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Abducción – Capítulo VII

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El Chevrolet rojo se puso en marcha.

En esta ocasión, el “guía consejero” prefirió presumir la velocidad y la versatilidad en la conducción del vehículo. Los novios sintieron el rápido desplazamiento y la intrepidez para entrometerse en las filas de otros carros que eran conducidos en la misma dirección, pero más lentos. También se dieron cuenta que la avenida era muy ancha y dividida en dos por un camellón, de tal manera que los coches que venían de frente no podían interferir en el camino de los que viajaban hacia el norte.

Sin perder un ápice del espectáculo que ofrecía el Paseo de Montejo, pudieron observar que otros pequeños vehículos, parecidos a caballos de acero zigzagueaban temerariamente entre los demás carros. A pesar de la velocidad y de las bruscas maniobras del conductor, se obstinaban por admirar el paisaje citadino, incluso el paso a desnivel de esa avenida, y todo el barullo del tráfico de medio día en esos lugares.

En su calidad de jóvenes, todo les llamaba la atención, todo admiraban, pero nada comprendían. Quique continuó hasta un retorno, regresó a la glorieta del paso a desnivel, tomó a la derecha encaminándose a Mega Balcones, el supermercado que era su destino. Se introdujo al estacionamiento y se detuvo en uno de los cajones. Bajó del coche con prisa, encaminándose a la tienda, seguido de sus fieles pupilos.

Entraron al edificio con paredes de cristal y, cuando las puertas se abrieron automáticamente al detectar la presencia de personas ante el ojo magnético que ordenaba el accionamiento electrónico, el susto no se hizo esperar. En las mentes de los muchachos persistía el concepto: brujería.

“Se me ha acabado el efectivo. Necesito algunos ‘baros’, dijo quien comandaba al grupo y directamente fue hacia el dispensador bancario. De su bolsa de cuero extrajo una tarjeta de plástico, Platinum con chip, la introdujo en una ranura del mueble metálico. Una voz femenina pidió que la retirase, esperó un breve momento y la misma voz le solicitó que introdujera nuevamente la tarjeta. Tecleó entonces su NIP con los botones numerados: en la pantalla se pudieron leer diferentes textos y figuras. De momento todo fue silencio, luego se escuchó un tenue zumbido, e inmediatamente una pequeña compuerta dejó salir un manojo de billetes que inmediatamente Quique tomó, contó y guardó en su bolsa de cuero, al mismo tiempo que una voz femenina le daba las gracias y pedía que se retirara la tarjeta Platinum. ¿La caja metálica hablaba?

A Juan y Dulce María ya todo les parecía bonito, agradable, fácil, aun cuando seguían sin comprender nada y no dejaban de pensar que era brujería. “Aquí se regala dinero”, murmuró Juan, sin ser escuchado.

La joven pareja recibió una orden: “subamos a la tienda”. Quique encabezó al grupo, detrás de él Dulce María y, por último, Juan. Cuando la muchacha pisó la escalera eléctrica, trastabilló y se colgó del cinturón de Quique. Juan tuvo que detenerla por la espalda para que no cayera. Ambos miraron al piso y se dieron cuenta que, con los pies firmes en la plataforma metálica, ésta poco a poco ascendía, llevándolos consigo.

El extraño nerviosismo de aquel conjunto llamó la atención de las personas que bajaban por la escalera eléctrica paralela al ascenso. Ellos nunca se percataron de ello porque sus miradas permanecían clavadas en las paredes de cristal del lado derecho del raro edificio: a través de esa pared, nítidamente transparente, admiraban el panorama de la intensa actividad vial del Circuito Colonias, con los semáforos dirigiendo el nutrido tráfico. “¡Qué maravilla!”, susurraron mientras con miedo se miraban entre sí.

Al llegar a la parte superior, los varones tuvieron especial cuidado con tal que la niña Dulce María no enredara su largo vestido en las secciones de la rampa y no cayera. La notoriamente rara y llamativa vestimenta del grupo llamó la atención del vigilante que siempre se sitúa frente a las escaleras. Desde ese momento, el oficial no los perdió de vista ningún instante.

Quique tomó un carro para la compra y, con la seguridad que ofrece la costumbre, caminó entre los pasillos, recogiendo varios productos que colocaba en su canasta rodante. La pareja acompañante le seguía con curiosidad. Aquella obsesionada curiosidad nunca se les acababa: observaban al comprador y todo lo que contenían los anaqueles. Pasaron por abarrotes, refrescos y bebidas, panadería, carnes frías y embutidos, carnes rojas, pescados, frutas, legumbres, verduras y granos. Tanta abundancia en una sola tienda abrumaba a los acompañantes de Quique. Éste, a propósito, dejó para lo último las secciones de ropa, papelería, libros, enseres domésticos y artículos electrónicos. En cada área de ventas y exhibición, amablemente les explicaba cuál era la utilidad de los artículos.

