías son casi idénticas, no somos vanidosos, ni engreídos, ni prepotentes, como fue en el planeta Tierra, donde predominó el consumismo inducido y ridículo.

Gracias a nuestra genética implantada en los terrícolas abducidos, comenzaron a tomar nuestro rumbo de hombre con hombre y mujer con mujer, pero se les seguía negando el derecho. Sus gobernantes se oponían, a pesar de que ya existían millones de sus habitantes conocidos como lesbianas y homosexuales, quienes comenzaban a ocupar cargos importantes en la política, buscando logar el cambio esperado: que predominara el amor y no la guerra. Nuestro legado llegó tarde.

Comenzaba la nueva era que esperábamos. Las pelvis de las mujeres comenzaron a cerrarse y los hijos dejaron de nacer en forma natural. Tenían que nacer por cesárea. En las aldeas morían por no tener hospitales. Se presentía poco a poco el fin de la humanidad.

Fabricaron plantas nucleares que contaminaban las aguas y ponían al planeta en riesgo, en lugar de emplear la energía solar como nosotros.

Nuestra Confederación obró con mucha paciencia, trató de enseñarles algo positivo para que fueran felices. A los mandatarios no le interesaban los cambios. El pueblo no podía levantarse, en vista que el gobierno tenía el poder y las armas para reprimir. Pusimos grandes inventos en la mente a los abducidos, y sus gobiernos los bloquearon para seguir con lo rudimentario que les dejase riqueza.

A los habitantes de nuestro planeta Sirus no nos interesa el poder, ni manejamos dinero; seguimos siendo una comunidad que vive para sembrar, cosechar y repartir, siendo nuestro principal objetivo cuidar nuestro planeta. Nuestros científicos trabajan tranquilos y nos sorprenden con nuevos adelantos.

Nuestra sociedad no crece, la misma cantidad de habitantes se conserva por milenios.

Fernando Augusto Rivas Castillo

ferica555@hotmail.com

[Continuará la próxima semana]

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