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El Mágico Karma

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EL MÁGICO KARMA

Fue a mediados de la década de los 80s cuando conocí a Marcia, una guapa dama de piel canela que destilaba sensualidad a raudales.

Aquella ocasión llegué a casa de un camarada, ubicada cerca del centro histórico de la ciudad de Mérida, donde estaban su novia y también la bella Marcia, acompañada de otro sujeto que desde el principio me dio muy mala espina. El ambiente fue muy agradable por lo que bebimos hasta terminar una botella de vodka, tras lo cual comencé a despedirme.

Todos protestaron exigiendo que me quedara un rato más, el sujeto desagradable aseguró que iría a comprar otra botella, aguas y cervezas, pidiendo a la guapa morena que fuera con él. Apenas salieron insistí en retirarme, pues la novia de mi cuate se durmió a causa de los tragos, pero me explicó que en realidad les había dado las llaves de su local comercial, a dos casas de distancia. “Ese cabrón se quiere chingar a la señora y me estuvo jodiendo para que le diera chance en la lonchería, por favor, quédate nada más hasta que me devuelva las llaves”.

No tuve tiempo de contestarle, pues el nefasto llegó hasta nosotros visiblemente molesto.

“Esa hija de la chingada me rasguñó el brazo, coño…no mame”.

A pesar de lo evidente el anfitrión preguntó “¿Qué pasó, Manuel?”

“¡Esa hija de puta, no quiso darme las nalgas, se me puso al brinco, me dio una bofetada y después me arañó! La dejé ahí en tu local, yo ya me voy, que vea cómo se va hasta su casa la pelaná. ¡Ahí se las dejo!”.

Uniendo el dicho al hecho se trepó a su carro, arrancó y se fue ante la mirada perpleja del otro.

“¿Qué voy a hacer ahora? No mame este Manuel, ya me metió en problemas. ¿Podrías ir a ver a la señora y ver que salga?”

Asentí, tomé sus llaves y me dirigí al local que estaba a oscuras. Escuché el llanto de la mujer, siguiéndolo para encontrarla en el fondo del local, derrumbada en el piso. Sin encender las luces, me acerqué preguntándole si estaba bien.

“Ay, qué vergüenza muchacho. Por favor, no prendas la luz. “Ese desgraciado hombre me arrebató la blusa”.

Se soltó a llorar y no era para menos: la dama estaba vestida únicamente con panteleta y medias.

“¿Estás bien?”, insistí. “¿Necesitas que te ayude a incorporarte?”

“Sí, por favor, mi ropa, no sé dónde quedó. Ese cobarde quería tener relaciones conmigo, pero yo nunca le di motivos. Se puso violento y me dio una bofetada”.

Encontré las prendas y se las alcancé. Tranquilizándola, le expliqué que no tenía nada que temer. Ella se vistió y poco a poco fue recuperándose. Me dijo que aquel tipo era un viejo conocido, pero que apenas era la segunda vez que salían, que sabía que era casado, pero que lo consideraba un amigo. Me dio las gracias y me abrazó, derramando aún algunas lágrimas.

Convencida de que conmigo estaba segura, me confió que no sabía cómo regresaría a su casa, no cargaba efectivo y era ya de madrugada.

“¿Tienes carro?, ¿será que me puedas llevar a mi casa?”, preguntó.

“No tengo carro pero no te preocupes. Deja devuelvo estas llaves y te acompaño”.

Más tarde, a bordo de un taxi, la señora –ya tranquila– se puso muy melosa conmigo.

“Muchas gracias, precioso. De verdad que ya no quedan hombres como tú: caballerosos, respetuosos, capaces de acudir en el auxilio de una dama. Te juro que solo porque tengo que llegar por mis hijos, si no me quedaba contigo”.

“¿Tienes hijos, cuántos?”

“Un niño y una niña adolescentes que son mi adoración. Desde que me divorcié se quedaron conmigo. Se fueron de campamento pero regresan a las seis, si no en serio que te invitaba a quedarte”.

“No te preocupes. No me debes nada, preciosa. Solo hice lo debido”, le comenté. Pero ella me abrazó y me dio varios besos en los labios, al tiempo que acariciaba mi entrepierna sobre mis Levi´s.

“Toma, cariño. En esta tarjeta te dejo mi número de teléfono. Es de mi trabajo. Llámame cualquier día que quieras y nos vemos para comer, charlar o algo más bonito, ¿te gustaría?”.

“‘Claro, suena tentador”.

Eran cerca de las 5.30 de la mañana cuando la sensual mujer bajó del taxi para ingresar a su casa. Pedí al chofer que me regresara al punto de partida, guardando la tarjeta en mi cartera, donde reposó por semanas.

Siete días después, Diego ‘Akira’, un joven conocido de la academia de artes marciales donde entrenaba, me pidió consejo. Tenía 17 años y su papá pretendía obligarlo a tener su primera experiencia sexual con prostitutas, lo que a él le parecía aterrador.

“Yo sí quiero estrenarme, pero no con una puta. No quiero enfermarme de sífilis o gonorrea, ya se lo dije y no quiere entender. Mi papá te aprecia mucho, ¿sería mucho pedirte que fueras a hablar con él para convencerlo de que me deje de presionar con lo de ir a un putero?”.

“Hablaré con él porque me lo estás pidiendo, pero no sé si lograré hacerle entender tus razones”, le respondí.

Fue entonces cuando recordé a Marcia. Saqué la tarjeta y le marqué. La saludé, pregunté cómo estaba, si se acordaba de mí y, sobre todo, le recordé su promesa. Afortunadamente, su memoria y ánimo eran óptimos, y aceptó reunirse conmigo para desayunar.

Esa mañana nuestro encuentro resultó muy agradable. Nos saludamos como si fuéramos viejos amigos. Platicamos, comimos y durante el café le revelé mi petición.

“Quiero que sepas que, si algo de lo que te diga te resulta ofensivo, no va con esa intención. Eres una mujer guapísima, sexy, sensual y estoy seguro que estar contigo sería una de las experiencias más deliciosas de mi vida…pero la verdad es que precisamente ahora estoy en una relación que empieza, con la que estoy muy contento y a la que creo debo respeto. Sin embargo, creo que el destino unió nuestros caminos, porque tengo un conocido que…”

Le propuse que, en vez de acostarse conmigo, lo hiciera con ‘Akira’, recalcando que el chamaco era virgen, totalmente inexperto y que quizá esos elementos suplirían otros requisitos necesarios en un encuentro de esa naturaleza. La sexy se ruborizó en más de una ocasión pero, al final, aceptó la propuesta.

Días después, al llegar al entrenamiento, vi llegar al joven ‘Akira’ corriendo en dirección a mí.

“¡Hermanoooooooooo!” me gritó, al tiempo que me abrazaba fuertemente. “‘¡Muchas gracias por todo!”

 

RICARDO PAT

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