El Túnel
Yo no sé en qué parte del túnel estoy. A veces pienso que al principio, después creo que por donde me encuentro ha de ser la parte de en medio, y muchas veces tengo la más firme convicción de estar a punto de encontrar la salida.
Fue difícil acostumbrarme a la oscuridad tan espesa, y al silencio infinito. Ni una luz, ni una sombra –salvo la mía–, ni siquiera algo, lo que fuese, que pudiera hacerme recordar que ayer había sido un ser humano.
El tiempo también me abandonó. Un segundo, un minuto, unas horas, años. No podía responder desde cuándo estaba metido en este túnel, sin hacer nada, con el único pensamiento de poder salir. Caminaba y por momentos me arrastraba. Y cuando la desesperación era muy grande, trataba de correr lo más aprisa posible, y corría y corría, hasta sentirme desfallecer.
Me sentaba, me apretaba las manos, sentía la frente sudorosa. Empecé a dormir el mayor tiempo posible, porque soñaba, y en mis sueños podía ver todo aquello que deseaba con toda el alma poder mirar, y también oía palabras amables y música hermosa. Cuando me sentía más angustiado –que terrible es– empezaba a pensar que el túnel crecía y que jamás lograría escapar de él.
Ningún pensamiento me alegraba. Fue cuando por primera vez en mi vida bendecía la muerte, que era la única que podría resolver todos mis problemas. Pensé que tarde o temprano tendría que morir, y esto me reconfortaba. Mi soledad, mi sufrimiento, mi complejo de náufrago, mis tristezas, tendrían que acabarse a la larga. Pero después, me torturaba la idea del dolor. A eso sí temía, y de qué manera.
No me faltaron fuerzas en un principio para caminar y correr pero, a medida que el tiempo transcurría, me sentía más débil. Fue entonces cuando hice un esfuerzo supremo por traer a la memoria recuerdos gratos. No debía perder la esperanza de salir de este túnel.
Quería salir, volver a ver el sol y escuchar sonrisas, estrechar la mano a los seres queridos; en fin, deseaba volver a vivir en libertad, no estar sujeto al mundo éste de silencio, soledad y negrura en el que me encontraba.
Un día, me pareció ver en lontananza una luz tan diminutiva como un grano de arena, un grano de arena que en ese momento sentí más grande que el mundo entero. Y caminé hacia aquella luz salvadora, poniendo en cada paso un trozo de mi vida. A medida que me acercaba, el punto luminoso iba creciendo poco a poco.
Frescas ráfagas de viento surcaron mis cabellos. Se anunciaba la tan esperada salida. Y llegué al fin a ella. El túnel desembocaba al pie de una colina desde donde podía dominarse una gran ciudad. Rápidamente, me confundí entre la gente de esa urbe, deseándole felicidades a todo aquel que me encontraba a mi paso. Tenía unas ganas casi irrefrenables de abrazar a alguien, y después contarle lo de mi soledad en aquel túnel del que felizmente había salido.
Estuve feliz siete días.
Hoy vivo tranquilo, a la puerta del túnel, desde donde contemplo la gran ciudad con sus edificios, sus parques, sus vehículos, sus avenidas, y cuando alguien se acerca a esta entrada del túnel, entro a él; vuelvo a perderme, me refugio en el silencio y la oscuridad, logro siempre volver a encontrar la salida. Sigo mirando la ciudad, y cuando alguna otra persona vuelve a estar cerca, nuevamente me refugio en las negras entrañas de ese túnel.
José Luis Llovera
[Continuará la semana próxima…]