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Abducción – Capítulo II

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Dam esperó sentado, sintiendo maravillado las sensaciones de tranquilidad y condiciones de confort que el lugar ofrecía.

Las paredes de plasma -así las consideró de momento- del salón, también emitían luz; la intensidad de los rayos luminosos era de un azul más fresco que el del pasillo de entrada. Esta condición propiciaba mayor claridad. El techo presentaba un color gris-blanquecino para reflejar la luminosidad. El piso estaba cubierto con una afelpada y mullida alfombra de color verde que podría compararse con pasto.

La decoración era sobria, de la cual sobresalían “cuadros”, así entre comillas, ya que las pinturas parecían haberse realizado en las paredes sin marco alguno. En esta decoración, estratégicamente distribuida, destacaba la representación de un ave altiva que se desplazaba sobre una superficie de líquido rojizo a manera de lago bajo un cielo también rojizo con algunas nubes blancas, aproximándose la representación a   un tranquilo atardecer. El ave era de plumaje blanco, con algunas secciones rojas y amarillas, cuello largo, arrogante, casi como un elegante Tsuru japonés.

El ave estaba rodeada de vegetación que del líquido sobresalía. Plantas que eran como bastones negros teniendo en el extremo superior pétalos de flores moradas, amarillas y naranjas.

Dam se entretenía contemplando la pintura cuando, de pronto, se abrió una sección de la pared en la cara opuesta al área por donde había ingresado a ese recinto. Por ahí hicieron presencia una pareja, tomándolo por sorpresa, logrando nuevamente hundirlo en zozobra.

Las personas caminaron directamente hacia él con agradable sonrisa y se presentaron: “Buena noche Dam”, dijo la mujer. “Mi compañero es el Dr. Otto, responsable de este módulo flotante”.

“Ella”, intervino el hombre, “es la Dra. Clelia, jefa del grupo científico de la nave”. Ambos doctores se inclinaron respetuosamente y seguidamente tomaron asiento frente a Dam en sendos sillones afelpados, mientras él permanecía inmóvil y notoriamente alterado por la sorpresa al mirar que ambos personajes eran humanos como él. Vestían uniformes con los significativos colores azul, blanco y rojo.

Con la boca abierta y los ojos cuadrados, Dam inspeccionó con la mirada a aquellos desconocidos que permanecían sonriendo frente a él. Leían en la memoria de nuestro amigo qué era lo que pensaba y lo que le extrañaba de aquella fortuita reunión.

El Dr. Otto, hombre alto de cabello cano con la corpulencia de un joven de treinta o treinta y cinco años, reflejaba autoridad. No aparentaba edad avanzada, más bien presentaba condición de deportista en plenitud de todas sus capacidades. El invitado seguía haciendo reflexiones sobre la personalidad del hombre a quien ya intuía como el máximo responsable de la abducción. Sin embargo, la Dra. Clelia le robó de manera abrupta la atención: joven, esbelta, de perfectas facciones, con estatura un tanto menor que la del Dr. Otto, mujer con ojos vivos, chispeantes y expresivos, de esos ojos que dicen demasiadas cosas con sólo mirar. “Es salvajemente bella”, pensó Dam. Mucho atraía su interés aquella mirada, aquellos soberbios ojos de color azul-violeta, intensos, bordeados de largas y sedosas pestañas negras – en armónica combinación con su cabellera oscura –, de facciones perfectas y piel blanca como alabastro.

Desde que el grupo entró en contacto, y los anfitriones se presentaron en calidad de doctores, también llamó la atención de Dam su vestimenta: era parecida a la que portaban las dos personas con quienes primero se enfrentó. Los doctores lucían uniformes en los mismos colores, estampados en telas similares que se adherían a sus cuerpos. Únicamente la combinación cromática los podía diferenciar. Su asombro no disminuía, más bien se acrecentaba, en tanto confirmaba que la estructura física de aquellos extraños era muy semejante a la estructura corporal de los terrícolas, a pesar de que ambos doctores presentaban una mejor conformación estética.

