Alma Preciado
Muy tempranito, una mañana de verano con el sol apenas asomando entre los cerros, y sus tenues rayos que escasamente dan luz al nuevo día, un solitario coyote hace su diario recorrido por el campo en busca de comida.
Es un bello ejemplar, color canela con motas blancas en el lomo como en la espesa cola. Su pelaje es abundante y brilloso. En esta época del año la comida no escasea y se mantiene bien alimentado.
Camina entre el monte con paso ligero: esquiva las chollas, da saltos por las piedras y las zanjas que encuentra a su paso. De vez cuando mira hacia atrás, como si temiera que algo lo persigue, atento al camino por si aparece algún conejo, ardilla, liebre, lagartija o cualquier animal comestible en movimiento, y correr tras él para atraparlo.
Nuestro amigo coyote tiene dos motivos para salir temprano de su cueva esa mañana: el calor del verano arrecia con el paso de las horas y, segundo, las gallinas de Don Manuel, suculento y seguro alimento, que salen de su protector gallinero a buscar gusanitos y engullir los pedruscos necesarios para realizar su digestión. Sabe que es el momento preciso para atraparlas sin que Don Manuel se dé cuenta.
Está cerca. El olor de las sabrosas gallinas es inconfundible. Divisa el corral y las ve. Allí están, comiendo y escarbando sin preocupación. El coyote camina ligero, agazapado entre los matorrales para no ser visto ni oído.
¡Zas! Atrapa una. La gallina pega un agudo grito y hace que se arme el alboroto con todas las demás. Don Manuel, al oír el escándalo, sale rápido, escopeta en mano. Logra ver al coyote que lleva una de sus gorditas gallinas en el hocico, pero aquel huye a toda velocidad.
Don Manuel tira algunos disparos. Ninguno pega en el blanco. El coyote corre triunfante hasta perderse de vista. El carnicero animal sale bien librado, pero las gallinas de Don Manuel no.
─ ¡Endemoniado coyote! Me va a dejar sin gallinas. Ya se ha dado varios banquetes a mi costa. Lo mejor será que me deshaga de ellas de una buena vez ─y en ese preciso momento decide comérselas.
─Tambien yo me daré un banquete ─dice para sí. Prefiere comerse sus propias gallinas que seguir dando de comer al condenado coyote ladrón.
Junto a su fiel perro Mocho, comen por varios días carne de gallina en diferentes estilos: en caldo, frita, deshebrada, con chile. Sin embargo, y a pesar de haber comido tan deliciosos manjares, Don Manuel está triste. Sabe que hay un alimento que no volverá a saborear: los nutritivos y deliciosos huevos que a diario ponían sus fallecidas gallinas.