En la sección de ropa femenina, le ofreció a Dulce María que le regalaría shorts entallados y tops, diciéndole con una sonrisa que con sólo esos trapitos luciría maravillosamente todos sus encantos. La muchacha se sonrojó y en silencio bajó la vista. En la sección de enseres domésticos les comentó como eran utilizados en los hogares. Tal fue el caso de las lavadoras, hornos de microondas, hornos de convección y de resistencias eléctricas, las batidoras y licuadoras. De este último utensilio de cocina, nuestra joven amiga hizo una comparación con el batidor para chocolate donde el impulso al molinillo de madera, semejante al movimiento de las aspas de la licuadora, se proporcionaba con las manos. Con el interés reflejado en el rostro, recorrieron cada sección del supermercado antes de llegar al área donde se exhibían aparatos electrónicos, donde Quique se explayó en explicaciones.

Por sus dimensiones, lo primero que llamó la atención de los raros paseantes fueron los televisores con pantallas llenas de colorido y animación. En la primera ante la que se detuvieron, casi se les cae la baba contemplando a varios animalitos: conejos, ratones, cerditos, etcétera, hablando, cantando y bailando música animada y pegajosa, propia para infantes. En otra pantalla encontraron escenas de amor de una telenovela. Más allá, la pantalla plana de un televisor de sesenta pulgadas reportaba noticias sobre los daños materiales y humanos que dejó un terremoto en China. No bien terminaban de asimilar lo que veían, cuando Quique les pidió que se acercaran a un mostrador de cristal para enseñarles la gran variedad de teléfonos celulares.

Pasando la mano sobre la vidriera expositora, Quique dijo: “A estos pequeños aparatos electrónicos les llamamos teléfonos celulares, y mediante ellos podemos comunicarnos verbalmente con cualquier persona que posea un aparato similar. Puedo asegurarles que, en estas fechas, todas las personas – ricos, pobres, adultos, personas de la tercera edad, niños de siete u ocho años, obreros y campesinos de las más apartadas rancherías y pueblitos, por humildes que fueren – cuentan con teléfonos celulares. Son aparatos telefónicos cómodos, transportables y económicos, tanto como uno quiera. Cada persona poseedora de un celular es identificada con una cifra de diez dígitos; por ejemplo, a mí me localiza mi novia marcando 9999 21 04 73. Hoy en día son muchos los modelos y marcas de celulares en el mundo. Como pueden apreciar en este exhibidor, hay de las marcas Sony, Samsung, Nokia, Motorola y muchos más”.

“Para explicarlo de una manera sucinta, concretaré que un celular es un dispositivo inalámbrico y electrónico para acceder y utilizar los servicios de las redes telefónicas celulares. Existen otros aparatos electrónicos con técnicas más avanzadas a los cuales se les denomina ’inteligentes’, como el que pudieron apreciar en el Café Impala. Este modelo ‘inteligente’ de teléfono celular, además de prestar los servicios que ofrecen los aparatos que acabamos de observar en la vidriera, tienen una aplicación de mensajería multiplataforma que les permite enviar y recibir mensajes gratuitamente”.

“Ahora observen estas tabletas electrónicas de información. Son como la que nos dejó mirar aquella niña, allí en la Plaza Principal. Estas tabletas se llaman ‘iPad’. Se trata de una línea de reproductores de audio y video, digital y portátiles, que pueden recibir y enviar información, y también almacenar el contenido de los mensajes, ya sea de audio o de video”.

“Cuando, enfrente de la Catedral, me preguntaron sobre el funcionamiento de los semáforos, les expliqué que eran programados por medio de computadoras y también les ofrecí que más adelante les informaría qué es y cómo funciona una computadora. Síganme, aquí encontraremos esas maravillas electrónicas”.

Juntos caminaron hacia los exhibidores que invitaban al público a adquirir una PC. La mayor parte de éstas estaban conectadas y mostraban alguna figura fija en sus pantallas.

