Historia de un lunes – XLVI

By on diciembre 17, 2020

XLVI

HUMBERTO LARA Y LARA

Los aniversarios son siempre una oportunidad para redescubrir y reevaluar a los escritores. Nos hallamos con facetas novedosas de su vida y de su obra, y comprendemos mejor los pormenores de su existencia. Humberto Lara y Lara está cumpliendo (el 8 de noviembre) diez años de fallecido. Más que hombre de nuestro tiempo, perteneció a la época helénica y también al Renacimiento. Abarcó la poesía, la historia, el arte. Fue maestro de eruditas conversaciones, dibujante y caricaturista, orador y político. Tenía predilección por el estudio de las viejas culturas y por el Siglo de Oro, temas que manejaba con memorable soltura. Era el dueño del aula cuando impartía sus sapientísimas cátedras en los colegios de la ciudad. Poseía una pausada voz y, aferrado a su cigarrillo, podía pasarse las horas charlando con sus discípulos acerca de las Novelas Ejemplares, del gongorismo, de Lope de Vega o de la épica de la Guerra de Castas. Debo añadir en este último punto que el maestro Lara había estudiado las cuestiones mayas y hablaba esa lengua con fluidez.

Para los pesquisidores de datos diré que el poeta nació en Hopelchén, Campeche, en 1906, pero se pasó toda su vida en la ciudad de Mérida, casi siempre presente en la acogedora atmósfera de su imprenta, donde los intelectuales de los años cincuenta, sesenta y setenta se congregaban por las tardes alrededor de una cerveza yucateca “fría como un desprecio” (alegaba don Humberto) y de la ática charla del anfitrión. Falleció el 8 de noviembre (repito) de 1981.

He olvidado mencionar que también fue periodista y dirigió el Diario del Sureste de 1938 a 1952. Publicó asimismo otros periódicos y revistas, entre estas últimas, Sábado y El Misceláneo, ambas de tintes políticos.

Como político, desempeñó varias veces el cargo de diputado y otros puestos. Nunca se enriqueció y vivió de lo que la buena imprenta producía. Es paradójico enterarse de que, siendo impresor y escritor, nunca (con alguna excepción) aprovechó su imprenta para publicar sus libros. Por eso su producción es, al parecer, breve. Que yo sepa, sólo imprimió en Talleres Gráficos y Editorial Zamná (tal era el rubro de su imprenta) tres folletos: uno brevísimo llamado “Poema de Amor Perdido” (que contiene una serie de versos de fino erotismo, algunos llevados a la canción), en 1952; “El barrio de la Ermita de Santa Isabel”, un rincón colonial de Mérida (que no firma el autor) en 1966, y un poema laureado, “Canto a mi Raza y a su apóstol” (poema a Felipe Carrillo Puerto), en 1974. He escuchado que también escribió una monografía de Sisal, pero ignoro si fue impresa en su editorial. Pero sí fue generoso en la edición de libros de sus amigos y muchos impresos de Leopoldo Peniche Vallado, Juan Duch Colell, Everardo García Erosa, y Antonio Mediz Bolio emanaron de las prensas de sus talleres.

Lara y Lara redactó infinitos discursos y ensayos, artículos y versos hoy dispersos en polvosos periódicos locales. Lástima que no los reuniese para hacer un buen tomo. Conocedor de la industria henequenera, es autor de dos gruesos volúmenes sobre el asunto bajo el título de “El Ejido Henequenero de Yucatán” (su historia desde el 1° de Febrero de 1938 hasta el 30 de noviembre de 1940), que no firmó y que fue editado en 1941, en la ciudad de México, bajo los auspicios del Ing. Canto Echeverría, entonces gobernador del Estado.

Como autor de letras para canciones tuvo más suerte. Sus poemas de corte erótico se prestaban para ponerles música. Así surgieron tales joyas de la canción yucateca como “Inútil fuga” (música de Arturo Cámara Tappan), “Embrujo” (música de Candelario Lezama) y “La Tarde” (música de Pastor Cervera). Posee otras canciones con Pepe Sosa, Emilio Pacheco, Adolfo Camelo y Arturo Alcocer, pero nunca le alcanzaron la fama de las tres primeras, que ya figuran en el repertorio regional de todos los tiempos.

