Un Noble Ejemplo de Vida

By on diciembre 5, 2014

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Doña Elenita Pech decidió, para finales de la década de los 70’s, mudarse al sur profundo de Mérida dejando el rumbo de ‘Los Cocos’ que comenzaba a saturarse de tráfico con el correspondiente exceso de ruido.

En San Antonio Xluch no había prácticamente nada: las escasas casas que existían estaban rodeadas de un denso monte, a cuatro lejanas cuadras de la ruta del camión más cercano. Pero fue donde ella decidió vivir feliz, sembrando todo tipo de plantas, árboles y criando gallinas, patos, pollos, gansos, cerdos, gatos y una perra que decidió ‘regalarse’ a la familia.

Con los años, la colonia fue creciendo en habitantes, construcciones y problemas. No por nada esa zona era (y sigue siendo) una de las más pobres de la ciudad. En efecto, así como fueron surgiendo la primera escuela, el primer rústico campo deportivo, la primera capilla, lo hicieron las primeras pandillas. Aunque nuestra protagonista siempre se mantuvo ajena a su mala influencia, ella tenía mejores ideas y objetivos positivos.

Doña Elenita inició en 1978 el grupo de San Vicente de Paul, con nueve voluntarias, para apoyar a los ancianitos abandonados o desatendidos de la colonia. Un año después, inició el catecismo en la capilla de San Antonio de Padua con ocho integrantes.

En 1994 solicitó a los miembros del Colectivo Metalmorfosis apoyo para realizar una fiesta para los niños del catecismo, quienes siempre pasaban una triste navidad. Uniendo esfuerzos con varias personas, fue posible realizar una posada en la que los chamacos recibieron regalos, bocadillos y gratos momentos de diversión persiguiendo a una improvisada ‘pantera rosa’.

Con el paso de los años muchos colegas y amigas se sumaron y abandonaron la labor pero, cada navidad, los juguetes llegaban a San Antonio Xluch, a esa humilde capilla donde también se otorgaba despensas y desayuno a los ancianitos asistidos por las vicentinas. El proyecto no se detuvo ni con el deceso de su impulsora en el año 2004.

A 21 años de distancia, seguramente desde el cielo, doña Elenita sonríe al ver que su propuesta sigue vive gracias a la nobleza de muchos ciudadanos que comprenden que, en la vida, lo importante es saber otorgar alegría a nuestros semejantes.

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Ricardo D. Pat

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