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La decadencia del Lenguaje

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Opinión

JORGE PACHECO ZAVALA

Es innegable que, cuando el lenguaje decae, ha comenzado a gangrenarse el espíritu de una nación. Octavio Paz, el único poeta mexicano Premio Nobel de Literatura, dijo alguna vez: Lo primero que se descompone en una nación es su lenguaje. ¡¡¡Cuánta verdad!!! Sucede que, cuando la palabra ha perdido su valor, la usamos como moneda de cambio sin pensar en las consecuencias. Ejemplo de lo anterior lo tenemos en expresiones como: “Claro, mañana te llamo…”, “Cuenta conmigo siempre”, “De veras que te pago apenas pueda”, “Hubiese querido acompañarte, pero estuve ocupado”. “Yo llego, no te preocupes…”

En ninguna época como en la presente el lenguaje había sido tan prostituido, tan degradado, tan ultrajado. Hemos retornado al tiempo de la Babel antigua, cuando las confusas mentes no lograban comprender las diversas expresiones producto de un inextricable lenguaje. Hablamos mal y entendemos mal lo que escuchamos; escribimos mal y entendemos mal lo que leemos cuando, gracias a la pandemia (que nos vino como anillo en dedo, ironía incluida) ahora todos son escritores. A Oscar Wilde se le olvidó considerar que, aunque todos podemos escribir cuando tenemos algo qué contar, no todos hemos desarrollado la habilidad para hacerlo, o no todos hemos nacido con un don para escribir (vena literaria).

La palabra suele ser mágica cuando se le conoce y se le trata con respeto; sin embargo, puede también estar vacía y carecer de sentido cuando se le usa mal. La palabra puede matar o puede vivificar.

En su libro “Minucias del lenguaje”, el filólogo Moreno de Alba comenta la forma en que el lenguaje evolucionó: En el transcurso de la evolución humana, llegó un momento en que el hombre fue capaz de dar al signo un valor simbólico. Esto es, significado y representación.

Hoy nos comunicamos por medio de signos, significados y simbolismos.  Aún podemos ir más allá: somos capaces de agregar a nuestros códigos modernos descripciones que maticen o hagan más comprensible nuestra comunicación. Los especialistas en publicidad o mercadeo saben de la importancia de la elipsis en los bombazos publicitarios (“Decir mucho con poco”).  Es entonces la economía del lenguaje un valor agregado al fenómeno de la comunicación, tanto interpersonal como comercial.  La mucha palabrería confunde, más que convence.

Entonces ¿cómo dignificar el uso del lenguaje?

Primero aceptemos que usamos mal la palabra que es, por mucho, el núcleo constructor y por la que pasan las ideas; las palabras hacen que las ideas tengan forma, color y densidad. Entendamos luego que toda oración está formada por esos vocablos llamados morfemas, de tal modo que la calidad de los morfemas determina en buena medida la calidad de las oraciones.

Pensemos antes de hablar. Si acaso nuestro repertorio de vocablos es pobre, cultivemos ese jardín llamado conocimiento, no para envanecernos, sino para tener opciones al momento de hablar o escribir.

Al hablar cotidianamente, elijamos los morfemas adecuados, aquellos que construyan mejores oraciones, mejores imágenes, mejores representaciones de la realidad; todo con el único y principal fin de transmitir de manera clara una idea. Atención: si la selección de palabras o morfemas es errónea, el mensaje que se transmitirá será difuso. La palabra es el contenedor de todas nuestras imaginaciones.

Consuma buena literatura, una en la que el lenguaje sea estético, en donde las palabras recobren su verdadero significado y valor.

En el año de 1998 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura a José Saramago. En la leyenda que la academia sueca lee entes de la entrega dice: Por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza…

Francisco de Quevedo, escritor español del Siglo de Oro, lo dijo así: Las palabras son como monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.

Recuperemos la importancia y el valor que la palabra contiene.

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