Antología de Autores Yucatecos Contemporáneos

By on febrero 3, 2017

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Antología de Autores Yucatecos Contemporáneos

Hace algunos soles, y sin tener el gusto de conocerle, abrí mi correo electrónico para checar qué información me había llegado y descubrí una invitación del Doctor en Ciencias Marinas y colega Adán Echeverría para conocer una Antología de Escritores de la Península Yucateca en 2016: autores nacidos entre las décadas de 1970 y 1990. Ahora, de nuevo, me hace llegar lo siguiente: “Sobre aquella antología, he escrito estos apuntes y mucho me honraría que les eches una mirada.”

Quiero dejar claro que quien resulta honrado con esta amable invitación es el servidor de ustedes pues, siendo un humilde autodidacta en el oficio literario, me halaga que escritores con obra sólida me hagan llegar sus trabajos para darles una opinión sobre las plumas emergentes uayés (locales) en este siglo Veintiuno que se vislumbra Anti Trumpiano hasta el tuétano.

Como dice Adán, “desde Palizada, en lo más occidental de Campeche, hasta Chetumal, bajando por el Mar Caribe, frontera con Belice, pasando por las islas que la rodean – El Carmen en el Golfo de México, así como Holbox, Contoy, Isla Mujeres y Cozumel, en Quintana Roo –, existe un universo vasto que miran los ojos de los autores descritos como «Escritores del Karst». Y desde esa riqueza (ecológica y cultural) plantean sus esperanzas de comunicar el pensamiento mediante la palabra escrita.

“Voces frescas, no sesgadas por grupismos literarios de otras épocas – Centro Yucateco de Escritores (1990), o la Red Literaria del Sureste (2000) –, y tampoco cinceladas desde las Academias Literarias existentes en los tres estados: Campeche, Quintana Roo y Yucatán; Escuelas de Escritores, de Creación Literaria o Licenciaturas en Literatura, de las Universidades Autónomas de Yucatán o de Campeche. Voces literarias llenas de esa novedad en las que pueden, queridos lectores, ir descubriendo qué cosa es Yucatán, cómo se mira Campeche, cómo se descubre Quintana Roo,” subraya Echeverría.

Y tiene toda la razón, porque al conocer a Violeta Azcona, por medio de su excelente narrativa contemporánea, vengo a comprobar que “nuevas voces” emergen en la literatura hecha en Yucatán por fuera, como casi siempre, de los “grupismos literarios” que acaparan presupuestos y reconocimientos oficiales.

Estudiante de veterinaria, segura de los derechos de la mujer, crea personajes, niñas, jovencitas o jóvenes adultas, decididas, serias, combativas. Sus textos son “evidencia y confesión.” No paran de ser “grito para la reflexión y el cambio de posturas, la transformación y evolución de las sociedades, al reclamar sus errores, y evidenciar las nuevas posibilidades.”

En su discurso, Violeta marca la diferencia social por el género: «Habría que verlo, tan chaparro y gordo; además le he notado unas cuantas verrugas en la papada y en el cuello, parece un sapo. Y yo tan hermosa, tan espigada, tan blanca y limpia como la leche; pude haber sido actriz o modelo, pero no, estoy atada a este hombre; es que no lo puedo dejar y, a pesar de lo que me ha hecho, sigo aquí, tomándole la mano. Mi madre me ha dicho que sea obediente, que sea más dócil. Pero es que no puedo, algo en mi interior es rebelde y quiere guerra con la hegemonía masculina.«

Echeverría, como buen narrador, “no se chupa los dedos” cuando afirma tajante: “La autora posee la ironía, y la inteligencia para mirar el mundo que le rodea, y sabe plasmarlo en sus textos. Como cuando unas jovencitas cometen un robo en una plaza comercial, en el cuento “Mi primer reloj”:

Entramos de nuevo a la tienda y hacíamos como que observábamos la bisutería, la ropa, los lentes y, de repente, ¡vi cómo Misha tomaba el empaque de los moños y los metía en mi bolsa de la camisola! ¡No pude decir nada ni hacer nada! Tragué saliva y abrí los ojos intermitentemente, como las alas de un pájaro que apresura su despegue. Casi no podía moverme y, si no hubiera sido por Brisa, que me abrazó de repente, despistando a la vendedora, mientras Ariel le daba las gracias para distraerla, seguramente me hubiese dado un ataque de pánico o algo por el estilo…

“…Cuando nos disponíamos a salir de la plaza, después de que mi nerviosismo se acabara, de que mi corazón recuperara su ritmo, de que al fin perdonara a Misha por haber tomado algo que no nos pertenecía, ¡y de meterlo en la bolsa de mi uniforme! Después de creer que la habíamos librado… ¡El vigilante no nos abrió la puerta para salir de la plaza y pronto llamó por radio a dos compañeros más, que llegaron para impedirnos la huida…!”

Porque, finalmente, ¿quién de nosotros no ha cometido un “pequeño robo” o, al menos, le pasó por la cabeza hacerlo algún día?

edgar rodríguez cimé

edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx

colectivo cultural “Felipa Poot Tzuc”

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