La sonrisa de los anfitriones no menguaba. Continuaban pendientes de Dam, leyéndole el pensamiento. El Dr. Otto inició la comunicación: “Entiendo que mucho te ha llamado la atención que, aun cuando nos hemos presentado como doctores, no portemos batas clínicas blancas ni traigamos colgado del cuello un estetoscopio. Permíteme aclararte que el albo color de los uniformes de los médicos no es una garantía aséptica, resulta más bien un símbolo de haber concluido los estudios en una Universidad y representa, para quienes lo portan, la presunción de un estatus social. Nosotros cumplimos todos los cánones de nuestra preparación académica y la asepsia necesaria, en nuestro caso, es el resultado de la utilización de elementos químicos apropiados que garantizan esa estricta condición de limpieza y pulcritud extrema. Confiamos en la esterilización, pero no la exhibimos”. Riendo, agregó: “Resultaría cómico que los abogados tuvieran que andar exhibiendo sus togas, los ingenieros civiles overoles y cascos protectores, y las teiboleras los tubos y sus hojas de parra, si las utilizaran”.

Dam reaccionó de inmediato y con palabras bruscas exhaló un diluvio de interrogaciones.

Los anfitriones no necesitaban escuchar el sonido de la voz: mediante la aplicación de sus avanzadas técnicas de comunicación interpretaban, punto a punto, el pensamiento de quien tenían al frente.

Dam expuso: “Quiero saber quiénes son ustedes, ¿de dónde vienen?, ¿cómo llegaron hasta aquí?, ¿cuál es su objetivo?, ¿por qué nos abducen y para qué?, ¿nos quieren esclavizar, invadir o colonizar? Quisiera entender”.

“No, Dam, no tan de prisa”, repuso la Doctora Clelia. “Reconocemos tus argumentos y puntualmente daremos respuesta a cada una de esas inquietantes interrogaciones”.

“Primero te diremos”, intervino el Dr. Otto, “que somos personas como tú, como todos los que habitan este planeta. Vinimos de un mundo muy semejante a la Tierra, pero con mayor alcance en ciencia, técnica, organización y objetivos”.

Dam permanecía inquieto, asustado, pero muy pendiente de la Dra. Clelia que comenzaba a hechizarlo. Recordó cuando la vio entrar al recinto y caminar hacia él con porte de belleza de pasarela y una presencia escultural, superior a Ninel Conde: espléndidas caderas, soberbias y cadenciosas, al nivel de Shakira o más.

La doctora intervino comunicándose, y reventó el hilo de los pensamientos lúdicos-lujuriosos de nuestro amigo. “Dam”, dijo, “vinimos de un sistema solar diferente al de ustedes. Con mayor precisión, de un exoplaneta llamado Ciilulah, el cual tiene su órbita alrededor de nuestro sol al cual denominamos Gliese, un sol que pertenece a la constelación Libra”.

“El planeta de donde provienen”, interrumpió Dam, “¿es muy distante del nuestro?”

El Dr. Otto explicó: “La distancia, como la conocen los terrícolas, equivaldría aproximadamente a veinte y medio años luz, y Ciilulah posee un radio cuarenta y cinco por ciento mayor que la Tierra. La órbita está a mucha menor distancia de Gliese, nuestro sol, y mantiene temperaturas que oscilan entre cero y cuarenta y dos grados centígrados. Esta condición climática contribuye a conservar agua líquida en los océanos del planeta”.

“Siendo el agua un elemento indispensable para la vida, resulta obvio que por ello existimos y nos desarrollamos”, dijo la Dra. Clelia. “Habiendo agua, existe oxígeno que también respiramos. Con estas coincidencias, la vida física allí es semejante a la de ustedes”.

“Si la distancia de Ciilulah con respecto a Gliese resulta menor que la distancia que media entre la Tierra y nuestro sol, ¿cómo es posible que el rango de temperaturas allí resulte de cero a cuarenta y dos grados centígrados?”.

“Porque nuestro sol es una estrella enana mucho más pequeña y fría que el sol de ustedes, y también cincuenta por ciento menos luminosa”, explicó el Dr. Otto. “Por esas razones nuestro planeta resulta habitable y muy semejante al vuestro: rocoso y con agua líquida formando océanos. También es oportuno aclararte que los soles no son calientes, en realidad son fríos. Para obtener temperatura se requiere oxígeno y los soles no cuentan con este elemento, por ello son fríos”.

