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Los modernos cafés de México

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Everardo García Erosa

Las causas que citamos en artículo anterior, y el éxito económico alentado por los propietarios del Tupinamba, movieron a diversas gentes a abrir nuevas tiendas de café y, también, a incluir la venta de la bebida negra en negocios que antes no la servían, como es el caso de algunas pastelerías y fuentes de soda.

Entre los cafés posteriores al Tupinamba, citaremos al Fornos, Chufas, Regis, Nápoles, Madrid, París, La Bella Italia y La Parroquia, así como también al Betis, Papagayo y Campoamor, de más reciente apertura, y a los Kiko’s, que son una cadena de cafés montados al estilo norteamericano.

La Bella Italia desapareció ya, por clausura del negocio, y La Parroquia y el Nápoles también, ambos por derrumbe de sus respectivos locales.

Cada uno de los cafés citados cuenta con una concurrencia habitual de gentes ligadas entre sí por similitud de ocupaciones y nexos comerciales o de afición, fáciles de identificar y que, claro está, dan fisonomía propia a su café.

¿Desea el provinciano conocer a las estrellas del cine nacional? Nada más sencillo: en el café Regis podrá hallarlas, pues es el preferido de la gente de cine. En el mismo lugar que ocupa la farmacia del mismo nombre, y alternando tazas de café con sundaes, hot dogs, helados y mermeladas preparados al estilo gringo, podrá mirar a su actor y a su actriz preferidos, y también al magnate productor, al argumentista, al fotógrafo y al columnista y, naturalmente, a los extras que andan detrás del director que les ha ofrecido un bit.

Los viejos burócratas y los militares de la República Española preferían La Parroquia y se reunían diariamente para añorar la patria lejana y hacer frente a las tristezas del exilio en aquel pequeño café; pero, desaparecido éste, se han ido reacomodando en otros establecimientos como el Madrid y el Papagayo, que están siempre llenos de ásperas voces hispanas.

El Fornos y el Chufas son preferidos por agentes viajeros, cinematografistas, empleados del comercio y de la banca, periodistas y uno que otro torerillo principiante, desertor de la tertulia taurina del Tupinamba.

En el Betis –acaso el más lujoso de cuantos hemos relacionado– se confunden, sin aparente discriminación política, los antiguos residentes de la colonia española con los refugiados prósperos; los árabes con los judíos, los franceses con los alemanes y los hijos del país, entre los que predominan altos empleados del gobierno, gerentes de negociaciones comerciales y militares de alta graduación.

En cuanto a los Kiko’s, su parroquia principal la componen empleados que toman lunch comercial a la una de la tarde o que entran a ellos después de una sesión de cinematógrafo, para comer un sándwich y beber una taza de café sin cafeína, como aconsejan los técnicos en dietética del otro lado del Bravo.

Cada café tiene un ambiente propio y una fisonomía peculiar. Nada más interesante y conveniente para el provinciano, ávido de conocer la vida complicada de ciudad de México, que un recorrido por estos cafés citadinos. En ellos hallará variedad de tipos, los cuales son cada uno, en sí mismo, como el modelo o la muestra de su clase y condición, y es que cada café es un pequeño mundo: lleno de encontradas ideas, movido por disímbolas actitudes, un pequeño mundo recortado en perfiles que recuerdan todas las razas del planeta y henchido de voces que recuerdan todos los idiomas y que en ellos repiten una sola palabra: yo, yo, yo.

 

Diario del Sureste. Mérida, 22 de agosto de 1948, p. 3.

[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]

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