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Popol Vuh (XXX)

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XXX

Y así, sin interrupción, dijeron los nombres de los que allí estaban sentados. A los señores de Xibalbá no les gustó que los recién llegados supieran de antemano sus nombres que tenían por secreto. Tuvieron esto por mal agüero. Por esta causa, con rudeza dijeron:

–¿Quiénes sois vosotros?

Los hermanos dijeron:

–No lo sabemos.

–¿Quiénes fueron vuestros padres?

–Tampoco lo sabemos.

–¿Acaso sois, entonces, los seres a quienes mandamos llamar?

–Debíais adivinarlo.

–Si sois quienes creemos, decidnos si queréis jugar con nosotros.

–Sí, queremos, que para eso hemos venido.

–Jugaremos entonces.

Avanzaron juntos, y cuando llegaron a la Plaza de Juegos, los de Xibalbá, a traición, quisieron herir a los hermanos. Hunahpú fue lastimado en el hombro y por su brazo escurrió un hilo de sangre. Los hermanos, recatándose, dijeron entonces a los señores que les seguían:

–¿Acaso nos queréis dar muerte? ¿Tanto nos odiáis? ¿Para hacernos mal nos habéis llamado? La verdad, no lo hubiéramos creído. ¿Este juego va a ser de engaño o de amistad? Si es lo primero, les decimos que mejor no hubiéramos venido; fuimos imprudentes al obedecer sin más insistencia de parte vuestra. Pero ya que en mala hora llegamos, creemos que nos debemos ir.

–No os vayáis, muchachos, que luego jugaremos en paz –se apresuraron a decir los señores.

–Así lo haremos, si éste es vuestro deseo –contestaron los gemelos.

Dijeron esto sin inclinar la vista ni alterar la voz.

Al amanecer del día siguiente se presentaron los gemelos, conforme se les había ordenado. Bajo la sombra de los muros de la Plaza de Juego se encontraron con sus adversarios. Jugaron entonces como sabían hacerlo; unas veces pegando a la pelota con los pies otras con los cuadriles, nunca con las manos. Las manos las mantenían inertes, en alto, ociosas. Sólo en ciertos trances las usaban, valiéndose de palas. Así jugaron y vencieron. Los de Xibalbá, llenos de ira, oyeron la sentencia de los jueces que, conforme a las reglas del juego, era inapelable. Entonces dijeron a los gemelos:

–Está bien; nos habéis derrotado, pero no por esto os daremos libertad; antes, os advertimos que tomaremos por la fuerza el ánimo de vuestra vida. Os someteremos a las pruebas que la costumbre establece en nuestro predio. Habéis ganado lo que depende del azar, pero no habéis ganado lo que depende de nuestra voluntad.

Los gemelos permanecieron callados. Entonces, los señores dijeron:

–¿Qué haremos para derrotarlos y tener derecho sobre sus vidas?

–Sometámoslos a las pruebas de antaño.

Otro añadió:

–Es lo debido. No podrán salir con vida de ellas, tan terribles son. Así perecieron los que eran gentes de saber y de fuerza.

Todos concluyeron:

–Hagámoslo así.

Los llamaron y les dijeron:

–Venid y sentaos en estas bancas.

Pero los hermanos no obedecieron, porque sabían que aquellas bancas estaban calientes. Al ver los señores que los gemelos se resistían, dijeron:

–Está bien, no os sentéis pero, sin excusa, entrad en la Cueva del Humo o Casa Oscura.

Los muchachos no contestaron y se dejaron tomar como si fueran prisioneros. Los llevaron hasta la entrada de la cueva que se dice y, antes de abandonarlos dentro de ella, les dijeron:

–Aquí están las astillas y el tabaco que necesitáis para pasar la noche. Mañana vendremos a ver lo que habéis hecho.

Los dos hermanos tampoco dijeron nada y entraron en la cueva. Ya dentro de ella pensaron e hicieron lo siguiente: mojaron las astillas en agua roja para que parecieran encendidas, enrollaron el tabaco y a cada rollo le pusieron en la punta un cocuyo. De esta manera pasaron la noche sin dormir y haciendo como que fumaban. Al alba dijeron los señores de Xibalbá que fueron a visitarlos:

–Ya lo veis, hemos fumado lo que nos disteis, pero no hemos concluido ni las brasas ni el tabaco. Allí está lo que sobró.

Los de Xibalbá vieron, con asombro, que había sobrado todo. Entonces tomaron de nuevo a los hermanos y maniatados los llevaron delante de los que mandaban. Estos, irritados, metieron a los muchachos en la  Cueva del Frío. Dentro de ella Hunahpú e Ixbalanqué se defendieron de las ráfagas heladas que azotaban sus carnes encendiendo maderas secas. Cerca del suave calor de una fogata pasaron la noche.

Al día siguiente, al ver los de Xibalbá que los prisioneros vivían, ocultaron su ira dentro de sus corazones. Tomaron otra vez a los gemelos y los llevaron a la Cueva de los Tigres. Dentro de ella los hermanos dijeron a las fieras hambrientas que los acosaban:

–Comed de esta carne, gustadla, es buena.

Mientras tanto los señores de Xibalbá decían:

–Ahora sí serán vencidos. Nadie les prestará socorro. De ellos no quedarán ni los huesos.

Pero al amanecer los encontraron sanos y salvos.

Decidieron entonces meterlos en la Cueva del Fuego. Sin que se sepa cómo, los hermanos se libraron también de las llamas y de las chispas que por todas partes había en aquel lugar. Al ver esto, los de Xibalbá se desesperaron. Los condujeron a la Cueva de los Pedernales y de las Lanzas.

–Desde este encierro tendréis que cumplir otra prueba. Queremos ahora cuatro ramos de flores.

–¿Qué flores queréis? –contestaron los huérfanos.

–Queremos flores rojas, amarillas, blancas y no otras.

–Las tendréis. Dadnos el tiempo necesario que estiméis justo para buscarlas y juntarlas.

–Tendréis el tiempo preciso. Ahora, para nuestra seguridad, no os moveréis del fondo de la cueva.

Los muchachos, en silencio, se recogieron en el fondo de la cueva.

Mientras tanto, los señores de Xibalbá, desde sus casas, espiaban y decían de los gemelos:

–Ahora sí serán vencidos porque ¿dónde, en estos tiempos, podrán encontrar las flores que les hemos pedido? Jamás podrán encontrar las flores que les exigimos. El campo está seco y no crece ni una brizna de hierba. Las flores que les pedimos solo existen en nuestros jardines, los cuales están cercados y vigilados. Si no traen las flores, los declararemos vencidos y entonces los sacrificaremos conforme a nuestro derecho.

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

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