“Veamos: cuando la luz del sol penetra la atmósfera de la tierra, los rayos solares comienzan a calentarse por el contacto con el oxígeno. Creo que me entenderás si te digo que aun cuando la temperatura de tu ciudad, Mérida, que casi está al nivel del mar, te agobia con cuarenta o cuarenta y dos grados centígrados, en las cumbres de los volcanes las temperaturas son congelantes; por eso el Popocatépetl, el Nevado de Toluca y otros más en todo el planeta mantienen sus cumbres cubiertas de nieve. Definamos lo expuesto en un corolario: al nivel del mar existe más oxígeno y éste se va reduciendo a medida que nos elevemos. Es por esta razón que algunos pilotos de aviones-caza requieren de escafandras con oxígeno para respirar”.

“¿Por qué entonces sus compañeros que primero bajaron de este módulo utilizaron escafandras para respirar, si en su planeta de origen existe oxígeno y en el mío también?”

“La atmósfera de tu planeta no es completamente igual a la de Ciilulah”, intervino la doctora. “Existe una pequeña diferencia que hemos superado poco a poco, para aclimatarnos al cambio. Tan es así que muchos coterráneos nuestros, ya adaptados, conviven en la Tierra aun cuando no se manifiesten y ustedes no los detectan. Quizá no sea conveniente confesarlo, por lo que solo insinuamos, pero el tenor, cantante y compositor belga Helmut Lotti es descendiente de ciilulenses. Actualmente se desenvuelve en los escenarios del mundo entero interpretando melodías en innumerables idiomas: inglés, francés, italiano, español, portugués, ruso, afrikaans, alemán, ucraniano, hebreo, latín y otros. Sus presentaciones son incalculablemente tumultuosas”.

En ese momento fueron interrumpidos por el personal de edecanes del módulo. El grupo, con diligencia y cordialidad, les ofreció disfrutar del ágape que la nave obsequiaba en casos especiales.

“Es nuestra costumbre regalar a nuestros visitantes un sencillo refrigerio”, comentó la Dra. Clelia, “para mejor convivencia entre nosotros y el interés de que todo continúe de manera fluida. Además, Dam, te retirabas de las labores diarias para trasladarte a tu hogar a cenar, descansar y gozar a la familia cuando nosotros interferimos. Ofrecemos disculpas y te invitamos a un cordial y amigable brindis”.

“No tengo interés. No sé qué bebidas y alimentos ingieren ustedes, y mucho menos si es conveniente o no que comparta sus manjares”, respondió Dam con sarcasmo. “Pero sí me gustaría conocer cuáles son, y de qué constan sus yantares”.

“Bien, solicitaremos el servicio cotidiano para nosotros del cual deberás escoger lo que prefieras”.

“No creo que puedan ofrecerme cochinita pibil, pavo en relleno negro o pan de cazón, ¿verdad?”. Todos rieron a carcajadas.

Una de las damitas del servicio chasqueó los dedos y del piso, al centro del grupo, lentamente se elevó un mueble para funcionar en calidad de mesa-comedor.

“En tanto cumplimos con poner ante ustedes las viandas previamente solicitadas, les ofrecemos un aperitivo oportuno”, anunció sonriente otra preciosa jovencita que aparentaba ser la coordinadora del servicio. Su compañera amablemente repartió copas de cristal conteniendo un líquido espumoso de color oscuro.

Dam pensó: “¡Qué menjurje será este!”

Los extraterrestres rieron de buena gana al leer los pensamientos del invitado. “Pruébalo Dam”, dijo uno de los anfitriones. “No seas temeroso, sabemos de antemano que será de tu agrado”.

Dam tomó la copa con temblorosa mano y la examinó por fuera, pero prestando más atención al contenido. Con pánico reflejado en la mirada, llevó la copa a sus labios y dio un pequeño sorbo. Degustó y pronunció, como si fuera una sentencia, “Excelente”, y sonrió. “El sabor es parecido a algo que muy bien conozco. Excelente, muy excelente”.

El Dr. Otto, a risa batiente, dijo “es Pepsi-cola con una mínima variación para lograr que el sabor perdure más tiempo en las papilas gustativas”.

