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Mérida en Pedazos

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Toda piedra sobrepuesta, toda pared, cada marquesina, ventana, balcón pertenece al patrimonio arquitectónico social y, en particular, de la sociedad. Cada construcción civil, militar, religiosa pertenece a una época, a un ambiente social, a un paréntesis temporal dentro de la continuidad de los siglos. Cada obra que el hombre haya edificado fuera de las cavernas pertenece a los ayeres y porvenires.

¿Cómo honraremos la historia de la ciudad si derribamos, demolemos y borramos del mapa sentimental cada esquina, cada rincón? ¿Cómo reconstruiremos nuestra historia si le extraemos las ventanas a un fachada, si le emputamos detalles?

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Somos una ciudad herida, somos una ciudad que se desangra en cada edificio que dejamos caer, derribar, o cada vez que levantamos una construcción que se antoja y designa como “moderna y funcional”.

¿Es posible que convivan la ciudad moderna y la añeja metrópoli?

Perder la ciudad es también perder partes de nosotros mismos. Quizá solo nos queden instantes atrapados en placas fotográficas, y quizá ya ni eso, solo una pantalla que traduce algoritmos que nuestra mente revela como imágenes.

Si arribamos al lugar común que dice que los ojos son el espejo del alma, permítame platicarle que la otra noche caminé por la emérita ciudad y me encontré con ventanas como cuencas vacías donde solo habitaban las tinieblas. Fue una visión del centro, fue una revelación del destino, y de nuestro porvenir como ciudad.

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Otro día, otro espacio, mientras transitaba por el Periférico observé los trabajos de edificación del nuevo Congreso del estado: estructuras metálicas, planchas de acero, tabla roca, cristales, materiales perecederos. ¿Acaso la arquitectura no es símbolo y representación del poder político, económico, militar y cultural, o lo fue?

Nada se construye para los próximos cincuenta años.

Pienso en aquellos arquitectos de lo que hoy llamamos imperios y estados totalitarios, que soñaron edificar ciudades ideales para mostrar al mundo su poder e ideología. Aún perduran ejemplos y, también, algunos se perdieron en las cenizas de la derrota militar.

En el otro extremo, por citar un ejemplo, Niemeyer y Brasilia perdurarán por siglos en la memoria colectiva mundial.

Acaso el poder semeja aquella película de hace algunos ayeres que nos mostraba una metáfora futurista: es la fortaleza oscura que aparecía y reaparecía en distintos sitios, sin un lugar fijo y permanente.

¿Acaso no es éste el comportamiento del poder económico y la economía mundial?

¿Acaso no el de la globalización?

¿Acaso no el de la Red de redes: en un lugar, en todos y en ninguno?

Juan José Caamal Canul

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