Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XVIII

By on julio 15, 2021

VII

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Hunac Kel y Tigre de la Luna observaban los espectáculos montados por Chac Xib Chac desde los lugares de élite de los invitados especiales:

–Cómo han cambiado las cosas –habló por lo bajo Tigre de la Luna–: en los tiempos del Rocío del Cielo no había tanta sangre derramada. No se ofrendaban vidas humanas, sino flores y frutos o, a lo más, algún pajarillo. El Serpiente Emplumada nos trajo estas costumbres de las tierras altas y bien que las hemos prohijado.

–Más bien han sido los itzáes, viejo –dijo Hunac Kel–, que llegaron con Kukulcán y obedecieron a pie juntillas sus mandatos.

–Y nosotros también –contestó Tigre de la Luna–. Todos somos servidores de Kukulcán.

¡Ah, cómo se pasaba el tiempo en esta gran ciudad de Chichén Itzá! Sus hijos, los itzáes, gustaban de inventar fiestas para toda ocasión, gozadores como eran, de la buena mesa, del licor y del sexo, y especialmente hoy, en este aniversario, la también llamada Ciudad de los Brujos del Agua, lucía su esplendor de reina de todas las ciudades mayas, ante la admiración de los invitados reales y los nobles extranjeros. Sus augustos edificios habían sido rigurosamente limpiados y blanqueados con cal, revelando ahora detalles antes desapercibidos por el pueblo, como los antiguos dibujos eróticos de las pilastras frontales del mercado que exhibían, sin el menor recato, figuras de personajes de elegantes atuendos, pero sin los taparrabos acostumbrados, con los genitales al aire, presunción lasciva de la que tanto gustaban los itzáes. Había otras figuras humanas en cueros, esculpidas o pintadas, en los edificios que brillaban como joyas a la luz de Kin, el inmenso sol de los mayas que regalaba su fuego limpio con generosidad, sin que ninguna nube se atreviera a irrumpir en un cielo de azules incomparables.

–Son unos puercos –le decía Tigre de la Luna a Hunac Kel en referencia al exhibicionismo y a la lascivia de los itzáes–. Cuando Kukulcán se marchó, ellos se quedaron en la ciudad, haciendo de las suyas. Lamentablemente, están dominados por la lujuria y los malos pensamientos. Hacen el sexo en las plazas públicas de la ciudad, y en medio de la calentura que los abrasa tuercen el cuello, ladean la boca, entrecierran los ojos y se babean como cerdos. Han perdido el pudor, y el pueblo, el verdadero pueblo, está harto de su impudicia.

–Chac Xib Chac tolera y estimula esa conducta, viejo –dijo Hunac Kel–, y hasta la celebra.

–¿Y por qué no iba a hacerlo? Chac Xib Chac es uno de ellos: un libertino, un pecador, un hombre que no conoce los escrúpulos ni la moral. ¿Qué diría el Rocío del Cielo de haber vivido en estos tiempos?

Hunac Kel calló de pronto ante las palabras de su tutor. Y calló porque él también era un pecador, un fornicador de primera línea a quien el mismo Tigre de la Luna había censurado muchas veces. Finalmente, después de unos momentos de silencio culpable, mientras veían el espectáculo, habló:

–Te prometo, querido viejo, que algún día, no sé cuándo, yo mismo expulsaré a estos itzáes soberbios y licenciosos de Chichén Itzá. Adelante de ellos marchará Chạc Xib Chac.

–¡Y vaya si lo harías! La expulsión de estos bárbaros constituiría acaso la mayor de tus hazañas. No acabo de entender por qué los fundadores de la Liga de Mayapán los admitieron en la Confederación.

–Bueno, viejo, no podían dejar fuera a la ciudad más grandiosa de la cultura maya. Además, ellos fueron los primeros en adherirse al pacto de solidaridad y, aunque nunca los consideramos propiamente mayas, se mostraron entonces partidarios de defender las causas de estas tierras. Al igual que nosotros, no deseaban que gentes extrañas vinieran a modificar sus hábitos ancestrales, que enamorasen a sus mujeres o se apoderaran de sus fértiles tierras. Y es que, viejo, tú lo has escrito, comenzábamos a disfrutar nuestra época de oro y no queríamos compartirla con nadie que no fuera ciudadano de alguna de las tres urbes madres y sus satélites.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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