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Metamorfosis Cultural

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Introducción

Para conocer cómo la migración, el multi-empleo, y la incertidumbre como hecho constatable en la existencia de un individuo influye en las personas, en sus familias y en su proyecto de vida, se estudió el caso de una persona que por distintos motivos ha venido a Mérida y labora como oficial de limpieza, pero que ha vivido diversas situaciones familiares, personales y que ha desempeñado diversas labores que han impactado en su recorrido existencial y espiritual. Su historia de vida ha sido contextualizada por los distintos momentos históricos, sociales y económicos que ha pasado Yucatán.

Como parte de la bibliografía de apoyo, revisamos el libro de Othón Baños Ramírez intitulado “El caso de la zona henequenera de Yucatán 1980-1992”, en el cual se analiza un experimento social llevado a cabo en Yucatán: la promoción de la modernización, es decir, del libre mercado y el individualismo entre grupos de campesinos pobres, y cómo inciden estas transformaciones macroeconómicas en los ámbitos locales concretos, evaluando de qué forma alteró la vida de la población trabajadora. En el libro se analiza la nueva dinámica de la relación campo-ciudad y las estrategias ocupacionales de los trabajadores.

Otro libro del mismo autor Baños Ramírez – “Yucatán: Ejidos sin campesinos” del año 1989 – analiza las estrategias familiares de supervivencia de los propios productores, las cuales reflejan la presencia de contenidos culturales tradicionales que escapan de cualquier control.

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Un tercer documento de apoyo es la versión PDF de un documento en la web de María Cruz y otros autores – titulado “Diagnóstico sobre la realidad social, económica y cultural de los entornos locales para el diseño de intervenciones en materia de prevención y erradicación de la violencia en la región sur: el caso de la zona metropolitana de Mérida, Yucatán” – en el que se hace referencia, entre otros temas, al derrumbe y liquidación de la empresa paraestatal Cordemex, y sus implicaciones sociales: muchos jefes de familias se quedaron sin sostén económico, debiendo emigrar a la ciudad para emplearse como albañiles, lo cual contribuyó a un desarrollo inmobiliario en la construcción de fraccionamientos para obreros y burócratas que, a su vez, influyó en el crecimiento desordenado de la propia ciudad. Así mismo se menciona que muchas personas optaron por emplearse en la industria maquiladora y que otro grupo más de personas, jóvenes en su mayoría, se dirigieron hacia los polos de desarrollo como Cancún o la Riviera Maya.

La herramienta de investigación social empleada fue el método cualitativo, y la que mejor se ajusta a nuestro estudio fue la etnografía.

Etnografía

Malinowski (1922) es el primer investigador que estableció claramente los métodos etnográficos y sus principios. En la década de 1920, un grupo de investigadores conocidos como la Escuela de Chicago comenzaron a realizar diversos estudios cualitativos. Entre los autores destacan Albion Small, William Isaac Thomas, Florian Znaniecki y el filósofo George Herbert Mead. Thomas y Znaniecki publicaron una investigación en 1927 sobre los inmigrantes polacos, en la cual se utiliza la biografía de los participantes como herramienta de recolección de los datos. Otros estudios se centraron en culturas específicas y grupos urbanos marginados. Margaret Mead (alumna de Franz Boas) publica sus conocidas obras “Coming of age in Samoa” y “Growing up in New Guinea” en 1928 y 1930, respectivamente (Sullivan, 2004; Mead, 2001) y, para 1932, un libro que reseña su indagación sobre la cultura de una tribu india. Posteriormente, en la misma década se agregaron otros estudios de Robert E. Park y Ernest W. Burgess.

La etnografía construye su objeto de estudio como ligado a la discusión de la cultura, inicialmente solo en sociedades consideradas elementales, catalogación hecha bajo el criterio de que tales sociedades no habían accedido a la civilización entendida a la manera occidental. Más tarde, y en contraste, surgirá la llamada etnografía de las sociedades complejas, con aplicaciones a grupos poblacionales específicos, como los viejos, y a ámbitos nuevos tales como la institución psiquiátrica, el aula escolar y la fábrica, entre otros. Ligados a estos desarrollos vendrán, de manera consistente, las propuestas de las denominadas “antropologías urbanas”.

En su nueva acepción, la etnografía desagrega lo cultural en objetos más específicos, tales como la caracterización e interpretación de pautas de socialización, la construcción de valores, el desarrollo y las expresiones de la competencia cultural, el desarrollo y la comprensión de las reglas de interacción, entre otros.

