XII
SIN MUERTE NO HAY VIDA
Pasó tantos días en soledad que, por causa de la ansiedad, le desaparecieron poco a poco los dedos de las manos.
Casi al mismo tiempo le comenzaron a crecer raíces en los pies.
Un día como cualquier otro, mientras regaba las plantas de su hermoso jardín, decidió sin más que ya era tiempo de cortarse las uñas de sus pies.
Con gran dificultad consiguió terminar su ardua labor.
Así, luego de dormir placenteramente esa noche, no volvió a sentir el viento, ni a escuchar el mar; no vio de nuevo la luz del día, ni emitió sonido alguno.
Cuando lo encontraron, años después, de sus largos brazos convertidos en ramas comenzaban a brotarle pequeños frutos dorados.
JORGE PACHECO ZAVALA