El Muelle

By on septiembre 23, 2016

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El Muelle

Caminaba descalza sobre la arena.

Los dedos de mis pequeños pies desaparecían a cada paso hasta llegar a la orilla de la playa, donde el suave oleaje me acariciaba los tobillos.

Un pequeño paso nada más para llegar a aquel endeble muelle de madera que rozaba el agua salada color turquesa y, en su fondo, los peces de colores.

Sumergía las manos con mucho cuidado para no mover la arena y no perderme de aquel mágico momento. Eran tan rápidos. Nunca pude atrapar alguno. Acaso mis dedos rozaron sus resbaladizas escamas, pero sus colores huían con ellos.

Después de un rato, llegaba un barco cuyo fondo era de cristal. El movimiento del barco y mis pies, con la sensación de ir tocando el agua, era algo vertiginoso. Lo maravillo era poder ver esos enormes peces que se encontraban solamente a determinada profundidad del mar.

Nuestro destino era otra playa en donde la caprichosa marea formaba pequeños islotes en los que podíamos nadar sobre el enorme caparazón de algunas tortugas, tan duro y resbaloso. Era una osadía lograr subirse a ellas; quizá jamás lo logré y solamente nadé a un costado de alguna tortuga, pero fue suficiente para forjar un recuerdo.

En esa misma playa, una parte de la isla terminaba abruptamente en un enorme peñasco. Ahí, a determinada hora de la tarde, cuando la marea empezaba a subir, el ruido de las olas al aporrearse no permitía escuchar nada más que el rugir del mar, mientras sentía sobre el rostro las pequeñas gotas de agua salada.

Era momento de partir, de regresar a aquella orilla de los peces de colores.

Y sobre aquel muelle de madera, me quedaba contemplando el sol naranja que empezaba a perderse en el horizonte marino de aquella isla.

Daniela Eugenia

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