Desde la perspectiva de las fuentes y los medios de recolección de información, los enfoques etnográficos tienen como conceptos fundamentales los de “informante clave” y “observación participante”. En contraste, las historias sociales, asumen los conceptos de testimonio y análisis de archivo, las historias de vida, los de entrevista en profundidad y de análisis de documentos personales; mientras la investigación – acción participativa se identifica más frecuentemente con los de taller y grupo de estudio.

La etnografía en sus diversos matices ha tenido cabida en el análisis cultural de espacios macro como comunidades enteras y en análisis de envergadura cada vez menor como el referido a las instituciones de tipo psiquiátrico, escolar, laboral. En estos últimos casos se ha focalizado el esfuerzo hacia el desentrañamiento de los sistemas de creencias, valores y pautas de comportamiento que por un lado sostienen el statu quo, pero, por otro, hacen viable el cambio y la innovación de esas realidades.

Desarrollos más específicos han dado lugar a prácticas como la etnopsiquiatría y la etnoeducación, entre otras.

Metodología

Para el caso, consideramos que el método que mejor se ajusta a las necesidades de este análisis es el de las historias de vida porque nos permite conjuntar los acontecimientos más significativos en la vida: desde la infancia hasta el momento en que nos sentamos a rememorar el camino que se ha andado. Nuestra principal herramienta para desarrollar el trabajo es la memoria, la formación de nuestra familia, el contexto socioeconómico en que hemos vivido. El apoyo para este tipo de trabajo es variado. Aquí es preciso mencionar que en cada persona hay una voz propia, única y original.

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El acceso al trabajo de campo fue a través de la misma persona. Para nuestra investigación se seleccionó a una persona, de origen campesino, henequenero que trabajó como empleado de una granja, luego como albañil y ahora después de un accidente, trabaja como oficial de servicio de una empresa.

Con don Eduardo coincidí varias veces en el autobús de transporte urbano, y en una tienda de conveniencia hemos compartido la mesa en el horario del almuerzo. Le comenté acerca de mi trabajo de investigación y le pedí me dejara hacerle algunas preguntas relativas a su vida laboral.

En un primer momento le tomó por sorpresa la petición, y luego me dijo que no tenía mucho que decir sobre él mismo. Le argumenté que todas las personas, por muy pocas cosas que crean saber, son guardianes o portadores de conocimientos y saberes. Le insistí un poco y aceptó que conversaría conmigo. Le mostré las preguntas y accedió a que le entrevistara en el anexo de la guardia del edificio donde trabaja en el horario del almuerzo.

  • ¿Cómo era su vida, sus ocupaciones, su actividad cotidiana en los años en que vivió en su comunidad rural?
  • ¿Cuál fue el motivo que le impulso e hizo que tomara la decisión decidió venir a trabajar en la ciudad?
  • ¿Cómo fue su vida en esos primeros años?
  • ¿Qué cambios han habido en su vida?

La conversación y entrevista duró cuatro sesiones: tres en las que me dijo lo más importante, y una última sesión para corroborar detalles o situaciones que destacaban sobre las demás.

Para la entrevista se utilizó el formato no estructurado o entrevista abierta: “La especificidad de la entrevista no estructurada está en la individualidad de los temas y del itinerario de la entrevista. El entrevistador tiene como único cometido el de sacar, a lo largo de la conversación, los temas que desea abordar. El entrevistador dejará que el entrevistado mantenga la iniciativa de la conversación, limitándose a animarlo o a incitarlo a que profundice cuando toque temas que parezcan interesantes. El entrevistador, además de esta función de aliciente y de estímulo, desempeña también una función de control, atajando las divagaciones excesivas, vigilando que la entrevista no degenere hacia cuestiones totalmente carentes de conexión con el tema analizado. El entrevistador deberá reconducirla al núcleo principal.”

La categoría de análisis fue el aspecto laboral.

Don Eduardo es un ejemplo de los miles de campesinos que se quedaron sin su fuente de trabajo como consecuencia del cierre de la planta Cordemex. Él sufrió indirectamente los efectos debido a que se le empleaba como chapeador de los planteles de henequén. Cita que, cuando no había trabajo, acudía a otras comunidades a buscar “chapeo”.

Luego, debido al programa de reordenación henequenera con el cual se fueron diversificando y encontrando alternativas al monocultivo del henequén, también se le empleó en una granja.

