El Alma Misteriosa del Mayab – IX

By on febrero 11, 2022

IX

ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR

Continuación…

El tiempo en la piedra

Custodio y orfebre de la memoria, el cronista yucateco Luis Rosado Vega tiene, desde luego, una misión de fidelidad que lo compromete con la tierra, que es la fuente y la savia; pero sobre todo con la memoria misma, que es el puente, que él debe reconstruir, para que consigo puedan venir todos y caminar hacia la otra orilla del aire.

Sin embargo, Rosado Vega -en este «bucear» en los hontanares del ser del mexicano que hoy puebla la Península de Yucatán- se absorta ante su misterio y nos dice:

“Sí: recordar no es volver a vivir lo que ya pasó, sino seguir viviéndolo, porque eso de que «ya pasó» es la apariencia, y lo de «sentir» es la realidad (Rosado Vega, 1947: 16).”

Es, pues, la intención y la capacidad de sentir las cosas, la única realidad indiscutible para el poeta. Pero aún más, al referirse al tiempo, a ese tiempo en que las cosas y los seres vivieron su ápice o zenit cultural, observa que éste está detenido, acaso en lo distante:

“claro está que a contar del tiempo en que estaban en su máximo apogeo… según nuestra convencional manera de computar el tiempo, porque el tiempo no pasa, sino somos nosotros los que pasamos, voltejeando en la rueda de la vida ante la mirada impasible del tiempo inmóvil (Rosado Vega, 1947: 17).”

Puesto que tanto en el contexto de la época como en su formación cultural y literaria concurrieron circunstancias que lo sugieren, es lícito pensar que, en medio de la visión romántica prevalente en él, Rosado Vega estuvo claramente imbuido de la idea modernista de que, por su sensibilidad, el poeta tiene la facultad de atrapar el alma de los objetos y seres que lo circundan.

En efecto, el modernismo, que de algún modo fue -como señala Octavio Paz- “…la crítica de la sensibilidad y el corazón… al empirismo y el cienticismo positivistas», era, ante todo, un «estado de espíritu». O más exactamente: por haber sido una respuesta de la imaginación y la sensibilidad al positivismo y a su visión helada de la realidad, por haber sido un estado de espíritu, pudo ser un auténtico movimiento poético.

Y entre nosotros, -agrega refiriéndose a los poetas mexicanos- fue la necesaria respuesta contradictoria al vacío espiritual creado por la crítica positivista de la religión y de la metafísica (Paz, 1974: 126-128).

Desde «este estado de espíritu», que lo predisponía a situarse en una íntima comunicación con el universo, el poeta Luis Rosado Vega sintió no solamente el poder sino también el deber de atrapar y, en alguna medida, preservar en el tiempo el «alma misteriosa» del Mayab.

Pero paradójicamente, hoy se puede ver que, a fuerza de misterio, fue el propio espíritu del pueblo maya el que tuvo el poder de impregnar al poeta. No de otro origen sino maya es la idea del tiempo como algo inmanente o, quizá mejor, recurrente y cíclico, y la del hombre que pasa o se sumerge en él.

Recordemos que -según el Popol Vuh- fue sólo después de tres intentos fallidos cuando los «padres creadores» lograron la creación definitiva y el ordenamiento del universo. Antes, habían tenido que ocuparse en resolver los conflictos con las potencias celestes y del inframundo, cuya intervención solía provocar profundos cataclismos. La derrota de los señores de Xibalbá -el inframundo maya- significó que el seno de la tierra no fuera más una boca insaciable por donde desaparecían los seres, las semillas y los astros, para obligarlos a permitir la regeneración de la vida, la conservación de la memoria y la continuidad del linaje a través de la sucesión de padres e hijos. Así, de ser sólo una región de muerte, el inframundo se convierte en una zona de gestación, transformación y regeneración.

Únicamente hasta haber conseguido establecer estos pactos con los seres del cielo y del inframundo, las deidades creadoras se dieron a la tarea de crear a los seres humanos y de poner en movimiento al cosmos. El ordenamiento del universo culmina con la última creación, la de los hombres hechos de maíz, y con la aparición del sol que le da luz y movimiento al cosmos.

El hombre de maíz es la cumbre de la creación; pero el sol es el origen del orden, y el que regula desde ese principio mítico, todas las formas y fases de la temporalidad. Su aparición trae la unión entre el espacio y el tiempo, pues en su recorrido diario toca los tres niveles espaciales del eje vertical (el inframundo, la tierra y el cielo), y en su rotación anual visita las cuatro esquinas del cuadrante horizontal del cosmos. De esta suerte, el tránsito solar por los espacios cósmicos es un trayecto espacial y temporal que establece el equilibrio y las relaciones fundamentales del universo (Florescano, 1995:36).

Y es este equilibrio -que en el fondo es un movimiento ordenado y cíclico- el que se traslada a la vida social, como un orden jerárquico de origen divino y, en última instancia, al pensamiento y a la visión populares. En éstos, por ejemplo, es la misma voz de Canek, la que -según Abreu Gómez nos advierte- «las cosas no vienen ni van… Las cosas duermen. Somos nosotros los que vamos a ellas».

Al tomar el orfebre entre sus manos las arcillas del tiempo con el agua primigenia de la fuente, ha ocurrido una fusión preciosa: el espíritu del pueblo está en la mirada del poeta y la palabra de este es un destello de la memoria de la piedra o de la tierra.

Mérida, Yucatán, octubre de 2013

RUBÉN REYES RAMIREZ

Continuará la próxima semana…

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