“Inútil fuga” –dice Miguel Cibeira– tiene historia amorosa y prohibida, vetada a este cronista de la canción yucateca que tantos chismes sabe y que en ella admira –letra– un momento romántico del poeta que, unida a la musicalidad que le puso Arturo Cámara Tappan, hicieron el milagro de colocarla entre los mejores bambucos con que se engalana la canción del Mayab… También Chucho Herrera –imborrable trovador– musicó un poema de Lara y Lara titulado “Nunca de mí te alejes”.

Como poeta, posee un conocimiento profundo de la métrica. Sus formas son pulcras, apegadas al clasicismo y a los gratos ritmos del Siglo de Oro, pero pueden ser épicas de pronto, como en estas líneas de “Canto a mi tierra y a su Apóstol”: “¡Nachi Cocóm, escucha las voces de la tierra / sedienta que tus huesos devotamente encierra!”. Vibra en ellas el himno que a tu victoria canta / ¡Felipe, resucita, álzate de la tumba! / Mira cómo la raza que amaste se levanta, / Escucha cómo el odio de ayer hoy se derrumba! Otros versos suyos publicados (en el mismo libro) son “Por el rojo camino polvoriento”, “Mesticita de mi tierra” y “Estampa” (Tríptico).

En todas estas composiciones se percibe el profundo amor que Don Humberto sentía por su tierra, por la tierra maya.

Además de la poesía, cultivó la novela. En 1980, un año antes de su muerte, el gobierno del Dr. Francisco Luna Kan auspició la publicación de “Don Toribio de la Tetera”, obra que el escritor pergeñó por los años cincuenta. Ahí se narra, con nombres de personajes apócrifos (pero que todo el mundo puede adivinar), la desdichada época marentista con toda su cauda de barbaridades.

Sobre “Don Toribio de la Tetera” dije en la revista “Acentos”: “es una novela de nuestro tiempo porque nos  revela precisamente cuestiones intemporales, id est, las aberraciones de un mal Gobierno (la obstinada imposición de un Gobernador), el background de esas ocurrencias, el execrable centralismo republicano, el compadrismo irresponsable, la angostura mental privativa de la provincia, los shortcomings de los parodiados personajes… No anhela, como novela, acceder a los desplantes vanguardistas de la narrativa contemporánea (rechaza el monólogo interior, la antipuntuación, la parrafada desbocada, las mentadas de madre y el empleo de términos extranjerizantes a discreción) y se satisface con apegarse a la tradición.”

Durante la época del marentismo editó, junto con Leopoldo Peniche Vallado, la carta semanal SYDI (Servicio Yucateco de Información) que criticaba la administración del gobernador Marentes.

Ambos autores fueron víctimas de la implacable persecución de ese gobernador.

Aparte de “Don Toribio”, Lara y Lara escribió otra novela, “En la montaña chica”, que nunca se publicó y cuyo manuscrito ha desaparecido. Es una verdadera lástima.

Ya he aludido a sus diversas facetas de poeta, cancionero, novelista, político e impresor. Pero debo memorarlo como dibujante y caricaturista, especialidad que muy pocos le conocen. Por fines de los sesenta sostuve una larga entrevista con él en la intimidad de su imprenta. La interview fue íntegramente consagrada a su labor de caricaturista. Era en verdad excelente. Sabía exagerar (sin llegar a extremos) los rasgos faciales de sus caricaturizados. Era poseedor de un lápiz ágil y sarcástico. Recuerdo así de momento a Clemente López Trujillo, Pedro Castro Aguilar y Oswaldo Baqueiro Anduze. Me confió que de muchacho andaba por las cantinas y los cafés de Mérida haciendo caricaturas de los parroquianos a razón de cinco centavos por dibujo. Lo acompañaban José Cetina Ortega y Julio Buendía, aficionados también al arte de Daumier y futuros médicos. Uno de los sitios favoritos para caricaturizar al cliente era el café Louvre, edificio todavía en plenitud a pesar de su antigüedad de construcción colonial. Los dibujos humorísticos de don Humberto se publicaron en el Diario del Sureste y en las revistas cómicas de entonces.

Recibió en vida múltiples honores y las medallas “Guty Cárdenas” (en la ciudad de México) y la “Yucatán”, durante el Gobierno del Dr. Francisco Luna Kan.

Al cumplirse ahora el Décimo Aniversario de su muerte, me es honroso saludar la memoria de una de las más altas inteligencias yucatecas de este siglo.

Un grupo de sus discípulas de literatura, encabezado por la maestra Nidia Góngora, lleva su nombre.

(12 de noviembre de 1991)

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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