Del Astrolabio al GPS

By on abril 16, 2020

César Ramón González Rosado

“Ni modo,” pensó doña Chuny, respetable dama de un poco más de 75 años, después de discutir y terminar enfadada con la señorita del GPS que la instruyó a dar “Vuelta a la derecha y a 100 metros vuelta a la izquierda.”

“¡Oh, qué fastidio!”, exclamó. “Le digo que está equivocada. Ya llegué al lugar porque me sé el camino y no porque usted me dice. ¡Qué barbaridad! Si no conoce bien la ciudad de Mérida para qué se mete.”

Enfadada, Chuny apagó el celular y bajó de su carro que, dicho sea de paso, conducía con facilidad, aunque muy a su estilo.

Poco tiempo atrás, su nieta Jessica le había regalado un flamante teléfono celular. Después de varios ensayos, doña Chuny aprendió a manejar el moderno artefacto, de tal modo que con mucha facilidad hacía llamadas y escribía mensajes a sus amistades por el whatsapp. También le explicó Jessica el uso del GPS y otras funciones que tenía el aparato electrónico.

Daba los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches, y a veces las buenas madrugadas, con textos e imágenes, a sus comadritas y otras personas, sin faltar un solo día; de algunas recibía respuesta, en un continuo ir y venir de promesas mutuas de amistad sincera y eterna.

En cuanto al GPS, dejó de usarlo por no considerarlo útil en su ciudad, cuyas calles y colonias conocía a perfección.

Un día fue de vacaciones a Cancún. Elenita, su sobrina, la recibió en la terminal de autobuses.

Durante el trayecto a la casa se le ocurrió explorar la ruta que seguía la muchacha.  Se acordó del GPS y pidió a la joven que conectara un dispositivo que se encontraba pegado al tablero del carro. “Sí, tía,” respondió la sobrina.

“Vuelta a la derecha, luego a la izquierda, péguese a la derecha, a 100 metros vuelta a la glorieta hasta la segunda salida, etc. etc.”, las mismas instrucciones que de forma progresiva recorría una línea sobre el mapa del dispositivo, conforme las instrucciones se escuchaban.

Chuny siguió con atención el recorrido, observó con detenimiento la línea progresiva que avanzaba sobre el mapa, y entendió perfectamente el funcionamiento del aparato hasta llegar al destino.

Muy contenta dijo: “Gracias, señorita. A usted sí se le entiende, no como a la operadora de Mérida, que ha de tener problemas neurológicos de lateralidad.”

La sobrina se sorprendió al escuchar la expresión de la tía. “Quizá algún asunto que había dejado pendiente,” conjeturó. Se encogió de hombros y estimó que no era de su incumbencia.

Chuny pensaba que el GPS era un invento que tenía como antecedente remoto el antiguo astrolabio y otros artefactos de navegación de la antigüedad como el sextante, la brújula, etc. Se acordaba porque sabía que Cristóbal Colón lo utilizó para orientarse en el Océano Atlántico cuando descubrió América, habilidad que sólo los grandes navegantes de la época tenían y que aprendió de los sabios árabes de Granada.

Muy satisfecha de haber aprendido a manejar el GPS con su sobrina Elenita, Chuny regresó a su ciudad.

Volvió a utilizar la aplicación cuando fue necesario y no dejó de agradecer a la operadora, que suponía de Teléfonos de México, por su ayuda: “Gracias por su ayuda. Ahora sí le entendí, señorita.”

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