Los tres comensales comentaban sobre el agradable aperitivo, cuando nuevamente se hizo presente el personal de sobrecargos trayendo las órdenes requeridas por los doctores. Cada servicio fue presentado ante los comensales en platos amplios de blanca porcelana, cubiertos éstos con pequeños domos de cristal. La utilería para facilitar el consumo de los alimentos era semejante a la que nosotros los terrícolas utilizamos. Parecían de oro. Cuando los doctores descubrieron sus platos, Dam observó con curiosidad la exquisitez de cada uno de ellos.

El Dr. Otto explicó: “Solicité filete de pescado blanco empanizado con masa elaborada a base de cacahuate molido, semillas de cilantro, harina de soja, sal y pimienta verde. Acompaña a este pescado una guarnición de verduras cocidas al vapor y, por último, una salsa especial de tomates, chile, cebolla y cilantro a la que ustedes, aquí en tu medio, llamarían chiltomate”.

La hermosa presentación y atinada explicación aportada exaltaban la suculencia de esa preparación culinaria.

La doctora no perdió tiempo y le pidió a Dam que prestara atención a su servicio, diciendo: “Este plato consta de carpaccio de víbora ‘Bosh’ en salmuera. Estas serpientes se producen mediante adecuadas técnicas de acuacultura en viveros convenientemente situados en la ribera del río ‘Chem’, localizadas estas afluentes al sur del continente ‘Cash’”.

Láminas muy delgadas del producto se acomodaron simétricamente en el fondo del plato. La explicación continuó: “rociado este carpaccio con salsa olivesca hábilmente preparada y ajustada a la exquisita receta culinaria que un chef describiría de la siguiente manera: en procesador de alimentos se mezcla, hasta amalgamarse, huevo, zumo de limón, sal, pimienta, abundantes aceitunas verdes descoronadas, alcaparras y aceite de oliva. Esta salsa, se distribuye alrededor del Carpaccio”.

A pesar del miedo o asco que la palabra víbora le producía, haciendo comparativos visuales, Dam acabó por preferir el carpaccio y no el filete de pescado blanco empanizado.

El Doctor nuevamente invitó a Dam a elegir el servicio que prefiriera. “Si ninguno de estos platos despierta tu atención, quizá podamos complacerte con lo que solicites. Nuestro personal está capacitado para interpretar y producir los alimentos que cualquier comensal pueda ordenar”.

Dam titubeó un momento, observó ambos platos, y temeroso dijo que quería probar el carpaccio.

Inmediatamente fue consentido por el atento personal de servicio el cual, sonriente, depositó ante él un singular y suculento plato con su elección.

Para acompañar los manjares servidos, al centro de la pequeña mesa se encontraba un recipiente en imitación canasta de mimbre, lleno de tostadas de pan ácimo aderezado.

“Magnifica elección, Dam, pero para disfrutar debidamente estos manjares”, indicó el Dr. Otto, “propongo degustar mi vino preferido en la inteligencia de que, si no resulta de tu agrado, puedes ordenar otro que complazca tu preferencia en acidez, sabor, color, añejamiento, madurez, permanencia gustativa, en fin, lo que te complazca”.

Las copas vinateras de cristal cortado ya estaban dispuestas sobre la mesa de manera accesible a cada comensal. Al lado derecho de cada silla se instalaron soportes de plástico duro y resistente, los cuales portaban   recipientes especiales para enfriamiento, y en estos contenedores se encontraban botellas de vino “Rosé”. Las botellas se mantenían frías dado que los recipientes descritos generaban temperaturas de cuatro a seis grados centígrados, tal como lo determinan los cánones vinícolas.

Fue el doctor quien hizo una señal con la mano a Dam para que éste iniciara el “rito” de la cata del vino, según la tradición de los buenos bebedores.

