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Cine: La Bruja

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Comenzaré con la recomendación: esta película tiene que verla, simplemente porque películas de este calibre no llegan a nuestras pantallas con frecuencia. Siempre he dicho que una película es exitosa cuando nos deja su huella después de haber salido del cine; cuando, después de ver una película, nos hacemos preguntas o platicamos sobre muchos y variados temas asociado a ella, lo que estamos haciendo tácitamente es reconocer que se trató de una gran película. Eso sucede con este filme: sigue resonando mucho después de haberla visto.

La Bruja es la opera prima del director Robert Egger, basada en un guion que él mismo escribió, llevándonos a la Nueva Inglaterra de los puritanos – la película se ambienta en 1630 –, educándonos en lo estricto de las costumbres que ejercían, en la tan aparentemente reducida escala de valores y creencias, y la manera en que los grandes temores de antaño – capaces de desbaratar una familia – a la luz de hoy no parecieran serlo tanto. Después de todo, ¿acaso nuestra vida actual no está plagada de mentiras “piadosas”, de “dorarle la píldora” a algunas personas supuestamente en aras de la civilidad? ¿Cuánto ha cambiado la naturaleza humana después de casi cinco siglos?

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El director Egger nos muestra la lenta espiral que lleva al abismo a una familia conducida por un padre (William, interpretado espectacularmente por el actor Ralph Ineson) que originalmente conocemos como más recto que todos los de su comunidad, decidiendo abandonarla con su familia ante el relajamiento de lo que él considera importante como reglas de convivencia ante Dios, que se desespera al no poder suministrar a su familia el suficiente sustento para sobrevivir, cayendo entonces en una conducta muy humana: ocultar información pensando en que lo hace por la mejor de las razones, el bienestar familiar.

La bruja del título es un personaje real que asuela a la familia, y que contribuye a dividirla aún más. Sus acciones, a la luz del puritanismo de la época que vivimos en la pantalla, refuerzan el concepto de que la maldad existe desde siempre, y que en esos días el maligno, o sus personificaciones, convivía y estaba presente – dada la rigidez religiosa – en todo lo que se hacía, y cómo entonces resultaba fácil que se posesionara de las mentes más débiles y, sobre todo, de los muy influenciables niños. Recordemos el episodio de las brujas de Salem, en esa misma Nueva Inglaterra norteamericana, en 1692; pues esta película se nutre de ese folklor.

Entre los muchos méritos de la película – entre los cuales es menester mencionar cuán exuberantes, detallistas y ricos resultan la ambientación, los escenarios, la escenografía, el lenguaje, los diálogos, las costumbres y, sin duda, las actuaciones – a mi juicio el mayor es el siguiente: el director no nos enseña el horror a través de imágenes grotescas, o a través de sobresaltos, sino que con singular efectividad juega con aquello que cada uno de nosotros trae en su mente y, a través de una leve insinuación en una escena, hace que aflore en nosotros todo aquello que hemos catalogado y guardado como malo a través de los años. Ahí nace el horror que nos atenaza desde el primer momento que observamos a la familia viviendo en soledad, en medio del bosque: en nuestra interpretación de lo que vemos con nuestros ojos.

Conceptos como el incesto, la herejía, el sexo con menores, la locura, en fin, conceptos que guardamos en nuestros corazones bajo llave, que son oscuros por naturaleza, de repente saltan y nos recorren, incrementando el grado de tensión ante lo que nos imaginamos que podría suceder durante el desarrollo de la historia. Esta es la razón por la cual muchos imberbes asistentes simplemente no logran entender el horror que guarda esta historia: porque su mundo ha sido color de rosa, porque para ellos el horror más bien es terror, es decir, buscan gratificación instantánea, cuando el horror se construye y sale de muy adentro de nosotros.

¿Quieren saber cómo una simple mentira, sobre algo que pareciera trivial y justificable a todas luces, es capaz de destrozar a una familia, de hacer que unos pierdan el respeto de otros? ¿Qué tal observar cómo el despertar hormonal de la juventud era visto en esos días, y qué consecuencias podría tener, cuán cerca del “pecado” podía vivir una familia? ¿Eran acaso las brujas los catalizadores de la sensualidad humana y, por lo tanto, los agentes perfectos del Gran Embustero en aquella sociedad tan reprimida y sofocada por el temor a Dios? Todas las anteriores son preguntas que la película nos hace preguntarnos.

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El rol más importante del filme recae en Thomison (Anya Taylor-Joy), pero su madre Katherine (Kate Dickie), y sus hermanitos Caleb (Harvey Scrimshaw), Mercy (Ellie Grainger), Jonas (Lucas Dawson) y Samuel colaboran estupendamente para mostrarnos cómo el aislamiento, las mentiras, y las influencias malignas son capaces de hundir a la familia más recta y religiosa.

A mi juicio, los últimos 10 minutos del filme son totalmente innecesarios, pero también comprendo que el director quisiera recalcar con el desenlace que lo que hemos visto fue muy real, que fue algo que iba a suceder tarde o temprano. Me hubiera gustado más que dejara a nuestra imaginación lo que sucediera después de la última toma del bosque. Cuando la vean tal vez coincidan conmigo.

La Bruja resuena mucho después de haberla visto. Esa es la marca de una gran película.

Gerardo Saviola

gerardo.saviola@gmail.com

https://www.youtube.com/watch?v=jBbpIdHLdiQ

 – Trailer Oficial de La Bruja

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