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Vocablos de alma ardiente

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Vocablos de alma ardiente

José Juan Cervera

El ejercicio genuino de la creación literaria propicia una comunidad de espíritu que se expresa en el reconocimiento del valor ejemplar que aportan precursores, maestros y aliados. Quienes incursionan en este campo buscando notoriedad por encima de todo, suelen marchitarse muy pronto en la memoria colectiva. En cambio, aquellos que se niegan a subordinar los recursos de su arte a intereses ajenos a éste, florecen siempre que sensibilidades afines los encuentran en su camino y traen algo de ellos nuevamente a la luz. Y es así porque la evocación honrosa constituye una de las formas que adopta la gratitud en el mundo de las letras.

De este modo lo comprendió Serapio Baqueiro Barrera (1865-1940), porque en sus crónicas periodísticas enunció selectas cualidades de escritores yucatecos anteriores a los de su generación, dando testimonio de otros que rindieron tributo a la existencia durante el tiempo en que él vivió, por tener aún frescas las impresiones que la convivencia con ellos le produjo.

Usó el seudónimo Parsifal sin la intención de ocultar su identidad, porque todos sabían quién escribía valiéndose de él; con este sobrenombre añadió, por el contrario, un matiz temperamental a su imagen pública, fijando un acercamiento simbólico al héroe de las leyendas medievales que emprendió un largo recorrido en su búsqueda del ideal, como él mismo se propuso en el terreno de la escritura creativa.

Su juventud literaria pasó por el tamiz de la Sociedad Artístico-Literaria “Lord Byron”, cuya revista Artes y Letras acogió textos suyos, igual que otras publicaciones periódicas en los años siguientes, entre ellas El Mosaico, La Hora, Polidor, Cervantes (en la edición que Francisco Villaespesa preparó especialmente para Yucatán) y el Diario del Sureste, en el cual compartió páginas con su hijo Oswaldo Baqueiro Anduze, Carlos Duarte Moreno, Ricardo Mimenza Castillo y otros más que impulsaron con su pluma la presencia de este rotativo que nació en 1931. Sus escritos aparecidos en él ameritan una antología para favorecer su apreciación actual.

Baqueiro Barrera exaltó el recuerdo de autores desatendidos tanto en aquellos días como en los actuales: Arcadio Urcelay, Pablo Peniche, Eucario Villamil, José Correa Villafaña, Manuel Sales Cepeda (a quien aún en la década de los treinta se le tributaba homenaje ante su sepulcro) y otros como Américo Menéndez Mena y el pedagogo David Vivas Romero, recién desaparecidos por entonces. En la diversidad temática de sus crónicas mostró un dominio cabal de las técnicas expresivas para contar, por ejemplo, hechos de sangre confiriéndoles un halo de tragedia íntima desde una actitud respetuosa de las pasiones en que brotan, esbozando el desvalimiento que socava las aspiraciones humanas. Evidenció un gusto particular en describir escenas porteñas y citadinas a partir de objetos y sucesos realzados en sus elementos más vitales.

El temple progresista de Parsifal cobró eco en los rasgos compositivos de sus textos y en sus posiciones políticas. En el horizonte que alentaba no admitió torres de marfil que velasen la claridad de sus ideas. Combatió opiniones retrógradas aun enzarzándose en polémicas como la que sostuvo con elegancia frente a Andrés Sáenz de Santamaría en torno a la atribución histórica de nombre del principal teatro de Mérida.

Entre sus logros se cuenta la compilación de Musas y liras. Homenaje a las damas (1907), obra en que varios poetas yucatecos brindaron líricas flores a jóvenes meridanas: él dedicó las suyas a Carmen Cámara Vales y a las hermanas Pilar y Manuela Ancona Cámara. Autores de diversas edades confluyeron en este canto plural a la belleza y a la inteligencia.

La divisa que le granjeó el beneplácito del público fue la amenidad, a la que también concedió lugar de honor en sus reflexiones estilísticas. Muy lejos estuvo de aquellos que, en palabras de Joubert, pasan de largo en el ánimo de sus lectores sin que esto se deba a su carencia de dotes para escribir bien, sino a su impericia para incitar el agrado de quien recorre palabras impresas con la expectativa de hallar en ellas algún motivo de gozo.

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