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El Marqués

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Era un personaje de la Mérida citadina, de los que se cuentan con los dedos de la mano. Tan característico, que quizá solo se da una vez en décadas.

Puede ser que el lector lo haya visto encaramado en lo alto de un monumento trabajando, o transitando montado en su inseparable bicicleta de manubrio o manillar elevado. Apeado de su vehículo de transporte, era menudo, bajo de estatura, de músculos marcados, moreno más por el efecto de trabajar a la intemperie que por pigmentación natural de la piel, usaba lentes oscuros, tenía una voz pausada y juvenil, trato serio y noble, con un inocultable sentido del humor, y vivió mucho años.

Era el Marqués.

Pero, ¿quién fue esta persona conocida con el sobrenombre de un título nobiliario que señoreaba en las comarcas? En los límites, en la periferia del trabajo soslayado y mal recompensado, el Marqués era un trabajador del ayuntamiento meridano. Anónimo quizá para los mandamases de la burocracia municipal, pero no para miles como nosotros, los de a pie, los que recorremos plazas y parques, los que ocupamos bancas, confidentes, muretes y bordes de las fuentes de los jardines de la ciudad.

¿Qué hace especial al Marqués para dedicar unas cuantas palabras a su memoria, para recordarle, para que consideremos que Joan Manuel Serrat sin conocerle le haya imaginado y dedicado una canción universal?

Detrás de los héroes y de los titanes,

detrás de las gestas de la humanidad

y de las medallas de los generales.

Detrás de la Estatua de la Libertad.

 

Detrás, está la gente

con sus pequeños temas,

sus pequeños problemas

y sus pequeños amores.

 

Con sus pequeños sueldos,

sus pequeñas campañas,

sus pequeñas hazañas

y sus pequeños errores.

 

Cada uno a su manera

cada quien con sus modos;

detrás estamos todos,

usted, yo y el de enfrente.

 

Detrás de cada fecha,

detrás de cada cosa,

con su espina y su rosa,

detrás, está la gente.

 

Nuestro biografiado cotidianamente daba atención y mantenimiento a los monumentos, bustos y estatuas de los parques, en las áreas verdes y espacios designados –de cualquier forma geométrica posible– en los que se conmemoraba algún hecho, gesta, símbolo o personaje asomando su perfil a la inmortalidad, fuera de piedra, bronce, o latón.

La labor del Marqués consistía en acudir a un parque determinado a limpiar, barrer, cepillar, lavar, pintar, a hacer lo que fuera necesario o acorde y preciso realizar, de acuerdo al material con que estaba elaborada una escultura o construcción recordatoria, para resaltar sus características.

Cada monumento recibía un tratamiento distinto, aplicado con dedicación y vocación. Tenía uno de esos cuadernos escolares legendarios, adquirido en aquellas papelerías en el presente desaparecidas como “La Literaria” o “Pluma y Lápiz”, que en la contraportada  traía impresas las tablas numéricas y en la cual apuntaba fechas: una lista cronológica que indicaba dónde debía trabajar antes que las autoridades acudieran a realizar el homenaje correspondiente.

Hoy las cosas son distintas.

Por citar un ejemplo: los bustos y estatuas de tezontle –esa bella piedra de origen volcánico que es similar a nuestra piedra caliza, que tardó miles de años en solidificarse, y otros tantos años de esfuerzo humano en ser esculpida, y que en los años setentas llegaron a Yucatán– en la actualidad son pintados con hisopos, ni siquiera con brocha, a los cuales se les aplica vinílica barata, negra o verde. Cito datos concretos: el monumento a Miguel Hidalgo en la glorieta de la avenida Itzáes, el busto a Venustiano Carranza en el cruce de la calle 50 y Pérez Ponce, el busto a Emiliano Zapata en el parque de Tanlum por Circuito Colonias.

Por si fuera poco lo que hacía, es al Marqués a quien debemos las esculturas de concreto de los personajes de Cri Crí, en la glorieta donde nace y comienza la Avenida Remigio Aguilar y la calle 27 del fraccionamiento San Miguel, cerca de la colonia Miguel Alemán.

En los últimos tiempos le habían puesto un acompañante, un aprendiz, casi siempre un adolescente de mil caras –porque cada vez que le vi, la persona era distinta– para que aprendiera y ayudara y, por qué no, conociera los secretos del viejo brujo, la labor del duende citadino. Nada más que ninguno aguantó el dinamismo laboral y la vitalidad del Marqués.

¡¡Gloria eterna a la memoria de este trabajador de nuestra ciudad!!

Juan José Caamal Canul

Notas

  1. Un hisopo es una brocha de sosquil. Me explico mejor: es una brocha con mango de madera y cerdas de fibra de henequén que aún se vende en algunas tlapalerías por los alrededores del mercado grande de Mérida. Se utilizaba para pintar las albarradas o las paredes con cal líquida. Hermosa palabra –hisopo–, lejana y pueblerina, porque Mérida tuvo esencia de pueblo grande, aun cuando nació para ser ciudad.
  2. Otra palabra inolvidable de reminiscencias árabes: alcuza, que es una aceitera.

1 COMENTARIO

  1. Seguramente existen más personajes como el citado,como es de esperar,trabajan con gusto y orden,y son los menos reconocidos.

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