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Testimonios, Cuentos, Relatos y Otros Temas (II)

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LA FAMILIA

María Prisciliana – Pisita –, hija de Bibiano Rosado y de Remigia Peniche, fue originaria de Espita, la “Atenas de Yucatán”, según se decía de la villa por el apego que sus habitantes tenían por la cultura, lo que la hacía destacar entre las otras comunidades vecinas. La “Sociedad Progreso y Recreo”, fundada hace más de cien años a estas fechas, la formaba un grupo de personas emprendedoras del pueblo que promovían la representación de obras de teatro, conciertos de música clásica, eventos sociales y culturales de diverso tipo, que permitían a los habitantes espacios de solaz esparcimiento en una época en que era difícil contar con apoyos oficiales para el desarrollo de la cultura. Pisita, en su tiempo, era de las muchachas que con entusiasmo participaba en las actividades de la “Progreso y Recreo”.

Su bisabuelo fue el Coronel Don Tomás Peniche Gutiérrez, héroe de la localidad: conjuntamente con un puñado de espiteños – Los Quince de Espita – habían defendido la villa del ataque de los indios mayas cuando la Guerra de Castas, conflicto que se inició en 1847. Entonces Yucatán se había separado de México, en respuesta al centralismo de Antonio López de Santa Ana.

Monumento a “Los Quince de Espita”
Monumento a “Los Quince de Espita”

Su abuelo era Don Nicanor Peniche, patrón de la hacienda maicera, frutícola y ganadera de nombre Dzitox, cercana a la villa de Espita.  Las haciendas en ese entonces eran unidades de producción en las que se sustentaba la economía del estado. La hacienda yucateca se hizo acreedora de un mito de esclavitud fundado en las famosas tiendas de raya y sus cuentas: la “chichán cuenta” y la “nohoch cuenta”, es decir, la cuenta chica y la cuenta grande, que constituían en realidad una forma injusta de mantener permanentemente endeudados a los peones dada la necesidad de mano de obra.

Esta práctica tuvo su origen desde los tiempos de la Colonia, cuando a los trabajadores se les llevaba una carta cuenta en la que se les apuntaban todos los préstamos en dinero o en especie que se les hacía. Solo podían abandonar la finca aquellos trabajadores que saldaban sus adeudos. De esta manera, en el inventario de una hacienda se consideraba el importe de las cuentas de los peones.

En Dzitox, el patrón Don Nicanor Peniche era un hombre bondadoso que no cometía abusos con sus trabajadores, y los protegía de cuantos problemas pudieran tener con actitud paternalista. Si alguno deseaba dejar la hacienda, lo permitía. Su esposa, Doña Benigna Patrón, repartía a manos llenas los productos de la huerta y otros beneficios entre las familias, de tal modo que los peones estaban en mejores condiciones que en otras haciendas, por lo que no era frecuente que la quisieran dejar. Sin embargo, el sistema del peonaje era el que prevalecía en la administración, aun con las bondades del patrón.

La niñez de Pisita transcurre en un ambiente de comodidad con sus abuelos los patrones. En la casa crecían, al mismo tiempo que ella, otras niñas con las que jugaba, hijas de las “domésticas*”, sirvientas indias mayas, esposas, madres o hijas de los peones que servían en las casas de los patrones y que, por la costumbre o desobediencia de las leyes por parte de los hacendados y tolerancia de las autoridades, permanecían en estado de servidumbre e indefensión.  Ahí nacían, después se casaban con algún peón de la finca, previo permiso del patrón, y así transcurrían sus vidas hasta el final. Años más tarde, cuando nosotros los descendientes, bisnietos, criticamos tal estado de injusticia, Pisita decía: “Eran como de la familia”, a lo que alguno de sus hijos respondía con alguna vergüenza: “Sí, eran como de la familia, más no de la familia.”

El General Salvador Alvarado, militar sinaloense, acaba con tan inhumana práctica en 1915, cuando lleva con él la Revolución a Yucatán, se hace cargo del gobierno y ordena hacer efectiva la libertad de los peones y las domésticas, derecho existente para todos los mexicanos desde la independencia del país, con severas penas para los hacendados que no cumplieran las disposiciones.

