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El Conde de Peñalva – ACTO SEGUNDO – ESCENAS VII, VIII y IX

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Teatro Yucateco

LXIII

José Peón Contreras

 

El Conde de Peñalva

ACTO SEGUNDO

 

ESCENA VII

 

GARCÍA: (Solo.)

Es inútil escuchar

sus razones, ni está bien

perder palabras con quien

fuera vergüenza luchar… (Como vacilando.)

Su pecho se hace pedazos,

se perturba su razón…

Si pudieras, corazón,

romper de tu amor los lazos

Acaso se la daría,

que él es padre al fin, y llora

la pena devoradora

de su inmensa idolatría.

Mas siento en mi alma ese amor

que una vez sola se siente:

No es delirio de la mente,

no es ensueño seductor,

No es la niebla que colora

la luz del sol cuando nace,

no es la flor que se deshace,

no es nube que se evapora,

No es el ave pasajera

de tornasolada pluma

ni es el rizo de la espuma

que se esparce en la ribera.

Es la estrella reluciente

clavada siempre en la altura,

es la luz con que fulgura

sus rayos eternamente;

Es el volcán que en la sierra

ostenta el penacho inmenso;

el sol girando suspenso

sobre la faz de la tierra. (Breve pausa.)

¡Ay! Ciego y loco corrí

tras ese amor, y el amor,

voluble siempre y traidor,

quebró sus rayos en mí.

Y hoy quiere la suerte impía,

para aumentar sus rigores,

que traiga dardos en flores

el amor de una judía.

¡El Rey!… Si el Rey consintiera…

Mas no contesta a mi ruego,

Y mi afán aviva el fuego

De esta inextinguible hoguera. (Suenan las nueve)

¡Las nueve! Tregua al placer,

¡Tregua al placer de sentir!

(Aparece el CAPITÁN por el fondo con una escolta.)

¡Vamos! ¡Ah! Fuerza es partir

a donde llama el deber.

(Sale seguido del CAPITÁN y la escolta.)

 

ESCENA VIII

 

GIL: (Asoma la cabeza por la puerta secreta y después de cerciorarse de que no hay nadie, se adelanta con cautela)

Al fin respiro el ambiente

que da calor a mi pecho;

Al fin logro satisfecho

calmar esta sed ardiente.

¡Sed insaciable, inclemente!

¡Lenta y pausada agonía,

que es vida en la vida mía!

¡Rencor que nunca perece,

que crece en la noche y crece

con la luz del nuevo día!

Reptil que alientas conmigo,

reptil que inflamas mi seno:

De mis esperanzas lleno,

De mis dolores testigo,

vive al calor, y al abrigo

de su dulce imagen pura:

soy feliz con la amargura

que has derramado en mi pecho,

pues el dolor da derecho

a soñar con la aventura.

Sin celos, no la amaría.

Sin este amor no viviera,

sin este vivir, muriera

sin sospechar la alegría.

Quién sabe si acaso un día,

tras espantosos desvelos,

de mí se apiaden los cielos,

y el alma libre y serena

llore, al romper su cadena,

la esclavitud de estos celos.

Tal suele en cárcel oscura

dejar un preso su encanto,

y en el raudal de su llanto

el infeliz su ventura.

El reptil la pena dura

extraña en edén florido;

gime la flor que ha perdido

en seno hermoso sus galas,

y el ave, al tender las alas,

llora su rústico nido.

Celos míos adorados,

tormento de horror eterno,

¡cuánto gozo en este infierno

de placeres ignorados!

¡Otros hay más desdichados

con más dulces desvaríos!

¡Gozad dolores impíos,

que vivís de su hermosura!

¡Vosotros sois mi ventura,

celos míos, celos míos!

Oigo ruido… ella ha de ser.

(Se retira al fondo.)

 

ESCENA IX

ANDREA Y GIL.

 

ANDREA: (Dice que le espere aquí.)

GIL: (¡Oh cuan hermosa, ay de mí,

es la imagen del placer!)

Al fin… (A ella.)

ANDREA: ¡Ah! (Como asustada.)

GIL: Te vuelvo a ver.

ANDREA: Gil Almindes.

GIL: Aquí estoy:

Tras la dicha vana voy

siempre ciego y anhelante,

de contemplar tu semblante

más lleno de encantos hoy.

Anoche, Andrea, del cielo

a la misteriosa luz,

sobre él alcé mi arcabuz

para tenderle en el suelo;

más al disparar, mi anhelo

desvió la puntería…

Harto el corazón sabía

que en momento tan cruel,

al darle la muerte a él

la muerte a ti te daría.

ANDREA: Vete, Gil Almindes, vete.

¿Cómo has entrado hasta aquí?

GIL: Tiempo ha que al Conde seguí:

Mi presencia no te inquiete;

más no quieras que sujete

a más pruebas mi albedrío:

Tú sabes que al hado impío

que me persigue no arguyo,

más si mi dolor no es tuyo,

todo tu placer es mío.

ANDREA: ¿Qué quieres decir?

GIL: Fortuna

me privó de sus favores,

mas yo he tejido con flores

los alambres de tu cuna…

Las gracias, una por una,

nacer en tu rostro vi;

rosas del campo cogí

para adornar tus cabellos,

y aun no comenzaban ellos

a ser un hechizo en ti.

