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Con raíces del Mayab

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Editorial

Las generaciones presentes de yucatecos hemos sido privilegiadas por el destino, no ahora, sino desde hace siglos.

No es Yucatán un territorio histórico fértil, pródigo en metales preciosos, ni apropiado para seres humanos que sueñan con paraísos terrenales.

El Mayab, como su antigua denominación nos indica, ma-ya-ob, es tierra para no muchos, lo que ahora comprendemos a plenitud: estas amadas tierras peninsulares son únicas, exclusivas, distintas a otras cualquiera en una península irreverente que emergió señalando hacia el norte, cuando todas las demás lo hacen orientadas hacia el sur.

Con escasa agua en su superficie, el Mayab guarda en su subsuelo espacios preservadores de agua que a veces afloran como bocas de cenotes proveedores del líquido vital para la vida humana, vegetal y animal.

Nuestros antepasados hicieron de terrenos pedregosos espacios útiles para el tránsito continuo de personas y mercancías. Estos espacios transitables trascendieron como sacbés, con su característica blancura dentro del paisaje de la zona peninsular en todas las épocas de aquellos años y siglos.

Nuestros ancestros consideraron para su supervivencia el contacto permanente con la fauna y flora peninsular que les permitieran sobrevivir, convivir por siglos, y arraigarse, desarrollando su admirada cultura en este territorio amado desde entonces y para siempre por las sucesivas generaciones de Yucatecos peninsulares.

De ahí que, duro como las piedras de su tierra histórica, el espíritu yucateco se haya venido forjando por siglos en las dificultades a vencer, doquiera que sea el sitio a que el destino lo conduzca. Por ello, no es extraño que el yucateco se arraigue y cimente nueva vida en otras latitudes, resultado de la fortaleza espiritual heredada.

No obstante, las raíces de nuestros compatriotas yucatecos continúan unidas, desde hace muchos siglos, a esta amada tierra nuestra.

Son millones de yucatecos los que hoy están integrados en las sociedades organizadas de los cinco continentes. Mas, desde el sitio a donde el destino individual nos conduzca, nuestras raíces profundas continúan unidas a esta tierra amada, hogar perpetuo, histórico, de una raza y una cultura admirables.

Ese es nuestro Mayab. Aquí echó raíces nuestra admirada cultura: la que hemos heredado de nuestros ancestros mayas.

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