A la muerte de Don Nicanor quedaron como herederas del patrimonio su esposa Doña Benigna Patrón y su única hija Doña Remigia Peniche –Remigita –, y como administrador el yerno, Don Bibiano Rosado, de acuerdo con la costumbre de la hegemonía masculina. Cuando le preguntaban a Remigita sobre alguna decisión, respondía sumisa: “Lo que diga Bibiano.” Poco después, por circunstancias adversas, se arruinaron.

Una plaga de langosta que azotó al estado acabó con las cosechas de maíz, hecho que precipitó una fuerte crisis económica en la región. En el caso de Dzitox, fue necesario mal vender buena parte de la ganadería para cubrir compromisos económicos urgentes. Aunado a ello, fallas en la administración y negocios infortunados ocasionaron que poco a poco el patrimonio se fuera reduciendo. Es de considerarse también que el sistema económico de las haciendas en el país, y en Yucatán en particular, estaba en decadencia con el advenimiento de la revolución, para dar lugar a un sistema de producción más justo. Ya en la segunda década del siglo XX, la hacienda de Don Nicanor Peniche se había fraccionado con la reforma agraria.

Don Bibiano Rosado terminó por ser un comerciante en pequeño, y trabajaba también un taller de hojalatería en el que fabricaba utensilios de hoja de lata con artísticos decorados. Acumulaba una cantidad considerable de piezas que vendía en la feria de Tizimín, y regresaba orgulloso con un grueso fajo de billetes. Así lo recordamos sus nietos Armando Efraín, Roque Efraín, César Ramón y José Carlos González Rosado, hijos de Pisita, y Thelma del Carmen e Irma Noemí Rivero Rosado, hijas de la tía Mercedes. Los nietos no conocimos a la abuela Remigita: Bibiano enviudó antes de que nosotros naciéramos. Fue buen abuelo, cariñoso y platicador de viejas historias del pueblo. Al hacerlo, siempre se reía de sus aventuras juveniles, y también de sí mismo.

*Leemos al maestro Don Ermilo Abreu Gómez, quien dice: “En mi época las criadas se llamaban domésticas. Estas criadas no tenían salario ni libertad. De por vida servían en las casas ricas. Para que no anduvieran desnudas se les regalaba un poco de ropa. Comían en la cocina los desperdicios de la mesa y dormían en el corralón de la casa, casi siempre en el suelo, sobre una manta. Pocas tenían hamaca. Además de la faena diaria, sufrían los malos tratos del amo y, a veces, la lascivia de los señoritos. Si se enfermaban, las más iban a parar al hospital. Referencia: “Yucatán Insólito”, Roldán Peniche Barrera. Por Esto. 28 de oct. de 2005.

EL PUEBLO DE ORIGEN: ESPITA

Era costumbre pasar las vacaciones con el abuelo en Espita. Llegábamos en un tren de vapor procedente de Mérida, después de 6 horas de patético viaje, todos sucios por el humo de la locomotora y cargando enormes mochilas llenas de ropa, otras con platos de zinc, ollas, sartenes, y otra mochila más con las bacinicas que hacían mucho ruido. “¡Llegó el circo!”, decían divertidos los parientes y conocidos que nos veían pasar rumbo a la casa del abuelo en una “victoria” tirada por un caballo, que apenas se podía mover con tan pesada carga.

Templo San José en Espita
Templo San José en Espita

En Espita, con el abuelo vivía el tío Beto, hermano de mi madre, solterón, quien nos prodigaba sus atenciones con cariño paternalista. Tenía varios oficios: zapatero, relojero, también hojalatero, y tocaba el clarinete y el saxofón en la orquesta del pueblo. Ejercía sus trabajos según encargos de sus clientes, de tal modo que se le veía unas veces en la máquina de coser zapatos, otras con las herramientas de soldadura, o con el lente de relojero puesto en un ojo. En sus momentos libres ensayaba sus instrumentos musicales. Acudían muchos clientes, pues las personas del pueblo apreciaban sus variadas habilidades y de paso disfrutaban la música.

