¿Corsarios o Piratas?

By on febrero 22, 2018

Perspectiva

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Las siguientes definiciones fueron tomadas directamente de la página de la Real Academia Española (en la página http://www.rae.es/):

  • Pirata: Persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar.
  • Corsario: Dicho de un capitán o de un miembro de la tripulación de un buque corsario. Que andaba al corso, con patente del Gobierno de su nación.
  • Patente de corso: 1) Derecho que alguien se atribuye para hacer o decir lo que le viene en gana; 2) Despacho con que el Gobierno de un Estado autorizaba a particulares para hacer el corso contra los enemigos de la nación.

Se preguntarán por qué inicio con estas definiciones. Resulta que, al estar preparando la reseña del libro “Entre el Honor y la Espada”, biografía novelada del corsario Sir Henry Morgan, llamó mi atención que, en todo momento, para él todos los botines que arrebataba a sus enemigos –los españoles– eran debido a que estaba autorizado para ello, y no sentía remordimiento alguno por haberlo hecho. Es más, al repartir el botín con las autoridades que le habían otorgado la patente de corso, estaba contribuyendo a la grandeza de su nación, y por ello –y también por su popularidad– hasta recibió el título de “Sir”. Me quedó claro que un corsario no era un pirata, pues estos últimos no tenían amo a quién servir sino al que les pagara por participar en la siguiente conquista naval.

Metido en estos análisis y comprensiones conceptuales, en nuestra nación iniciaba el chapulinesco e insufrible proceso de definición de los infames “pluris” para el Senado, preparándose pronto los diputados para el mismo fin. Resulta que, si aún no observan a lo que quiero llegar, con mucha sorpresa, y con infinita pena, compruebo que la Historia se repite: trasladando lo naval de los siglos XVI y XVII a la arena política de nuestros días, estamos rodeados por modernos corsarios y piratas.

Corsarios, porque recibieron patente de corso para asaltarnos y no sufrir consecuencia por sus actos. La patente de corso es entonces el famoso “fuero”, muy socorrido por todos aquellos políticos que tienen una larga cola que les pisen, pero que no pueden ser molestados porque gozan de ese privilegio. Desde sus curules, los modernos corsarios nos siguen saqueando, compartiendo el botín entre ellos y los que administran su grey, sirviendo al líder que los introdujo a la lista plurinominal, aunque solo mientras conserven el “hueso”.

Piratas, porque con su chapulinesco comportamiento –renegando de sus ideologías, mordiéndose la lengua y tragándose sus opiniones del pasado– sirven al mejor postor, ejerciendo al mismo tiempo la prostitución de esta manera, pues venden su cariño y adhesión por dinero y poder. En este caso, sustituyamos “mejor postor” por “mejor posicionado en las encuestas a la presidencia” y entonces nos explicaremos perfectamente que a estos individuos no los impulsan altos anhelos de servicio a la patria, sino altos anhelos de servirse con la cuchara grande del caldo de robo con el que se alimenta desde hace ya varios siglos esa casta, o buscando cubrirse con el manto de la impunidad de que hacen gala tantos y tantas “políticos” para gozar de los beneficios de su “robolución”.

Ejemplos hay muchos, y no vale la pena señalarlos, porque cada uno de nosotros puede identificar a cabalidad al menos un corsario y un pirata, ¿o me equivoco? Algunos de ellos hicieron carrera en otros grupos, pero ahora coox viran hacia donde mejor les conviene.

El quid del asunto reside en el hecho de que, para recibir la patente de corso, para acceder a ese olimpo de marranos y marranas (con perdón de los animales), muchos de ellos necesitaron de nosotros. ¿Cómo? A través de nuestros votos. El caso de los pluris es más complejo: nacieron en una época en que fue necesario que participaran otros actores en la vida política de la nación, y ahora están anquilosados parasíticamente, pudiendo retirarlos únicamente si ellos mismos promovieran un cambio en las leyes, para lo cual se requeriría un mínimo de ética, algo que no abunda –en mi opinión es inexistente– entre esa caterva de haraganes y buenos para nada.

Al igual que los pluris, que nacieron con una buena intención, el fuero legislativo nació para evitar persecuciones que muchas veces desembocaban en la muerte del legislador que no “iba con la corriente”, pero ahora se ha vuelto una “licencia para delinquir y no ser obligado a presentarte ante la ley para ser juzgado por tus crímenes.”

Desde esta perspectiva, les propongo una actividad que nos beneficiaría a todos si la llevamos a cabo con responsabilidad: identifiquemos corsarios y piratas en los siguientes meses. Las definiciones en este editorial ayudarán a identificarlos. Habiéndolos identificado, entonces asegurémonos de no creer en sus promesas de cambio, y hagamos valer nuestra opinión el primer día de julio, evitando concederles una nueva –o una renovada– patente de corso.

Nos urgen patriotas; no corsarios, ni muchos menos piratas.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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