- Consuelo Velázquez
- Nelson Camacho
- José Ruiz Elcoro
- Siempre la sonrisa de Lucy
- Félix Guerrero, Batuta de Oro
- Jesús Gómez Cairo (+)
- Kiko Mendive
- Nicolás Guillén, Poeta Nacional de Cuba
- La revolución que quiso ser – IX
- Luna, Boleros y Son – II
- Luna, Boleros y Son
- Elena Burke, La Dama del Feeling
- La revolución que quiso ser – VII
La Persona del Sueño (XXI)
XXI
El nieto, la libélula y un niño extraño
Las libélulas son muy hermosas. Pueden ser de color rojo, verde, negro, amarillo y muchas más tonalidades que a veces parecen resplandecer en el aire. Vuelan muy rápido, sus cuerpos están hechos especialmente para ir a toda velocidad por el viento, siendo capaces de detenerse al instante. En la cima de un cerro, Rafael descubrió lo que se siente volar por primera vez, montando una libélula gigante: miedo. Se quedó como estatua, abrazado con todas tus fuerzas a ella.
Cuando Rafa abrió los ojos, la libélula seguía volando tan rápido como antes, a gran velocidad. Los volvió a cerrar. Los pueblos, las ciudades, las montañas, las nubes, todos se veían como una línea infinita de colores pasando alrededor del pequeño tripulante de la libélula. Por momentos sintió que no podía respirar, pero logró alcanzar algo de oxígeno cuando la libélula descendió un poco y esquivó las ramas de los árboles. Todo en un instante.
Al recorrer el mar, no quedaba a la vista ni un color o presencia de tierra firme. Las islas iban apareciendo lentamente, pues la libélula reducía su velocidad y parecía buscar un espacio para aterrizar. Cuando llegó a un volcán que nacía del mar, revoloteó a su alrededor varias veces, antes de adentrarse en una caverna que llevaba al interior del cráter. Pero en donde Rafael esperaba encontrar calor y lava, había otro horizonte de mar infinito.
Ahí, en una isla de enorme vegetación, junto a un árbol gigante donde se encontraban miles de seres viviendo en su raíz, corteza, hojas y ramas, había un niño esperándolos, al parecer más chico que Rafael, como de ocho años, pero muy distinto a los demás niños que había conocido antes.
Antes de que la libélula descendiera por completo, ya le estaba hablando entre los zumbidos del ser volador.
– Mucho gusto de encontrarnos, Rafael – dijo el niñito –. Tu abuelo Genaro te habrá hablado de mí: soy el Señor del Monte.
Rafael se sentó en la hierba de ese extenso bosque. Todavía estaba descendiendo de una libélula gigante y ahora se encontraba con todo esto. Debía respirar un momento antes de saber más.
La Persona del Sueño
Segunda parte. La vida
El señor del monte es un niño – El nieto, la libélula y un niño extraño – Sin nombre – Cuando llegan los Chaa – Animal o ser mágico – Abuelita del tiempo y el espacio – Abuela Och – La abuela que se hizo niña cuando subió al cerro – Los que robaron la magia y la llevaron a un castillo – Carta al joven aventurero – Los seres mágicos recuerdan al joven, él se olvida de sí – La princesa ya no lo era – ¿Te has perdido? – Carta para ti – Todo empieza y termina al mismo tiempo
Escrito e ilustrado por Rubén Camilo Solís Pacheco
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