La casa del abuelo D. Bibiano Rosado en Espita
La casa del abuelo D. Bibiano Rosado en Espita
El antiguo cine “Libertad” de Espita
El antiguo cine “Libertad” de Espita

En cierta ocasión, en una fiesta del pueblo, llegó para dirigir la orquesta como invitado de honor Don Rubén Darío Herrera, afamado compositor yucateco de bellas canciones vernáculas. Había compuesto una jarana dedicada a Espita, y la orquesta la había ensayado para tocarla bajo su dirección en esa fecha memorable. El tío Beto ensayó con esmero y lució como buen músico en el estreno de la jarana.

Tiempo después, recordando aquellos días, con sentimiento me dijo que la jarana dedicada a Espita, Don Rubén la había dedicado también a otro pueblo: era la misma música y letra, nada más le cambió el nombre. Por supuesto que al compositor le pagaban sus honorarios, así que cobraba doble por el esfuerzo de algunos mínimos cambios. De algo tenía que vivir; al talento había que sacarle provecho.

Continuando con Pisita, ella estudia hasta el sexto grado de primaria y aprende otras cosas – cocina, repostería, costura, bordado – de acuerdo con las costumbres de la época, cuando a la mujer se le preparaba en las artes domésticas para atender su futuro hogar. También se habilita como maestra rural en los primeros tiempos del nuevo régimen revolucionario, actividad que desempeñó durante 30 años en algunos pueblos de Yucatán. En esas correrías la acompañé durante mi infancia.

Contrajo matrimonio con el joven telegrafista Efraín González Domínguez, que había llegado al pueblo para trabajar en la estación del ferrocarril. Efraín fue originario de Motul. Sus padres fueron Don Leovigildo González, del mismo pueblo, aunque emparentados con los González de Umán. Doña Victoria Domínguez Zaldívar, su madre, fue originaria de la ciudad de Izamal, hija de Don Ramón Domínguez, músico originario de España que fundara numerosas orquestas en las poblaciones de Yucatán, incluyendo la primera banda de música de la ciudad de Mérida.

Efraín desde muy joven se dedicó al trabajo; en su pueblo natal únicamente se podía asistir a la escuela en ese entonces hasta el tercer grado de primaria. Ingresó como meritorio en la estación de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán, aquella empresa yucateca fundada en 1875 que comunicó desde finales del siglo XIX, y gran parte del siglo XX, a las poblaciones del estado, en donde adquirió las habilidades de un buen telegrafista, motivo por el que alguna vez lo reclutaron para servir en el ejército de la Revolución. Tiempo después, regresó a su pueblo y continuó con su empleo en diversos puestos de mayor importancia, y en otros lugares, durante 42 años, hasta jubilarse.

La entonces estación central de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán en Mérida
La entonces estación central de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán en Mérida

Don Bibiano Rosado, más por costumbre de resistencia paternal que por razones de peso, se opuso al matrimonio de Efraín y Pisita, aunque pudo más el amor. Se casaron por la Iglesia Católica un tanto a escondidas. En una casa particular se ofició la misa pues la Iglesia, en conflicto con el gobierno de la Revolución – década de los 20s – había cerrado los templos y restringido el culto.

De esta unión nacemos cinco hermanos varones: Armando, el mayor de los hermanos, actualmente Inspector Federal de Educación en Mérida, Yucatán; Jorge Ariel, fallecido en la niñez; Efraín, que llegara a ser Abogado y Director General del Trabajo en el gobierno de Don Carlos Loret de Mola, falleció trágicamente en un accidente de carretera junto con su familia en 1971; el que esto escribe, César Ramón, y José Carlos González Rosado, dedicado a sus asuntos particulares.

[Continuará la próxima semana]

César Ramón González Rosado

La familia González Rosado. En primer plano, Pisita y Efraín. Atrás los hermanos: Carlos, César, Efraín y Armando.
La familia González Rosado. En primer plano, Pisita y Efraín. Atrás los hermanos: Carlos, César, Efraín y Armando.

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