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Recuerdos de Mi Infancia (XXI) – Recordando a los tíos José Concepción Lara Baqueiro y América C. Lara Negrón

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Recuerdos de Mi Infancia: 1935 – 1938

Hopelchén y Dzibalchén, Campeche

Mérida, Yucatán, México

CAPÍTULO 21

RECORDANDO A LOS TÍOS JOSE CONCEPCIÓN LARA BAQUEIRO Y AMÉRICA C. LARA NEGRÓN

En aquel tiempo vivíamos en una casita situada enfrente a la entrada lateral de nuestro atrio. Eso le solucionaba en parte a nuestros padres nuestra marcha a la escuela, ya que solamente tenían que vigilar que cruzáramos la calle y alcanzásemos las escalinatas para que, cruzando por el frente de la iglesia, llegásemos directamente hasta nuestros mismos salones de clases.

No era precisamente una casa, sino sólo parte de otra muy grande que era propiedad de los tíos José Concepción Lara Baqueiro y América C. Lara Negrón. Los tíos José Concepción y América eran primos, ya que sus padres igualmente lo eran. El tío José Concepción era hijo de Emilio Lara Sánchez y Dolores Baqueiro Montero, y la tía América era hija de Juan Evangelista Lara Toraya y Rosaura Negrón Domínguez.

El tío José Concepción le rentaba a mi padre una parte de la casa, precisamente porque era muy grande. Era demasiada casa para solo una familia, aun cuando fuese un poco numerosa, como en realidad lo era la del tío: una familia formada por él, su esposa, y sus hijos María, Hernán, Otto, Irma, Rosa Emma e Iván. Ellos ocupaban la parte principal que miraba a la plaza y nosotros, como dije antes, la parte que miraba hacia el atrio. Todavía se rentaba una pieza más, que era la que formaba la esquina, al doctor que por ese entonces estaba en el pueblo. Esa era la única pieza que quedaba completamente aislada, porque tanto la que ocupaba el tío como la que vivíamos nosotros quedaban comunicadas por el patio y el jardín, que venía siendo cosa común. Eran demasiado grandes y demasiado suficientes para las dos partes de la casa.

El patio trasero, en su mayor parte, estaba descuidado y lleno de abrojos, ya que en verdad hubiese sido demasiado difícil tenerlo siempre limpio con esas proporciones tan grandes que tenía. Así que todo el cuidado de las dos familias se concentraba en el hermoso jardín que formaba la parte delantera de ese patio: Un jardín siempre lleno de flores, en el que destacaban las buganvilias y las maravillas. Las buganvilias, en extensas enredaderas formando emparrillados para proporcionar fresca sombra, y las maravillas a todo el rededor de la hermosa fuente que se levantaba en el mismo centro del jardín. Era, repito, una fuente muy bonita que en su parte exterior, más o menos a la mitad de su altura, formaba una banca circular que la rodeaba por completo y en donde, por las noches, algunas veces se sentaban nuestras familias a gozar del tiempo, de las flores y de la plática.

No menos agradable que todo eso eran los recuerdos que tenía de algunas tardes que, acompañando a mi madre, pasábamos en la casa de la tía América, mientras las dos se dedicaban a la confección de dulces y pastelillos, para que por la noche pudiésemos darnos gusto en la cena.

Era tan grande aquella casa que contaba con su propio horno, como los que se utilizaban en las mismas panaderías. Era una pieza especial, situada a un lado del jardín que exclusivamente se dedicaba para esos menesteres. Y era en esa pieza donde pasábamos la tarde, casi entera, observando todo el proceso de la fabricación: desde la preparación de las levaduras hasta la sacada del pan del horno, ya terminado, mediante las larguísimas paletas de madera que acostumbraban utilizar los panaderos en su trabajo. Aquello, en ocasiones, se repetía hasta dos o tres veces por semana.

[Continuará la próxima semana…]

Raúl Emiliano Lara Baqueiro

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