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Recuerdos de Mi Infancia (XXIV) – Reuniones en la Tienda del Tío José del Carmen Barrera Lara

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Recuerdos de Mi Infancia: 1935 – 1938

Hopelchén y Dzibalchén, Campeche

Mérida, Yucatán, México

CAPÍTULO 24

Reuniones en la Tienda del Tío José del Carmen Barrera Lara

Hubo noches sin embargo en que, sin ganas de buscar la compañía de los amigos en aquellos cansados juegos que se acostumbraban, tampoco me encerraba con mis gustados libros de cuentos que me hablaban de hadas y de brujas en los bosques, dragones que echaban humo por las narices, duendes traviesos y animalitos que, poseyendo el don de la palabra, podían convivir con los hombres que los rodeaban. Noches en que, olvidando todo eso, buscaba refugio en la tienda del tío José del Carmen Barrera Lara, que era el sitio donde acostumbraban reunirse las personas mayores afectas a discutir la política y los sucesos mundiales. Era el sitio donde se recibían y se esparcían las noticias que llegaban a nuestro pueblo, y donde se comentaba todo acto social que se hubiese realizado dentro de nuestro medio.

Por esas épocas, y al menos en Dzibalchén, los aparatos de radio no eran cosa común y corriente como en la actualidad. Todavía la electrónica no hacía el milagro de fabricar los aparatos en tamaño tan pequeño, capaces de alcanzar en las bolsas de las camisas o de los pantalones, y de fabricarlos a tan bajos precios para dejarlos al alcance de todos. En esa época era distinto, y precisamente por eso sólo contaban con radio las personas de una posición económica un tanto desahogada. El radio, entonces, era un verdadero lujo que no todos podían tener el gusto de dárselo. Aparte, en el pueblo no había nadie dedicado a la radio electrónica y ni siquiera con conocimientos de ella, por lo que cada reparación significaba un viaje a la ciudad. El que tenía el tío José del Carmen era de 80 cm de alto por casi otro tanto de ancho.

Así que, por esas circunstancias, la tienda del tío José del Carmen era el lugar predilecto de las reuniones para las personas mayores. No precisamente porque el radio de la tienda fuese el único existente en el pueblo sino porque, siendo un lugar asequible a todo el que lo quisiese, lo que no era posible en todas las casas particulares, era allí donde se formaba el mayor grupo de oyentes y era allí donde se podían expresar más libremente las opiniones y los comentarios.

Noche a noche, cuando las manecillas de los relojes marcaban las siete en punto, en aquella reunión se hacía un silencio absoluto para escuchar el noticiero de la XEW que se transmitía desde la ciudad de México. Eran quince minutos en que, aparte de la voz del locutor, bien podía oírse hasta el zumbido de una mosca. Después se desataban las discusiones y los debates políticos. Todos los asistentes cargaban con sus sillas hasta la puerta de la tienda y allí en la propia esquina, unos arriba y otros debajo de ella, se hablaba y se discutía acerca de las noticias.

Pero no era eso precisamente lo que a mí me interesaba, ni lo que andaba buscando cuando me colaba a esas reuniones. Al fin y al cabo, niño de 8 años que era, lo que menos podía importarme era lo que pasaba fuera de mi pueblo y fuera del grupo de los amigos. Solo me limitaba a escuchar, sin tomarle ningún interés al asunto hasta que, agotado el debate y cuando los ánimos ya se iban calmando, se pasaba a temas generales, a temas en que se hablaban de cosas y personas que yo conocía, y que entonces sí pertenecían a mi reducido mundo. A mi reducido mundo en que, más que una guerra civil, me importaba aquel ganado al que estaba acostumbrado a cuidar y a querer al mismo tiempo. Y en el que, más importantes que aquellos generales que dirigían la revolución, lo eran los simples personajes del pueblo que tanto veía y conocía, entre otros el Presidente Municipal, el barbero, el telegrafista y a cada uno de los que allí vivían. Los conocía a ellos y a sus familias y si ellos eran los personajes de mi mundo era, naturalmente, la plática sobre ellos lo que a mí podía interesarme.

Esa era la plática que buscaba al colarme de rondón en el grupo de los mayores. Y esa era la plática que daba origen, de cuando en cuando, al cuento de algunas bromas y anécdotas sucedidas a algunas de esas personas que nos hacían reír a todos: a las personas mayores y al chicuelo que estaba con ellos.

Así que de allí nadie me movía sino hasta que la reunión quedaba completamente disuelta, minutos antes de cerrarse las puertas de la tienda.

De izq. a der. Javier Barrera Zapata, Ermilo Barrera Baqueiro, María Concepción Baqueiro Lara, Raúl Emiliano Lara Baqueiro, José del Carmen Barrera Lara, Rafael Barrera Baqueiro, Renán Rodríguez y Manuel Barrera Baqueiro.
De izq. a der. Javier Barrera Zapata, Ermilo Barrera Baqueiro, María Concepción Baqueiro Lara, Raúl Emiliano Lara Baqueiro, José del Carmen Barrera Lara, Rafael Barrera Baqueiro, Renán Rodríguez y Manuel Barrera Baqueiro.

[Continuará la próxima semana…]

Raúl Emiliano Lara Baqueiro

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