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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XIV

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Tigre de la Luna condujo por muchos días a Hunac Kel hasta los más recónditos rumbos de Mayapán. Fueron invitados de honor tanto de los ricos de la ciudad como de los winicoob, moradores de chozas endebles infestadas de mosquitos y alacranes. Los ricos sacrificaron puercos y guajolotes para agasajar al rey, los winicoob les sirvieron de comer en el mismo suelo, sobre un paño limpio, carne de iguanas cogidas en los patios, y frijoles aguados y desabridos si no fuera por el mucho chile que les habían añadido. Los ricos contaban con decenas de esclavos y cocineras encargados del servicio a los comensales; los winicoob, peones de las milpas, no podían darse ese lujo, pero disponían siempre de los infatigables brazos de sus hijas y de sus esposas para preparar y servir el almuerzo.

Hunac Kel estaba conmovido. Una tarde, al retirarse de la choza de uno de los winicoob, donde sólo había comido frijoles, chile y tortillas, le preguntó a su maestro:

–Apenas si mal comen estos desgraciados. ¿De dónde sacan las fuerzas para sembrar y cosechar el maíz en las milpas? ¿Qué podemos hacer, querido viejo, para arrancarlos de la postración en que viven?

Tigre de la Luna, que entendía de la naturaleza de las cosas y la triste situación de los winicoob, le respondió a su patrón dando un suspiro:

–Son los pobres de siempre, Hunac Kel, esclavos de los señores. Así están hechas las cosas del mundo, así lo han dispuesto los dioses en esta nuestra tierra. No trates de cambiar la situación o te echarás de enemigos a los señores y no gobernarás en paz. Además, piénsalo, Hunac Kel, sin los brazos de los winicoob nos moriríamos de hambre. ¿Te imaginas a los señores con sus grandes penachos, o a ti mismo, el joven rey de Mayapán, abriendo surcos en la tierra para echar la semilla bajo los rayos de fuego de nuestro sol, de Kin? Ninguno de vosotros se mancharía con lodo sus bellos ropajes por nada del mundo.

–Entonces no hay nada que hacer–se lamentó el rey–. Me ha avergonzado verles prácticamente desnudos, y sus pequeños hijos… ¡Ay, qué suerte la suya!

–Y es que alguien tiene que sembrar y cosechar el maíz, querido Hunac Kel. Alguien tiene que lavar nuestras ropas y limpiar las mansiones de los señores… y el palacio del rey: tu palacio, señor. Alguien tiene que cocinar los platillos que a lo bestia te zampas tú y los ricachones, y arrancarles la grasa a las ollas y limpiar los molcajetes donde machacaron el chile. No nos hagamos los tontos, Hunac Kel, ni tú ni yo nos ocuparíamos en tales menesteres. Los dioses les señalaron, como a los animales, su triste lugar en la vida. Ni modo, querido rey, no nos tenemos la culpa: les tocó hasta mero abajo y nunca van a abandonar ese lugar.

–Qué pena –dijo el rey meneando entristecido la cabeza.

–Tampoco nacieron para el estudio de las ciencias y las artes –concluyó Tigre de la Luna sus razonamientos– y no les da su entendimiento para el sacerdocio y la medicina, y, quién sabe, acaso sea mejor así.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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