Sin titubear y sin temor, en esta ocasión nuestro amigo, también con ademanes, solicitó a las edecanes   descorchar la botella que creyó le correspondía por encontrarse cerca de él. Acto seguido, tomó el corcho que dejaron cerca de él y lo olfateó. Inmediatamente se hizo de la botella del contenedor frío y, cubriéndola adecuadamente con la servilleta de tela afelpada que cortésmente le suministraron, sirvió el vino hasta cubrir la octava parte de su copa, pulcramente trasparente. Depositó el envase nuevamente en el recipiente y con la mano derecha tomó la copa por el tallo. Con sumo cuidado removió el líquido del fondo para que se rompiera la estructura del vino y pudieran aflorar los aromas a través de la boca de la copa; permitió que el vino se oxigenara durante varios segundos y, por si tuviera anhídrido carbónico, dejó que éste se escape. Con atención advirtió que, al balancearse el “Rosé”, quedaba un tanto impregnado en las paredes interiores de la copa y comenzaba a lagrimear. Meneando la cabeza, comprobó la viscosidad del “Rosé”. A continuación, acercó el vino a sus fosas nasales y apreció el glamoroso aroma, un bouquet especialmente agradable. Por último paladeó un pequeño sorbo. Quedó un tanto pensativo y expresó sonriente: “este vino ‘Rosé’ es magnífico, los ácidos tánicos se impregnan en el paladar. Es un redondo que logra un buen equilibrio de las cuatro condiciones básicas de un buen vino y mantiene una persistencia alta de más de seis segundos de sensación. ¿Cuál es la marca? ¿De qué cañada?”.

Los doctores no perdieron de vista ningún movimiento y, asintiendo con cierto regocijo, expresaron con satisfacción: “Eres un buen catador. Rigurosamente te has apegado a lo que un buen bebedor de vino debe llevar a cabo cuando, por primera vez y en ocasiones especiales, se propone degustar un nuevo y, para él, desconocido vino, que es una bendición de la naturaleza para la humanidad”.

“Permíteme aclarar alguna de tus dudas Dam”, repuso el Dr. Otto. “Éste y todos los productos que se elaboran en Ciilulah no cuentan con marca, dado que las políticas de producción no son para competir, comercializar y obtener beneficios económicos con la finalidad de que algunos industriales amasen fortunas. No, no es esa nuestra finalidad. En su oportunidad te daremos a conocer cómo funciona y cuáles son los beneficios de nuestras organizaciones. Los vinos y otros productos exhiben etiquetas pero sin marcas, tan solo anuncian las características propias de cada mercancía y su certificado de origen, equivalente a su acta de nacimiento”.

“No puedes leer en las etiquetas de estos envases las virtudes de su sabroso contenido, porque no interpretas nuestro idioma y escritura”, nuevamente intervino la Dra. Clelia. “En Ciilulah nos expresamos en un idioma…“, quedó pensativa, “…vamos, equivalente al Esperanto que aquí en este planeta se intentó adoptar por allá de los años veintes del siglo pasado. La intención de tus coterráneos era amalgamar un poco las palabras y sonidos de varias lenguas, por ejemplo inglés, español, francés, alemán, portugués, mandarín, japonés, entre otros. En la Tierra no se concretó el propósito, en Ciilulah sí. Claro que no con los idiomas mencionados sino con los lenguajes locales de nuestro planeta. No te apures, yo haré la traducción para ti. Aprovechando que ya has auscultado profundamente, mediante una impecable cata, nuestro vino ‘Rosé’, leeré para ti. Como pudiste apreciar, tiene un bello tono dorado con matices de color beige. Al olerlo, seguramente apreciaste la presencia de piña y toronja, acompañadas de unas gotas de miel de abeja y mantequilla. Si apreciaste el bouquet de fondo, habrás encontrado aroma a pasto, hierbas y un poco a madera. En la boca pudiste seguramente advertir un sabor poco ácido por los taninos, poco salado y un leve sabor a pimienta verde. Creo que así lo habrás apreciado, Dam”, concluyó la doctora.

“No soy ‘sommelier’, tan solo me gusta el vino”, repuso Dam. “No pude identificar a satisfacción todos los ingredientes que usted mencionó doctora. Más bien pude apreciar una semejanza con un Sauvignon Blanc muy reposado, cosecha 1999, que aun cuando es vino blanco, presenta un sabor semejante a este ‘Rosé’”.

“Bien”, dijo el Dr. Otto. “Sirvámonos y brindemos”.

La velada, si así podemos llamar a esta obligada y extraña reunión, transcurrió más relajada y se abordaron variados e interesantes temas.

(Continuará)

 Diego M. Meseta Chan

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