“Ustedes comprenderán que no puedo profundizar en una exposición detallada de cómo funciona cada parte electrónica de estos equipos, puesto que no es mi especialidad y, aún si lo fuera, no podrían comprenderlo. De tal suerte que sólo esbozaré una ligera explicación sobre sus alcances. Una computadora es una máquina electrónica usada para procesar información. Sin embargo, con ella podemos hacer un trabajo más amplio: dibujar cuadros, escribir notas, informes e incluso comunicarnos con otros usuarios de computadoras en cualquier parte del mundo”.

“Para poder compartir información y datos de una computadora a otra, ya sea de tu ciudad, de tu país o de cualquier otra nación, se requiere que el equipo de cómputo esté conectado a una red internacional diseñada para esos requerimientos. A esa red la denominamos ‘Internet’. Esta red de redes es un sistema mundial al cual tienen acceso todas las computadoras. Por medio de la red se puede obtener información de cualquier otra computadora y hablar, si así lo deseas, con otros usuarios. Como seguramente se imaginarán, estos equipos que tenemos ante nosotros están en venta y no nos permitirían hacer uso de ellos. Pero no se desanimen, existen computadoras portátiles, como aquellas”, Quique les señalo las Laptop que estaban en exhibición. “Yo siempre cargo en la cajuela de mi carro un equipo electrónico portátil. Ya les mostraré”.

“Muy bien, queridos amigos, hagamos un alto en este paseo: yo ya he terminado de aprovisionarme con las mercancías que necesitaba. Regresemos al centro de la ciudad, allí puedo conectar mi Laptop a la red eléctrica gratuita e Internet que el Gobierno ofrece, y desde la Plaza Grande de nuestra ciudad llevarles a un recorrido por el mundo a través de mi pequeño equipo. Después, seguro encontraré la forma de localizar a sus familiares, o llevarles a su casa, si fuera posible”.

Diciendo lo anterior, Quique se encaminó, seguido de sus amigos, hacia las cajas en donde pagó e inició el recorrido inverso hasta el estacionamiento. Juan y Dulce María no dejaron de admirar todo lo que veían y volvían a ver, puesto que el camino de retorno ya resultaba conocido.

El Chevrolet salió del estacionamiento. Sorteando otros vehículos, tomó rumbo hacia el centro utilizando la calle sesenta y dos por la que llegaron a otro céntrico estacionamiento – el Louvre – de donde, después de acomodar el vehículo, salieron a la calle y caminaron bajo los portales en la acera del Palacio de Gobierno. Al pasar por el Pasaje Picheta, Quique les preguntó si querían comer. Juan y Dulce María contestaron al unísono: “No nos apetece, estamos muy emocionados por todo lo que nos ha hecho el favor de mostrar y explicarnos. Si a usted no le resultamos impertinentes, quisiéramos saber cómo funciona su Lapato”. Quique corrigió sonriente “Laptop, muchachos. Lo que yo apetezco es algo helado para mitigar el calor”. Se detuvo en un estanquillo y compró tres Pepsi-colas de seiscientos mililitros, muy frías.

Mientras esperaban que Quique comprara los refrescos, Dulce María levantó la mirada hacia las torres de Catedral y recordó cuando vió volar aquel monstruo rugiente y, al momento y con detalle, le comentó el suceso a sus acompañantes.

Con los refrescos en las manos, cruzaron la calle sesenta y uno y se sentaron en una banca del parque, a la sombra de un frondoso y vetusto laurel de la India. Quique conectó su pequeño equipo a una toma de corriente de las que el Gobierno ofrece a los estudiantes, y puso a funcionar su Laptop. Juan y Dulce María, uno a cada lado de su guía, sólo miraban.

En la pequeña pantalla pronto apareció la palabra “bienvenidos”. En tanto se cargaba la Laptop, Quique hizo referencia al reciente comentario de la muchacha. Les explicó que se trataba de un avión de la compañía AeroMéxico que probablemente cubría la ruta Mérida-México, y que en esa nave era transportado un gran número de pasajeros.

“No es posible que por aire transporten a la gente”, respondieron de inmediato los jóvenes. Dándose cuenta el interlocutor que sus pupilos no comprendían lo que les comentaba, pensó ofrecerles información visual ocupando su computadora portátil.

Con la Laptop funcionando, tecleó una solicitud al portal para que expusiese videos y datos referentes a los transportes aéreos comerciales.

Manteniendo expectante interés, los muchachos observaron en la pequeña pantalla los videos y la información relativa a los transportes modernos. Para que resultara más fácil su comprensión, Quique sintetizaba la información expuesta en la pantalla.