Derivado de la debacle de la industria henequenera por causas internas como externas, y debido al desarrollo inmobiliario que se dio y que sigue ocurriendo en la ciudad de Mérida, se sumó a los migrantes locales que se emplearon como albañiles en los fraccionamientos que se edificaron en la ciudad. A raíz de un accidente, y de no poder desempeñar trabajos en los cuales es necesaria fuerza y equilibrio, hubo de encontrar trabajo como oficial de limpieza.

También se platicó con él aspectos de su vida espiritual, y de su tránsito por comunidades religiosas como los Presbiterianos y Adventistas del Séptimo Día, todo ello a causa de su desesperanza, tristeza y soledad, indicando que previamente recurrió a las lecturas de la Biblia.

Durante el desarrollo de las entrevistas se desecharon aspectos y detalles exclusivamente personales, como los problemas por la venta de un terreno de su padre, sobre su vida matrimonial, cómo se accidentó, su estancia en el hospital, su convalecencia y rehabilitación.

Estación del Ferrocarril en Lepan
Estación del Ferrocarril en Lepan

Entrevista

Nuestro entrevistado pide que solo se le llame Eduardo. Es originario de la comunidad de Lepan, comisaría del municipio de Tecoh, localidad ubicada al sur de la ciudad de Mérida, a 45.3 kilómetros. Para él, el nombre de su comunidad –Lepan– significa “El pan”: “Le” que en lengua maya equivale al artículo “El” y “pan”, tomado del alimento. Para acceder a la comunidad hay servicio de taxis colectivos que tienen su paradero cerca del Mercado Lucas de Gálvez y del Mercado de San Benito, sobre la calle 56, en el centro de Mérida. También hay servicio de autobuses en la terminal de camiones de la calle 50, en la popular esquina del “Imposible y Cebencio”. La línea de autobuses cubre la ruta Mérida-Peto, entrando a todas y cada una de las comisarías y sub-comisarías localizadas en la ruta.

La actividad principal de Lepan fue el monocultivo del henequén: un grupo trabajaba en los planteles o henequenales, y otro se ocupaba de la “raspa”, en la planta “raspadora” de henequén de la localidad. Eduardo y sus hermanos pertenecieron a los que se contrataban como chapeadores de los campos de henequén. Cuando el trabajo escaseaba, se iban a las comunidades del sur del estado, como Ticul, Oxkutzcab y Tekax. Allí trabajaban chapeando o deshierbando las huertas frutales. Para él ese trabajo y esa zona le parecían el paraíso: trabajaba a la sombra de los árboles, gozaba del fresco de la tierra húmeda y los patrones le permitían comer toda la fruta que se le antojara. Le decían: “Puedes comer las frutas que quieras, no creo que te las gastes todas”. Su mayor temor era encontrarse con una serpiente ratonera, las que se conocen como “och can”. Aún muertas les tenía pánico.

La raspadora de Lepan era una planta desfibradora del agave: la hoja de henequén entraba a la maquinaria y salía convertida en sosquil, materia prima para costales, sogas, mecates y otros productos. Luego Banrural entregó esa planta a los campesinos para que la administrasen, lo cual fue un fracaso: la planta quebró. Actualmente, de la “Casa de máquinas” solo quedan las paredes y los pisos. Otras partes se derrumbaron, quedando al descubierto los vestigios de la máquina de vapor y del motor diesel.

Luego se impulsó la industria agroporcina: se constituyó la granja, se construyeron chiqueros, se les dotó de sementales, vientres, alimentos y medicinas. De nueva cuenta se les entregó a los campesinos como cooperativa, y de nuevo quebró en sus finanzas. Cuando esto sucedió, los socios se repartieron las láminas galvanizadas de las porquerizas, pero lo demás se quedó. El socio delegado pidió la camioneta, y otro particular solicitó la cesión de los terrenos e instalaciones, donde fomentó de nueva cuenta la cría de cerdos y reses.

Durante casi todo el siglo XX, la economía de Yucatán dependió de la producción de la fibra del henequén. Salvador Alvarado liberó a los indígenas del yugo de los hacendados e implantó una serie de logros sociales para una región que había permanecido en el aislamiento. En 1935, el presidente Lázaro Cárdenas expropió las plantaciones henequeneras, y las entregó en calidad de ejido a los campesinos.

