Fue objeto de nuestra lectura la novela “La cruz y la espada” de don Eligio Ancona, en su reciente edición –2014, patrocinada por el Gobierno de Yucatán a través de la Secretaría de Cultura (SEDECULTA), la Secretaría de Educación (SEGEY), el Instituto de Historia y Museos de Yucatán (IMHY) y el Consejo Nacional de Cultura y las Artes (CONACULTA) –, novela que nos conmueve hasta los cimientos. Data de 1864, es decir, de hace 151 años y, a pesar del tiempo transcurrido, no pierde su vigencia.
La novela histórica se caracteriza por los propósitos didácticos de este género literario y por el compromiso social con el medio en el que se genera.
Don Eligio nos hace saber sobre el devenir histórico de la conquista y del tiempo colonial de Yucatán, y nos proyecta su pensamiento ideológico, el liberalismo, camino en el que creyó con firmeza para la felicidad de la Patria.
Es a través de los personajes de sus novelas – el pirata, el fraile, el encomendero, el gobernante –, que don Eligio hace crítica a la sociedad del tiempo colonial, a la iglesia católica, al tribunal de la Santa Inquisición y al poco cuidado que la Corona Española tenía para nombrar a los mandatarios de la Nueva España, que venían de la Metrópoli con el único propósito de hacer fortuna a costas del sufrimiento del pueblo, como en la novela “El Conde de Peñalva”.
Esta misma crítica, también consecuente del México independiente, de la Reforma y del México de la segunda mitad del siglo XIX, cuando desarrolló su novelística este autor, sirve para condenar las injusticias, y propagar las ideas de libertad y de soberanía.
Hay que recordar que Ancona fue un importante historiador y literato, además de político, que perteneció a la generación de la Reforma que combatió al imperio de Maximiliano y que, junto con Manuel Cepeda Peraza, entró a Mérida consumando en Yucatán la justa libertaria que restauró la República. De 1868 a 1874 fue gobernador interino, y en 1875 lo fue Constitucional.
Sus obras primordialmente fueron novelas históricas, entre las que se encuentran:
- La mestiza (1861)
- La cruz y la espada (1864)
- El filibustero(1864)
- Los mártires del Anáhuac(1870)
- El Conde de Peñalva(1879)
- Historia de Yucatán: desde la época más remota hasta nuestros días (1878-1880, en cuatro volúmenes)
- Memorias de un alférez(1904, editada de forma póstuma)
Pero volvamos a la razón de este artículo, “La cruz y la espada”, instrumentos de opresión o de salvación, según el ángulo con que se les mire. Don Eligio nos narra la dramática historia de la conquista de Yucatán, desde los primeros enclaves militares de los Montejo en Potonchán, o Champotón, o Bahía de la Mala Pelea, nombres diversos de ese lugar en diferentes tiempos.
Narra el autor, con ese estilo propio del romanticismo decimonónico que nos envuelve con su sentido poético y a través de 27 capítulos de suspenso que mantienen al lector con el libro pegado en las manos, la historia de amor de Gonzalo Guerrero y de Cayab, la princesa Itzalana que se enamoró del español para generar el primer mestizaje de América en las blancas y azules luces del Caribe mexicano, y en los intrincados verdores de las selvas de Quintana Roo.
Nos cuenta del trágico amor de Alonso Gómez de Benavides, capitán del ejército extranjero, que se enamora de Zujuy Kak, la hija del Rey Tutul Xiu de Maní; de las aventuras de estos amantes por los caminos del mayab, perseguidos por las huestes de los cocomes, y el fatal desenlace ante la sorpresiva presencia de la nunca olvidada Beatriz, el amor que dejara el español tiempo atrás en la lejana Sevilla.
Nos hace partícipes don Eligio de los antagonismos entre los principales señores del mundo maya. De las escaramuzas y grandes batallas entre mayas y españoles, como las de Thó y de Sotuta.
De la tragedia de Tutul Xiu que, doblegado por las profecías, se entrega sumiso al conquistador.
Pero también la novela nos conmueve con la heroica resistencia del fiero Nachi Cocom, señor de Sotuta, para defender la independencia de su patria.
Y si bien la espada y los arcabuces de los soldados españoles consumaron la conquista de Yucatán, también la Cruz fue otra espada que, en forma de sutil persuasión religiosa, doblegó la voluntad de los vencidos.
César Ramón González Rosado
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