Desde Canadá (VII)

By on marzo 20, 2020

Perspectiva

Covid-19, o de cómo se vive una pandemia fuera de casa

Suspendo la conclusión del relato de mi experiencia vehicular en aras de obtener una licencia en esta provincia canadiense, para compartirles mis impresiones sobre estos días de zozobra y de turbulencia ante el Covid-19.

El viernes de la semana pasada, una hora antes de retirarme, el Director Corporativo de Calidad (mi jefe) convocó a una junta, una teleconferencia, urgente.

Generalmente, o al menos así había sido en el pasado, estas reuniones de emergencia siempre son para comunicarnos un cambio escalafonario, o la salida de un personaje de importancia del organigrama corporativo.

No fue este el caso…

En menos de cinco minutos nos expuso que, por mandato corporativo, todos aquellos que no tuviéramos responsabilidad directa sobre las operaciones, y sobre los Asociados que las desempeñan, deberíamos trabajar desde nuestras casas durante las siguientes dos semanas. Ya anteriormente se había cancelado los viajes internacionales.

Esta medida, inusitada y sin antecedentes previos en la empresa, fue tomada para de alguna manera contribuir a los esfuerzos mundiales por, como se ha mencionado, “aplanar la curva de propagación” del Covid-19, el temido coronavirus.

He leído mucho sobre los posibles orígenes de esta nueva cepa de virus, desde aquellos que lo asignan al cumplimiento de un escenario originalmente concebido en la imaginación del escritor Dean R. Koontz (Los ojos de la oscuridad se llama la obra, por cierto) hasta aquellos que lo han definido como una bio-arma del arsenal de las super potencias actuales.

He visto cómo muchos lo han utilizado como ariete para golpear a sus enemigos tanto geográficos como políticos, dentro y fuera de nuestras fronteras, con hipótesis tan aventuradas que hasta parecen creíbles.

He visto cómo muchos lo minimizan, y cómo muchos lo maximizan; cómo algunos sostienen que más gente muere de hambre y por otras enfermedades que por el Covid-19.

He visto lo que este virus ha causado en diferentes naciones, y es imposible no reaccionar con pesar ante la mortandad que lo acompaña.

A mi juicio, nada de lo anterior justifica o nos otorga licencia para juzgar o asignar culpas. No es tiempo para ello. Cuando la tormenta haya pasado, habría que investigar cómo se inició, aunque tengo el presentimiento de que, como muchos otros misterios, nunca lo sabremos porque las repercusiones serían enormes para los involucrados.

En estos momentos, cuando nuestra vida rutinaria se ha trastocado, debemos ofrecer nuestra solidaridad a aquellos que se ven agobiados por este mal, comenzando con los que presentan los síntomas como aquellos que están en una posición precaria de salud, volviéndolos potenciales víctimas.

Al mismo tiempo, nos corresponde colaborar en la contención de este mal y, si nos es posible, apoyar a aquellos que no pueden valerse por sí mismos, y a aquellos que están en una situación más comprometida debido a las medidas de contención, los pequeños comerciantes, los que viven de los servicios.

En particular, nos corresponde asegurarnos de que no nos convirtamos en vehículo de contagio para los nuestros.

Términos como el distanciamiento social, el aislamiento auto infligido, la prevención y la higiene son conceptos que debemos manejar y aplicar con toda naturalidad, sin arriesgarse a herir susceptibilidades.

Aquí en Canadá, viviendo solo, les confieso que me he preguntado qué shingáos haría y a quién recurriría si resultara infectado. La respuesta a ese escenario es la misma para todos nosotros: no preocuparse de más, y seguir las instrucciones de las autoridades y de los expertos, y cuidar de nosotros mientras nos dure el flagelo.

Eso mismo pudiera pasarle a los míos a la distancia, lo tengo muy claro, y también ellos tendrían que ser tratados de acuerdo a los protocolos sanitarios que les fueran impuestos.

En todo esto, hay que confiar en que todo saldrá bien, y contribuir a la solución, nunca al problema. De Perogrullo, pero así es.

Así pues, desde esta perspectiva, apliquemos lo que dice aquel refrán tan lleno de sabiduría que aprendimos de nuestros padres y abuelos: Mucho ayuda el que no estorba…

Consideremos que esta es la mejor oportunidad, en tiempos recientes, que tenemos de mostrar nuestra solidaridad con los demás.

Cuídense unos a otros. Cuidemos de nosotros.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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