Las administraciones federales presentaron programas como el de “Reordenación de la Zona Henequenera” pero, debido a diversos factores como la popularización de materiales sintéticos más resistentes, la competencia de otros productores en el mercado internacional y los bajos costos, el henequén, la fibra y sus productos cayeron en sus ventas.

El Estado mexicano decidió poner fin a la paraestatal Cordemex mediante la liquidación de la industria en 1992, y con ello decenas de miles de campesinos y sus familias se quedaron sin su fuente de ingresos.

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Después de estas experiencias, trabajó como empleado y velador en la granja porcícola y avícola “Kaki”, tanto en Lepan como en la comisaría de Tahdzibichén.

Mientras trabajó en la granja no podía tener otro empleo. Todo el día lo pasaba ahí: lavando chiqueros, dando de comer a los animales. Por ganancia percibía 120 pesos semanales, y él mismo se decía: “¿Qué voy a hacer con esto?”. El dinero se lo daba a su mamá para que cocinara y comieran él, su esposa y sus hijas. Esta situación comenzó a molestarle a su esposa, que le reclamaba que no tenía dinero para ella para pagarse caprichos como comer “charritos” o tomarse una coca cola. Eso, y otros problemas que surgieron, lo motivaron a venir a Mérida para trabajar como albañil.

Eduardo recuerda que, cuando se liquidó en 1992 a los socios ejidatarios de Cordemex, muchos compraron cerdos para criar en los patios de sus casas, y reses “de poste”, pero luego todo se acabó y empezó la gente a venir a Mérida a trabajar como albañiles. Él se sumó a esa ola de migrantes locales.

Vino con su hermano que era “maistro”, y comenzó a trabajar en el fraccionamiento “Las Águilas” como “chalan”, es decir, como ayudante de albañil. Descubrió que su hermano no le daba lo que en realidad percibía como sueldo, por lo que se separó de él y, con otro albañil, se emplearon con otro contratista en el mismo fraccionamiento. Con ese contratista se fueron a trabajar al fraccionamiento “Pensiones”, en la tercera y cuarta etapas. En ese tiempo dormía en la obra y, cuando no se podía, dormía en la “Casa del Pueblo”, donde le cobraban dos pesos por su “catre”, que en realidad eran dos cartones. En la mañana pasaba al Mercado “Lucas de Gálvez” para desayunar un tazón de mondongo, compraba una “bola” de pozole para su almuerzo, y por cena comía una barra de pan francés y una coca cola. Viajaba semanalmente a su pueblo para llevar el dinero que ganaba.

La ciudad de Mérida experimentó un importante crecimiento urbano a partir de un proceso de abaratamiento del suelo. En 1986 Mérida tenía 8 mil 500 hectáreas construidas y, debido a los procesos de expropiación de los ejidos henequeneros abandonados, se pusieron en manos del Estado miles de hectáreas. En 15 años, el Estado remató un espacio del mismo tamaño de la ciudad, y lo usó para el pago de prebendas y favores políticos, para cooptar corporativos de sindicatos de taxistas y camioneros. Empero, el gran negocio fue con los vivienderos. Por ejemplo, el suelo para el fraccionamiento Francisco de Montejo se vendió, prácticamente, en 5 centavos el metro cuadrado, y ahí se construyeron y se vendieron 10 mil viviendas (Ramírez, entrevista, 2009. En Cruz, María et al. Diagnóstico sobre la realidad social…).

Desde mediados de los setenta, y a lo largo de los ochenta, la construcción de vivienda y el negocio de hacer ciudad funcionaron como válvula de escape para mitigar la crisis final de la industria, hasta constituirse en la más importante fuente de empleo, y en la segunda rama de inversión pública y privada. De este modo se incorporó al mercado del suelo urbano, entre 1985 y 1992, una superficie ejidal antes invendible equivalente a 70% de la superficie urbana de Mérida en 1990 (12 mil 391 hectáreas). Ningún predio de propiedad privada fue afectado (ibíd).

Fue por esta época cuando sufrió el accidente: cortando unas ramas de ramón cercanas a un poste, recibió una descarga eléctrica que lo dejó con lesiones y secuelas que le impiden caminar correctamente. Convaleció en el hospital casi tres meses. Durante un tiempo trabajó como auxiliar de limpieza en un minisúper, haciendo trabajos livianos: acarreando bolsas de “mercancías” o limpiando anaqueles. Por este tiempo su esposa le dio malos tratos, le ponía malas caras, comía primero con sus hijas y luego le servía a él su comida o comía solo. Cuando hablaban, ella miraba a otra parte, no le “sostenía la mirada”.

