Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XXII

By on agosto 12, 2021

VIII

2

Tigre de la Luna meditaba por la mañana en uno de los santuarios del Rocío del Cielo en las cuevas de Mayapán, cuando fue interrumpido por Hunac Kel.

–¡Oh! Qué bueno que has llegado, querido rey. He estado pensando en ti –le externó el sacerdote al momento en que su discípulo entraba al santuario para su acostumbrada visita al ídolo del Rocío del Cielo–. Creo que iré al grano, Hunac Kel, pues me preocupan y me disgustan tu situación actual y tu futuro. Sé bien que te miras sano y vigoroso y apenas has cumplido veinte años pero, hombre, ya es tiempo de que contraigas matrimonio.

Hunac Kel se sorprendió de lo que le decía su tutor.

–Pero, viejo–dijo–, ¿a qué viene esa imprevista amonestación? Yo sólo he venido a invitarte a almorzar un plato de kutz.

–¿Kutz?

–Sí, hombre, apenas he cazado al pavo ayer en el monte alto y, sabiendo que es uno de tus platillos favoritos, lo he hecho aderezar por Ix Nahau Cupul para ti. Tigre de la Luna se mostró avergonzado.

–Perdóname, Hunac Kel –rectificó–. No ha sido mi intención ofenderte, y menos ante tu invitación para comer carne tan exquisita. Lo que ha ocurrido es que, al verte llegar, vino a mi mente hablar un poco de tu futuro, sobre el que he pensado mucho últimamente.

–Sé, viejo, que has obrado de buena fe –dijo Hunac Kel, que también se sentía apenado–. Acaso he debido escuchar primero tus palabras antes de invitarte a comer. Por favor, habla, viejo, que tú eres el sabio.

–Está bien –dijo Tigre de la Luna–. Escucha: yo sólo pensaba que no cuentas con un heredero al trono de Mayapán. Claro que el asunto puede esperar y no es mi intención apresurarte pero ¿has meditado seriamente en que no tienes ningún heredero que ocupe tu lugar en el trono? Sé que eres muy joven aún, pero… ¿qué tal si algo te ocurriese?

Hunac Kel se rio de aquello.

–¿Y qué me habría de ocurrir, querido viejo? –dijo.

–Pues morirte, señor –respondió el otro rápidamente–, ser muerto en combate, quizás en alguna refriega. Tú eres hombre de acción y no le temes a la muerte, pero Ah Puch es poderoso y su rencor no tiene límites y quizás un día te mande una flecha desde el Noveno Infierno que te parta el corazón. No lo sabemos, querido rey.

El semblante de Hunac Kel se endureció.

–¿Por qué has traído a nuestra conversación al despreciable dios de los muertos? –le reclamó a su tutor–. Tú sabes el disgusto que me causa la sola mención de su nombre.

–Perdóname –dijo, apenado, Tigre de la Luna–. Lamento en lo profundo de mi corazón haber nombrado a esta deidad infernal que tanto pánico te ha provocado en la vida…

–No, viejo: el único verdadero pánico me lo ocasionó en la niñez. Con los años el pánico se transformó en desprecio, y hoy en odio. Pero tú sabes que el miserable no pierde ocasión para provocarme: la noche anterior a mi comparecencia ante El Preguntador, en la ceremonia del Lenguaje de Zuyua se manifestó su esqueleto en mi habitación y amenazó con voz cavernosa que irrumpiría en el ritual con idea de hacerme fracasar. No lo logró porque sin pérdida de tiempo invoqué a Hunab Kú, el Verdadero Dios. En el banquete de conmemoración de los doscientos años de la Liga de Mayapán hizo sonar sus cascabeles sólo para mis oídos todo el tiempo que duró el banquete, de tal suerte que, sometido a aquel incesante tormento, me vi precisado a abandonar la mesa sin siquiera despedirme de los distinguidos invitados. Al salir precipitadamente, me tropecé con el cadáver putrefacto de un gigante que Ah Puch había hecho colocar en mi camino y que, por supuesto, sólo yo podía ver. A veces, durante mis cacerías, ha llenado de gusanos mis piezas cobradas, como venados y pavos del monte, privándome de comerlas. Alguna vez te he confiado que trató de envenenarme y que me ha tendido un número de sus trampas mortales pero, encomendado al buen Rocío del Cielo y al Serpiente Emplumada, he salvado la vida.

–Yo también lo desprecio, Hunac Kel y, como tú, me cuido de caer en sus sucias trampas. Pero yo soy viejo, querido rey, y mi muerte no significaría mucho; en cambio tú…

–Todos tenemos que morirnos alguna vez. Sólo los dioses son inmortales –dijo Hunac Kel.

–Muy cierto –reconoció el sacerdote–, pero ahora lo que me preocupa eres tú y el destino de Mayapán.

El rey se le quedó mirando y, después de pensarlo un poco, dijo lo que tenía que decir.

–Pues ya no te preocupes más, querido viejo: he conocido a una hermosa muchacha que vive con sus padres en un pequeño pueblo del Sur. Acudo a visitarla con alguna frecuencia.

Tigre de la Luna se mostró intrigado.

–¿La conozco yo, por ventura? –preguntó, ansioso–. ¿La he visto por estos rumbos, Hunac Kel?

–Cuando en alguna peregrinación ha visitado Mayapán acompañada de su familia, yo la he escoltado por los edificios de la ciudad y le he enseñado los templos redondos y nuestros cenotes. Blanca Flor es su nombre.

–¡Ea, gran jefe! –reaccionó, sorprendido, Tigre de la Luna–. No creo que hables en serio: la hija de Namay Pot es sólo una niña… ¿Qué edad tendrá? ¿Doce… trece años?

–No es tan niña como piensas, ya ha cumplido los quince. Pero me gusta en serio y desearía hacerla mi novia. Lástima que viva lejos de Mayapán y no pueda visitarla a diario.

–Ojalá que esta relación sea duradera o, ¿por qué no?, definitiva; tus otros noviazgos terminaron en fracasos y nadie ignora que, como fruto de tus muchas aventuras amorosas, has engendrado hijos por todas partes, los que, por supuesto, no tienen ningún derecho a sucederte en el trono.

–No, viejo, con Blanca Flor la cosa es distinta. Nuestro amor es sincero y sus padres me acogen con cordialidad en su humilde hogar.

Tigre de la Luna había sido tomado por sorpresa, pero no ocultaba su satisfacción por la noticia; sin embargo, aún tenía sus dudas.

–Es de mi agrado lo que me dices –dijo antes de abandonar el santuario–, pero no quiero adelantarme a los hechos. Dejemos a los dioses y al tiempo la palabra final.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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