Un buen negocio

By on abril 23, 2020

Dentro del restaurante de la mejor zona de la ciudad se respiraba un ambiente londinense. La música enamoraba los oídos, deslizándose armoniosamente en ellos. Las notas musicales que emanaban de la mejor banda de la ciudad engalanaban la que sería, sin duda alguna, la cena ideal para cualquier ocasión.

Las calles eran el escenario perfecto, multicolor en gamas semitono, ese tinte que emula la tranquilidad de ver a la gente transitar en cámara lenta, con parsimonia y con la sinergia del andar en pareja, engranados, tomados de la mano sin la prisa del tic tac del tiempo. Todo este espectáculo era perfectamente visible desde la ventana que seleccioné del establecimiento, como si fuera una pantalla del mejor cine parisino.

Estaba fascinado con el lugar. Mis ojos deambulaban por cada rincón, deleitándose con cada detalle.

Una mesa larga con manteles blancos permitía apreciar el espectáculo que emanaba de los alimentos dispuestos en ella, poemas comestibles: frutas que con solo verlas se deshacían en nuestra mente; cortes de la mejor carne del mundo, creo yo; cada platillo se acompañaba de las más finas cremas que nunca antes había visto. Podía verse la elegancia del lugar reflejado en cada uno de los platos y cubiertos que aguardaban la ocasión para servir a los visitantes de aquella noche.

Aún estaba exhalando un suspiro de tranquilidad y satisfacción, continuando mi recorrido visual, cuando detecté otra mesa, el doble de larga que la primera, como la antítesis.

Lo que alteró mi sentir fue el escenario ante mis ojos: no había cubiertos, ni platos, no pude observar una sola fruta. Entrecerré los ojos, buscando incrementar mi percepción y así poder alcanzar a distinguir lo que se encontraba al centro de ella.

No podía creer lo que estaba viendo.

Lo que se encontraba en esta pusilánime mesa era un inmenso cerro de mierda, sí, así como se lee, con sus seis letras y dos sílabas: “MIERDA”.

¿Pero cómo es posible esto? Me tallé los ojos tratando de borrar y hacer un reinicio de la imagen, esperando que solo hubiera sido producto de mi imaginación.

Es muy común que nuestra mente nos juegue bromas de esa magnitud, que nuestro ser pesimista emerja y nos arrebate la felicidad y satisfacción de un solo tajo.

En esta ocasión mi mente no jugaba conmigo, lo que estaba viendo no era producto o invención de mi subconsciente, era real.

Con detalle miré la primera mesa. A pesar de que el lugar estaba a reventar, permanecía prácticamente vacía, tan solo un reducido grupo de gentes saboreaba los platillos, platicaba, sonreía y disfrutaba de estos. Por el contrario, alrededor de la mesa contigua no había espacio para una persona más, se encontraba llena, repleta, la gente se encimaba una sobre otra para alcanzar el gran cerro de porquería; estiraban los brazos para llegar a ella, no había modales ni turnos al comer, una jauría de animales engullendo con las manos, sin recato ni pena, sus fauces desbordaban en sus comisuras el fétido manjar.

“¿Cómo es posible que en este lugar pueda haber algo así?  ¿Acaso el dueño está loco? ¿Cómo permite que pase esto?” Mi mente cuestionaba, mi cuerpo no reaccionaba, pensaba a revoluciones indescriptibles por segundo.

—“Buenas noches, Señor. ¿Desea comer del buffet o prefiere alguna especialidad de la casa?”– irrumpió el maître, apartándome del debate que estaba sosteniendo entre mis principios y la razón.

—“¿Qué clase de broma es esta?” – interrumpí de manera eufórica. –“¿Cómo es posible que en este lugar se permita semejante barbaridad?”

—“En este lugar no hay discriminación, cualquier persona puede consumir lo que guste.”

—“¡Eso me queda claro! ¡Muy claro! ¿Pero en qué momento la mierda se vuelve una opción?” – pregunté, sorprendido ante la calma y tranquilidad del maître.

—“La mierda siempre ha sido, y siempre será una opción de consumo. Si a usted no le gusta, puede elegir otra cosa del menú. En este lugar no se discrimina a nadie y todos tienen libre albedrío, libertad de elegir.”

—“No puedo creer esto, ¿me está diciendo que la gente por convicción la está consumiendo? ¿Quién por voluntad propia consume mierda?”

—“A nadie se le obliga, son libres de consumir el platillo de su preferencia. Lo que he observado en todo el tiempo que llevo en este lugar es que las personas ni se acercan a la otra mesa: directamente llegan y toman lo que están buscando, no dicen palabra alguna, tan solo arrebatan el banquete servido en ella. Invitan a sus conocidos y amigos a venir a convivir con ellos, se toman fotos y, de verdad, parece que lo disfrutan. Pero, le repito, Señor: Si usted desea otra cosa, nosotros se lo servimos. Siempre que la gente quiera consumir “mierda”, nosotros la seguiremos sirviendo. Es fácil fabricarla y el negocio gana mucho con ella, el cliente está feliz, y eso es bueno para el lugar.”

Isaías Solís Aranda

Yahves@gmail.com

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