Mientras vivió con su esposa profesó la religión católica, se unió matrimonialmente por la iglesia y bautizó a sus primeras tres hijas en esta fe. Cuando era católico, solo iba a misa cada año debido a que “no tenía tiempo”. Los sábados o domingos bebía. En ese tiempo no se sentía bien si no se embriagaba. Debido al alcohol se rompió un brazo, se cortó la frente, se rompió varios dientes, y también fue la causa indirecta de su accidente.

Luego la esposa comenzó a acudir a la iglesia presbiteriana de la localidad y ahí bautizó a sus dos hijas pequeñas. A Eduardo le gustó y comenzó a acudir a los servicios religiosos. Cuando su esposa comenzó a tener un comportamiento incorrecto, o en desacuerdo a la moral de la iglesia presbiteriana, la comunidad la llamó y le dijo que no volviera, porque su actitud no era la adecuada y porque ¿qué ejemplo le iba a dar a sus hijas?

Cuando comenzó a trabajar como oficial de limpieza, conoció a una muchacha que trabajaba en un bar como mesera. La “sacó a vivir”, le puso casa. Era una muchacha con dos niños, casi treinta años menor que él. Esta joven no profesaba ninguna religión, e incluso sus niños no estaban bautizados. Vivieron un año como pareja hasta que ella lo abandonó, llevándose las pocas cosas que tenía: un refrigerador, un” modular”, una TV, y los muebles. No la demandó por robo. Sabe que actuó por influencia de la suegra.

A raíz de que se sintió solo, retomó la lectura de la Biblia. Recibió la visita de los misioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, a la cual se integró y donde ya fue bautizado. Sus conocidos le dicen que perdone y regrese con su primera esposa, pero él prefiere a su última pareja, aunque luego considera que es mejor estar solo.

Don Eduardo
Don Eduardo

Actualmente trabaja como oficial de limpieza y por su cuenta “arregla”, asea domicilios en los fraccionamientos del norte de Mérida. Vive en la colonia María Luisa, al sur de la ciudad, en una zona adyacente a la base militar conocida como la 42 sur, en una casa que un hermano le presta. Ésta es una construcción de block y techos de concreto. Fomentó un jardín en el cual hay matas de chile habanero.

A Lepan regresa de vez en cuando, pero sus visitas son cada día más esporádicas.

Resultados y conclusiones

Cuando Cordemex liquidó a los ejidatarios, algunos se convirtieron en albañiles, otros se fueron al polo de desarrollo que es Cancún, unos pocos al extranjero, y un porcentaje más se contrató como obreros en las maquiladoras que subsanaron en parte la falta de empleo en la entidad.

Así mismo, ante el caso de desamparo y desesperación espiritual, optó por una comunidad cristiana, aspecto quizás general por la problemática social y económica que ha hecho que proliferen diversas iglesias de Cristo, llámense como se llamen, y que cada día tengan más adeptos.

Como en el caso de Eduardo, muchas personas optan por salir de su comunidad ante la nula existencia de opciones laborales.

Un aspecto que se observó en Eduardo es que durante las conversaciones siempre utilizó modismo yucatecos, muy pocos fueron en maya. Sin embargo, en una ocasión se le preguntó si sabía lengua maya, y se percibió de su parte un desconcierto. Esta actitud hace pensar que, puesto que vive en la ciudad, considera que su comportamiento debe ser de mestizo, de catrín, dejando de lado su lengua materna. Dada la tensión discriminatoria latente en la sociedad blanca meridana, posiblemente considere que tendría menos oportunidades de trabajo si se hiciera notar y se comportara como indígena. Así mismo, se observó que su vestimenta era juvenil: camisetas y camisas de colores intensos, con leyendas en inglés, pantalón de mezclilla y un portafolio. Usa tenis o sandalias modernas de las llamadas playeras, productos que se dice son originarios de Belice y que se consiguen en el mercado “Lucas de Gálvez”.

El caso de Eduardo es semejante social y económicamente hablando a la situación que vivieron personas adultas como él. En el tiempo que les ha tocado vivir, han trascendido transversalmente por diversas situaciones socioeconómicas de su entorno, modificando sus modos de trabajo, de vida y sus expectativas.

Juan José Caamal Canul

Fuentes Bibliográficas

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