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Un danzón para José Loyola

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José Loyola (Cienfuegos, 1941). Compositor, flautista y fundador de la Charanga de Oro que dirige desde 2003. También es presidente desde 1987 de los Festivales Internacionales Boleros de Oro. Foto de Yadira Calzadilla.
José Loyola (Cienfuegos, 1941). Compositor, flautista y fundador de la Charanga de Oro que dirige desde 2003. También es presidente desde 1987 de los Festivales Internacionales Boleros de Oro. Foto de Yadira Calzadilla.

Reunidos en el centro de la habitación oscura. En espera, o mejor, con la esperanza de que todo se ilumine. Sentados unos junto a otros en los sillones de la sala, y con las ventanas del pasillo abiertas. Entra una brisa casi imperceptible. Pronto comienza esa urgencia que tenemos todos los cubanos de llenar el silencio. O tal vez la necesidad de inundar el espacio de una niña —entre asustada y calurosa por el persistente apagón— con momentos de la historia familiar.

Flotan en el aire recuerdos de ancianos. Instantes lejanos y a la vez vívidos que, mezclados con la atmósfera del Salón de los Embajadores del antaño hotel Habana Hilton, se liberan recreados de sabia manera. Ante mis ojos, abuela y abuelo bailan delante del jurado… un danzón.

Despierta aquella imagen, cuando el compositor y flautista José Loyola asegura que…

Aunque el danzón nace en la antigua orquesta típica, fue la charanga la que lo potenció y desarrolló. Además, géneros importantes de la música popular bailable se derivaron del danzón en la formación charanguera, tales como el mambo y el cha cha chá.

En esa mezcla entre sus recuerdos y los míos, la conversación propicia un nuevo camino y me atrevo a preguntarle…

¿Consideraría a la charanga como un elemento patrimonial dentro de la tradición musical cubana?

Es el sonido más típico de la música cubana. Transitó de la antigua orquesta típica u orquesta de viento hacia el formato actual que está integrado por flauta, cuerdas (puede incluir dos o tres violines, una viola y un violoncello), piano, bajo (acústico o eléctrico), percusión (pailas, güiro y tumbas) y vocalistas.

Heredera de la orquesta típica, pero con una sonoridad menos arcaica, la charanga es una síntesis vocal-instrumental de varias secciones de la orquesta sinfónica: viento madera, cuerdas, teclados y percusión, más las voces solistas y el coro. En sus prolegómenos surge con estructuras instrumentales más pequeñas denominadas bungas y charanga en pelo, por no incluir el piano. Es Antonio María Romeu el primero en darle la estructura de charanga completa y el primero en incluir el solo de piano como improvisación en la música popular cubana. De ahí su importancia para todo nuestro universo sonoro.

Si analizamos su obra y la labor que ha desempeñado, llama la atención el interés que muestra por la música popular. ¿Cuál es la razón? ¿Ha incidido en esta preocupación la figura de su padre, Efraín Loyola?

Efectivamente, la influencia de mi padre es evidente. Nací en Cienfuegos el 12 de febrero de 1941, en el Barrio de Pueblo Nuevo, colmado de tradiciones populares y afrocubanas. Contaba mi madre que, siendo yo muy niño, me ponía a tocar en la superficie de un pequeño taburete, y a tararear los toques y cantos que escuchaba del entorno. Mi padre, flautista fundador de la Orquesta Aragón y flautista de la Banda Municipal de la ciudad, me llevaba a los ensayos de la Aragón y a las retretas del parque.

Todo ese universo sonoro fue conformando mi conciencia musical desde edad temprana. Músico muy observador, el Viejo captó las condiciones que yo poseía para la música, lo cual tuvo su materialización inicial en el año 1949, cuando se creó en Cienfuegos una Banda de Música Infantil–Juvenil, cuyos profesores fueron los músicos profesionales integrantes de la Banda Municipal. Mi padre, uno de los profesores, me inscribió en la agrupación y me enseñó a tocar el piccolo o flautín.

De ahí en adelante combinaba mi formación general en la escuela primaria, y recibía las clases con mi progenitor y las de solfeo con Ricardo Abal, saxofonista de la Banda. Más adelante, con mi crecimiento corporal y dedos más largos, pasé a estudiar la flauta de cinco llaves, que era la que se usaba en la música popular bailable en el formato charanga, siempre bajo la orientación pedagógico-musical de mi padre. Él me enseñó a tocar danzones y otros géneros cubanos.

Hice de la interpretación del danzón una especialidad, lo cual me ayudó a abordar con éxito toda la música cubana, porque hay que decir que el danzón es uno de los más complejos y ricos en el abanico genérico de la música cubana, pues une lo bailable y lo concertante. Me sirvió de base para compenetrarme con otras músicas más elaboradas como son las manifestaciones cultas de concierto.

Otro elemento trascendental que cautivó mi interés por la música popular fue el entorno sonoro cubano y caribeño que es muy rico, lo cual ha incidido en una praxis consciente de la cual me siento satisfecho y muy estimulado. Constituye uno de mis motivos de vivir, amar y crear intensamente.

¿Forma parte de ese interés la fundación de la Charanga de Oro?

La Charanga de Oro es uno de esos intereses, el resultado de profundas experiencias en el trabajo profesional en ese tipo de formato. En Charanga de Oro tengo la oportunidad de realizar experimentos atrevidos con la música popular, sin llegar hasta el punto de violentar con esas experimentaciones los componentes esenciales que caracterizan a ese formato ni desvirtuarlos. Es una aventura incitante, excitante y maravillosa. Todo ello sin dejar de lado otros intereses en mi entorno profesional, que es muy diverso.

¿Cómo dialoga con lo patrimonial la propuesta musical que promueve su agrupación?

Charanga de Oro abarca lo tradicional, entendido como acervo de todo lo que antecede la música del período que va hasta los años setenta. Pero asigna un espacio importante a la experimentación en la esfera de los repertorios, las orquestaciones, los géneros contemporáneos y la estructura vocal-instrumental, a fin de realizar una contribución a la evolución de la música popular cubana. Continuar la «tradición» de que cada agrupación posea su sonoridad identitaria, sin mimetismos, ni epigonismos, destacando los estilos interpretativos característicos de la música cubana con sentido creativo propio, para que trascienda en el ámbito nacional e irrumpa, como siempre ha sucedido, en el exterior del país.

Está presente en la concepción de don Fernando Ortiz cuando expresó «Los cubanos hemos exportado con nuestra música más ensoñaciones y deleites que con el tabaco, más energías y dulzuras que con el azúcar. La música afrocubana es fuego, sabrosura y humo; es almíbar sandunga y alivio; como un ron sonoro que se bebe por los oídos, que en el trato iguala y junta a las gentes, y en los sentidos dinamiza la vida».

Como el respetado compositor cubano que es, José Loyola Fernández afirma que siempre le interesó la cultura cubana y sus orígenes. Su obra expresa ese amplio abanico de elementos musicales de origen africano y popular. Mezcla sonora, o como diría Fernando Ortíz, transculturación que habita en los hogares cubanos. Convirtiéndose en patrimonio para muchos… y para otros, en recuerdos singulares y entrañables de su infancia.

Viviana Reina Jorrín

Opus Habana

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