Perspectiva
¿Intervenir o Dejar Ser?
“Si eliges no decidir, eso también es tomar una decisión”
– Freewill, Rush
Habiendo experimentado tres divorcios, y después de saber que en al menos uno de ellos mi padre detectó con antelación cosas que yo simplemente no detecté, que no me dijo y que, de haberme comunicado, posiblemente me hubieran hecho reconsiderar mi decisión, elegí desde hace varios años no dejar que mis hijos cometieran los mismos errores que yo he cometido y, por lo tanto, decidí no asumir la postura de No Intervención que mi progenitor tomó.
“Si piensan que no voy a decirles lo que veo mal en sus relaciones de pareja, no hacerles una observación que posiblemente les pueda evitar algunas de las amargas experiencias que he vivido, están muy equivocados; tengan por seguro que no me quedaré callado”, es lo que les he estado diciendo desde hace varios años. En realidad, lo anterior aplica a cualquier cosa preocupante que observe en ellos, y no solamente a sus relaciones de pareja.
Alguna vez mi hijo mayor me preguntó qué haría si alguna vez él estuviera en la cárcel. Mi respuesta fue: “Si no tuviste la culpa de lo sucedido, te defenderé con todos los medios posibles, hasta lograr que te liberen; si fuiste responsable, entonces con mucho amor te llevaré comida y cigarrillos a la cárcel, hijo mío, hasta que pagues las consecuencias de tus actos.”
Es un difícil arte decidir cuándo intervenir y cuándo dejarlos ser, porque al dejarlos ser estamos eligiendo que posiblemente se lleven unos buenos golpes, y no hay padre que desee ver lastimados a sus hijos. No lo hace nada fácil que el contexto y la atmósfera bajo la cual nosotros fuimos crecidos difiere mucho de la manera en que las relaciones se dan en estos días. Es otro mundo el que ellos viven ahora, uno en el que parece privilegiarse el placer fugaz e inmediato, en vez del placer que proviene de la espera y la anticipación, del esfuerzo y la recompensa después de los desvelos.
¿Cuál es el criterio entonces que debe aplicarse en una situación determinada? Primero que nada, es necesario que tengamos una adecuada comunicación con nuestros hijos, que participemos en sus actividades, en su mundo, que nos enteremos de sus amistades, de sus actividades, en fin, que nos interesemos por ellos y por lo que hacen. Si no hay comunicación entre padres e hijos, si crecen “libres”, entonces será casi imposible que podamos ayudarlos cuando se enfrenten a situaciones que salgan de su zona de solución.
Cuando ellos nos platiquen algo que planean hacer, o los observemos participar en alguna actividad que aún no se da, con la experiencia de nuestros años visualicemos las posibles consecuencias de las decisiones de nuestros hijos. Recordemos que no actuar también es una decisión, y que también trae consecuencias, positivas o negativas.
Si en nuestro análisis detectamos que algo pudiera salir mal, lo inmediato es sopesar qué tan mala pudiera ser la experiencia, y cuánto podría afectarlos. Si las consecuencias son mínimas, o el resultado final pudiera ser una enseñanza, dejémoslos ser. El límite de la intervención nace en la frontera en la cual nuestros hijos pueden resultar dañados física o moralmente con algo que vivan, o cuando pudieran enfrentar problemas con la ley. De ahí la importancia de saber qué es lo que hacen, sus agendas y, si no nos lo dicen de manera natural, preguntarles frecuentemente acerca de sus planes.
Todo lo anterior lo traigo a consideración porque mi hijo mayor está de novio con una buena chica y, en un evento en el que coincidimos, observé algunos rasgos del comportamiento de él que me llamaron la atención. Debatí largamente si debería intervenir, decirle algo, o si debiera dejarlo ser. Finalmente decidí hablar con él sobre el episodio, y el resultado fue una de las mejores pláticas que hemos tenido acerca de las relaciones de pareja, lo cual me reforzó que hice lo correcto.
Desde esta perspectiva, la base de todo es la comunicación con nuestros hijos. Dejémoslos ser, sí, para que aprendan a hacerse responsables también; sobreprotegerlos no producirá sino hijos dependientes, incapaces de saber qué es bueno y qué no lo es. Si no se conocen las consecuencias, si no se ha vivido una mala decisión, ¿cómo saber que una decisión es mala? ¿Cómo evitar decidir mal nuevamente?
Pero en todo momento, hagámosles saber que deben preguntar y evaluar antes de actuar, antes de decidir, porque una mala acción o una mala decisión puede tener consecuencias funestas, y ninguno de nosotros desea eso para sus hijos.
Gerardo Saviola