Con Ustedes… ¡El Gran Equipo del Ahijadero!

By on enero 26, 2017

Vivencias Ejemplares. Apuntes de un Maestro Rural.

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Con Ustedes… ¡El Gran Equipo del Ahijadero!

Terminando el desfile de los equipos, me acerqué a Mireles para preguntarle acerca del orden de los encuentros. No tenía el rol en esos momentos y no pudo darme información aparte de que me llamarían en su momento. Le pedí una cancha o algún espacio para calentar, pero todos estaban sirviendo.

Los visitantes y el desarrollo de los juegos tenían a los maestros anfitriones ocupadísimos; así que nosotros, que sólo íbamos por volibol, teníamos que esperar. Veíamos a la gente del pueblo caminar aprisa y muy animada para ver las competencias. Nosotros nos sentíamos atraídos por meternos entre el gentío y yo, quizás equivocadamente, no quería que los niños vieran cómo los equipos locales arrasaban en la justa, por no anticipar lo que nos esperaba.

Decidimos vagar por el pueblo – en realidad yo no conocía Mariana más que desde el camión cuando pasaba cada 15 días con rumbo a Fresnillo–, y cada cierto tiempo nos acercábamos a ver si ya nos tocaba. Pero nada.

A eso del medio día un niño me dijo: “Tengo sed, profe.”

“Yo también,” dijo otro.

Y claro, en ese momento ya estábamos cansados, aburridos, hambrientos y con sed.

Mi inexperiencia me hizo no ser previsor. Yo creía torpemente que llegaríamos, jugaríamos y nos regresaríamos. No calculé la magnitud del evento ni las condiciones de su desarrollo. Tampoco llevé dinero. ¿Por qué rayos habría aceptado? ¿Por qué no me regresaba? Busqué en mis bolsillos y apenas me alcanzaba para dos refrescos pero, además, en nuestro recorrido por el pueblo no habíamos visto tiendas abiertas.

Caminamos para ver si teníamos la suerte de dar con alguna, y al fin vimos un puestecillo cerrado pero que evidentemente estaba integrado a una casa. Seguramente nos atenderían. Sólo que la puerta, que estaba abierta, daba a un patio interior sin barda que miraba hacia la calle. Nos atrevimos a entrar y en ese maldito momento sale disparado un enorme perrazo que, sin darnos tiempo a correr, se abalanzó sobre nosotros.

Los niños se apiñaron detrás de mí que, frente a la bestia, apenas alcancé a cubrirme la cara en un movimiento instintivo; en las manos tenía nuestro vetusto balón, el cual estalló entre las poderosas mandíbulas caninas, y el negro demonio aquel todavía lo siguió restregando contra el suelo hasta hacerlo pedazos, lo cual dio tiempo para que una señora y dos muchachas armadas con escobas salieran escandalizadas a controlar al animal.

La señora me dio tremendo regaño, al grado que temía que con ella me fuera peor que con el perro, porque me había metido sin llamar. Apenas si me dejó explicarle, pero al final aceptó venderme los dos refrescos.

Con la moral hasta los calcetines por la pérdida de nuestro balón y por tantos contratiempos, nos hicimos a un lado y los chamaquitos se repartieron dos refrescos. Yo les dije que no tenía sed, aunque me moría de ganas de un traguito, aunque fuera para el susto. Por cierto, que estando en eso se cruzaron ante a nosotros dos grupos de personas y alguien preguntó: “¿Y quién ganó?”

“Pos Mariana. Mire nomás que pregunta.”

“Si pos donde no,” contestó el otro con una gran sonrisa de satisfacción. Nosotros solo nos miramos unos a otros sin hacer comentarios, pero a mi pobre corazón lo sentía como una réplica de nuestro viejo balón, incluso por lo reventado.

Así pasó la tarde hasta que, ya declinando el sol y a punto de tirar la toalla y regresarnos, me dijeron que el equipo campeón y hasta el momento invicto, era el de Mariana, que nos tocaba el último juego y que, por favor, pasáramos a los patios de la escuela.

Pues a los patios de la escuela fuimos.

Yo me sentía como seguramente se sentían los esclavos que metían al circo romano para enfrentar a los leones.

Habiendo terminado todos los encuentros, el público era numerosísimo. La cancha se me antojaba pequeña.

El animador nos presentó como “el gran equipo de El Ahijadero” y la gente francamente se reía, aunque había quienes nos miraban con curiosidad y seguramente con pena. A mí me dolió aquello que me parecía una burla, aunque quizá no fuera la intención porque todos los animadores hacen eso.

Me sentí indignado, pero tasqué el freno. Las únicas que nos miraban con respeto eran las muchachas del otro equipo quienes ya se habían medido con nosotros, y no les fue tan bien.

MTRO. JUAN ALBERTO BERMEJO SUASTE

 Continuará la próxima semana…

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