“Los aviones comerciales usuales transportan a más de trescientos pasajeros a diferentes destinos en todo el mundo; por ejemplo, de Mérida a México, Mérida-Fráncfort en Alemania, México-Madrid, etcétera. Todos los días, miles de aviones surcan los cielos de todo el mundo prestando servicio a millones de viajantes. Resulta un transporte colectivo seguro, eficiente, cómodo y de rápido desplazamiento. La mayor parte de la flotilla actual está compuesta por aviones semejantes al que ustedes me comentan, pero los hay de mayores dimensiones y capacidades de transportación”.

En la pantalla pudieron observar aeropuertos y algunos aviones convencionales en vuelo. También admiraron el “Airbus 380” de fabricación europea estacionado en la pista de algún aeropuerto de los Emiratos Árabes. La expectación fue mayor cuando observaron el vuelo de la nave. La computadora informó de sus características:

  • Capacidad para transportar 840 pasajeros en sus dos pisos
  • Propulsión por medio de turbo ventiladores
  • Velocidad Mach I, mil dos cientos kilómetros por hora, aproximadamente
  • Dimensiones: Longitud, setenta y tres metros; amplitud de alas, setenta y nueve metros ochenta centímetros; altura, veinticuatro metros
  • Servicios: restaurantes, bares, gimnasio, casino, duchas y oficinas, entre otros.

Rápidamente hubo cambio de imagen para presentar al “Boeing 797”, de fabricación americana, otro gigante del aire que supera al “Airbus” en velocidad, dado que alcanza un desplazamiento Mach 2, capacidad para 1000 viajeros y con autonomía de 16000 Km.

Aprovechó Quique la ocasión para mostrarles los aviones militares, bombarderos, cazas y helicópteros, así como los portaaviones en operación, para luego enseñarles los cruceros turísticos con todos los detalles de diversión y servicios.

En este semblante de modernidad aérea no podía faltar la Estación Espacial Internacional, con sus dimensiones de más de 100 metros por lado y 30 de altura, área tal en la que se incluye la superficie habitable y sus enormes paneles para captar la energía solar que requiere para su funcionamiento. Supieron que esa Estación ha dado cabida, en diferentes tiempos, a astronautas y cosmonautas de diferentes países del mundo. Una de sus actividades es estudiar la adaptación de la vida humana en el espacio y otros varios experimentos para la exploración del cosmos.

Sin que se perdiera el interés, desde la banca bajo la sombra de los viejos laureles de la Plaza de la Constitución de la ciudad de Mérida, dieron un paseo visual por otras capitales del mundo, Los videos, acompañados con música ambiental folclórica de cada país, mostraron París, Moscú, Washington, Pekín, Brasilia, entre otras capitales. Las diapositivas presumían universidades, casas de gobierno, museos, avenidas, fuentes, plazas, parques, jardines. Vieron el andar de su gente, el vivir de todos los días en las lejanas ciudades.

Quique miró su reloj Citizen, percatándose de que las horas transcurrían. Él tenía sus compromisos y ellos la ansiedad por retornar a su hogar, a su tiempo. Solicitó que le proporcionaran sus direcciones para intentar localizar sus domicilios a través de la pantalla.

El ejercicio de búsqueda fue infructuoso, puesto que todo el entorno de la ciudad había cambiado. Esta búsqueda sin resultados dejó acongojados y tristes a Juan y Dulce María.

El líder guía intentó calmar a sus amigos ofreciéndoles llevarlos a comer a la casa de su novia y allí, con ayuda de Paty, conseguirían localizar a parientes o amigos, y se llevarían a cabo las diligencias necesarias para su posible ubicación.

Este plan fue discutido unos momentos y, no encontrando otra alternativa, concluyeron que era necesario intentarlo.

Quique les sugirió que lo esperaran junto a Catedral, en tanto él iría por el carro al estacionamiento. Para que se distrajeran mientras esperaban, les proporcionó su celular con aplicación Whatsapp, enseñándoles a utilizarlo y, también amablemente, les ofreció un par de cigarros de marihuana para la espera. Los carrujos fueron aceptados sin demora y sin escrúpulos, puesto que en el año del que ellos decían venir no existía prohibición alguna para su consumo, por lo contrario, el cannabis indica era una hierba muy apreciada y beneficiosa.

Los muchachos optaron por seguir las instrucciones de su benefactor. Se despidieron momentáneamente, uno se dirigió al estacionamiento y la pareja, con los cigarros encendidos, con mucho cuidado atravesó la calle para situarse frente a Catedral.

[Continuará]

Diego M. Mezeta Chan

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