La pura llama bendita

que en mi corazón brotaba,

al verte, se alimentaba

de una esperanza maldita.

Lo mismo que el viento agita

voraz incendio, el deseo

agitó en mí un devaneo

que es mi dicha y es tu horror,

pues te horroriza un amor

guardado en cuerpo tan feo.

Mas él, que es galán y hermoso,

te vió, y en solo un instante,

de tu seno palpitante

oyó el latir amoroso.

Si él te amara, venturoso

fuera yo con tu alegría,

con mi llanto empaparía

agradecido su mano…

Pero ese hombre es un villano,

¡un villano es Don García!

ANDREA: ¡Calla! ¡Tan grosero insulto

no es bien que ante mi le infame!

GIL: Es poco el que así le llame.

No es este rencor que oculto

en mis entrañas sepulto,

lo que mueve el labio mío.

ANDREA: Una prueba…

GIL: En ella fío.

ANDREA: ¿Tú la tienes?

GIL: Yo la tengo.

ANDREA: ¿Y vienes, Gil?…

GIL: A eso vengo.

ANDREA: ¿Y me la darás?

GIL: Lo ansío.

ANDREA: Quiero esa prueba.

GIL: Un instante.

ANDREA: ¡Amar él!

GIL: Di en su secreto.

ANDREA: Habla, Gil…

GIL: Hablar prometo.

ANDREA: ¿Tú sabes?

G: Sé lo bastante.

ANDREA: ¿No obstante mi amor?

GIL: No obstante.

ANDREA: ¿Y lo has visto?

GIL: ¡Oh, corazón!

ANDREA: ¡Sufro tanto!

GIL: Y con razón.

ANDREA: Habla ¡por Dios!

GIL: ¡Justos cielos!

ANDREA: No sé qué siento.

GIL: (Con mucha expresión.) Son celos.

ANDREA: ¿Que son celos?

GIL: Celos son.

ANDREA: Dime… oigo ruido… tal vez

el Conde llega, responde,

dime a quién adora el Conde,

dímelo, Gil, mi esquivez

¿te torna en severo juez

de mi angustia?…

¡Habla! ya escucho…

(Con ansia de muerte lucho!)

GIL: Aquí las pruebas están.

ANDREA: ¡Piedad, oh Dios, de mi afán

que este tormento ya es mucho!

¿Dónde, Gil Almindes, dónde…?

GIL: En esa arca que está allí. (Señalándola.)

ANDREA: ¿Tú tienes la llave?

GIL: Sí:

Hace dos noches que al Conde

robársela procuré.

ANDREA: Tú, ¿Gil Almindes?

GIL: Seguía

paso a paso a Don García;

pues muy pronto sospeché

que te burlaba, y así

pudo mi vista indiscreta,

dar con la puerta secreta

que me abrió paso hasta aquí.

¡Mira! (Abriendo el arca)

ANDREA: ¡Oh cielos!

GIL: ¿Y dudar

puedes aun desconfiada?

(Mostrando los objetos que hay en el arca.)

¡Un velo de desposada!

¡La corona de azahar!

ANDREA: Basta, Gil, con saña impía,

¿por qué destrozas mi pecho?

¡En un instante has deshecho

toda la esperanza mía!

¡Ah!

GIL: Tocando este resorte.

A la vista, Andrea, ofrece

su retrato.

 

Toca GIL un resorte y aparece un retrato embutido en la tapa del arca.

 

ANDREA: ¡Ay!

GIL: Ser parece

de una dama de la corte.

¡Es hermosa, muy hermosa!

Oculto en este lugar

su belleza prodigiosa.

Yo le he visto embebecido

miré al Conde contemplar

sonriendo satisfecho,

al contener de su pecho

el tumultuoso latido.

Le he visto…|

ANDREA: ¡Calla, cruel!

GIL: Con voz amante y sentida,

dar animación y vida

a los rasgos del pincel…

ANDREA: Te gozas en mis dolores,

mi senda cubres de abrojos.

¡Que me han mentido mis ojos!

¡Que son sus labios traidores!

Y esa corona… sí cierto…

No es para mi frente no.

¡Dios mío, todo acabó:

Mi hermosa ilusión ha muerto!

(Pausa. Se apoya en el respaldo de un sillón, dando la espalda a la puerta secreta. Según lo indica el verso, GIL abre la puerta secreta y conduce por ella a SAMUEL)

Dulces horas de quietud

que rodásteis venturosas

entre las cándidas rosas

de mi alegre juventud.

Imágenes de ternura

que batisteis dulcemente

sobre mi pálida frente

las alas de nieve pura.

¡Con cuanta pena os evoca

mi corazón afligido;

que ya sé qué os ha perdido!

¡Ay!… Un tiempo estuve loca,

loca de amor, embriagada:

todo era luz y contento,

con el fuego de su aliento

y el calor de su mirada.

Loca, loca debí estar

cuando a su imperio tirano

dejaba al mísero anciano

triste y solo en el hogar… (Aparece SAMUEL.)

¡Padre, perdón!… ¡Padre mío!

(Al ver a su padre que lentamente se ha ido acercando.)

¡Ah!

 

Compilación de Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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