- La Colonia Estrella
- Elis Regina
- XXVI Encuentro de poetas “América Madre”
- Argeliers León, talentoso musicólogo cubano
- Sergio Cuevas Avilés, Premio «Justo Sierra Méndez 2022»
- María Teresa Linares Savio
- El Universo del Circo Teatro Yucateco
- Consuelo Velázquez
- Nelson Camacho
- José Ruiz Elcoro
- Siempre la sonrisa de Lucy
- Félix Guerrero, Batuta de Oro
- Jesús Gómez Cairo (+)
Pibil y el Iguanodonte de Tekantó
Pibil y el Iguanodonte de Tekantó
¿Huir o enfrentar a una bestia? Esa era la disyuntiva que Pibil, El Defensor de los Angustiados, debía descifrar para sobrevivir.
Corría en el ‘Lugar del pedernal amarillo’.
Corría con toda la rapidez que mi rechoncha anatomía me permitía.
Corría para escapar de aquel enorme iguano que pretendía engullirme.
Medía cerca de dos metros, era enorme, y estaba decidido a saciar su gula. Más que hambriento, parecía encaprichado en saborearme. Sentía que, para él, yo era más bien un postre, golosina o bocadillo.
Infortunadamente para mí, esta aventura ocurrió en mi etapa de peor condición física, por lo que parecía inminente ser devorado vivo por aquel lagarto. Admito, con verdadera pena, que incluso al salir de Mérida rumbo a esta misión, en los 69.8 kilómetros rumbo a Tekantó, hice “escalas técnicas” en Ticopó, Holactún, Tahmek, Kimbilá y Citilcum, sambutiéndome una torta de cochinita en cada punto.
El terreno era húmedo, pues las lluvias habían caído constantes en aquel municipio ubicado en la región centro norte del estado de Yucatán, especialmente en la zona donde estaba, al sur rumbo a Izamal. Había abundante vegetación, pero también áreas pedregosas como esta en la que corríamos ambos.
Los pobladores del área y vecinos de Tepakán y Bokobá habían reportado la aparición de mi perseguidor: había engullido a muchos animales, y se sospechaba que al menos a dos humanos. Ya creía en esa teoría, pues las dentelladas que lanzaba evidenciaban un antojo increíble de ni anatomía.
No podía seguir huyendo.
No había ningún lugar para esconderme.
Debía enfrentar a mi enemigo utilizando mi inteligencia, mi superioridad como especie pensante, capaz de realizar ecuaciones electrizantes en el cerebro, nuestro instinto de supervivencia mandando órdenes para realizar proezas que…
¡SNAAP!
Fue entonces sentí el mordisco del iguanodonte en mi nalga derecha…
¡AAAAAAAAAAAAH!
Afortunadamente, no fue tan profunda, lo que hizo recordar que es peligroso dilatar cuando enfrentas a una bestia…
Ok, al grano.
En el momento más álgido de esta cacería, cuando la bestia se regodeaba, paladeando anticipadamente su bocado, o sea yo, recordé que Tekantó era uno de mis municipios favoritos, cuna de Don Cosme, mi padrino, cuyo bisabuelo vivió ahí en 1825, cuando Tekantó pasó a formar parte del Partido de la Costa. Muchas veces estuve aquí recorriendo su suelo, visitando sus bellos sitios históricos, como la parroquia de San Agustín, construida en el siglo XVIII, la capilla de San Román, que data de la época de la Colonia, sin olvidar los vestigios arqueológicos de la cultura Maya de Chumulá.
Entonces decidí correr con mis últimos gramos de fuerza hacia el frente, logrando sorprenderlo, aunque de inmediato reaccionó, lanzándose sobre mí. Pero yo ya estaba saltando a mi derecha, evitando la sascabera que permanecía semioculta a causa de la maleza. El Iguanodonte cayó hasta el fondo de aquellos 12 metros, para estamparse de cabeza.
Quedó liquidado.
Tirado sobre la yerba, me incorporé agradeciendo a los dioses del monte por haberme iluminado. Porque justo ahí, en el borde, aún está ese árbol donde mi esposa y yo tatuamos nuestro amor.
RICARDO PAT
0 comments