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Todos somos Yoguis

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TODOS SOMOS YOGUIS

Luego de su divorcio, Mercedes acudió a varios psicólogos para intentar controlar sus pensamientos, y el rencor no cedía.

Intentó el catolicismo, y se descubrió como servidumbre de los sacerdotes.

Un día que el insomnio la expulsó de la cama a las 5 de la mañana, se puso sus jeans y salió rumbo al parque más cercano a caminar hasta cansarse.

El parque estaba colmado de practicantes de yoga que esperaban los primeros rayos del sol. Quiso ignorarlos y caminó alrededor de ellos, pero no podía quitarles la vista de encima. Decidió sentarse en una banca frente a ellos, y admirar sus evoluciones.

Al terminar la clase un hombre se le acercó, dijo ser el maestro. “Mi nombre es Humberto, he visto que te detuviste a mirar la clase. Veo en tu mirada que no tienes paz, ven y cuéntame”.

La plática se prolongó en un café. Mercedes se sentía totalmente enriquecida y plena ante Humberto, quien la escuchaba y siempre tenía una palabra justa para hacerla sentir mejor.

“Mañana empezaremos”, le había dicho. “Buscaremos tu paz interior, sanar tu espíritu, intentaremos lograr que la meditación vaya calmando esos rencores que no te dan tranquilidad. Tranquiliza la mente y la vida te será plena”. Mercedes le preguntó si no quería almorzar en su casa, y hacía ahí se dirigieron.

Horas más tarde, Mercedes no cabía en sí misma: había alcanzado ocho veces el orgasmo y Humberto no había perdido la erección, y no había derramado una sola gota de semen.

“No te gustó”, preguntaba ella a cada rato. Pero él respondía: “Me fascina. He tenido multiorgasmos energéticos. La expulsión del semen es sólo para los tontos que buscan el placer en el exterior; contener el semen, y guardar la energía, hace que uno prolongue las sensaciones, que uno pueda obtener placeres que hoy no puedes imaginar, pero que poco a poco te podré enseñar”.

La noche llegó, Mercedes no cabía de felicidad. El día entero lo había pasado con Humberto y estaba segura de que nada había sido mejor que este encuentro.

Él la dejó dormida.

Mercedes despertó a media noche, se duchó y no podía arrancarse la sonrisa del rostro.

A la mañana siguiente llegó de nuevo al parque, deseosa de comenzar la instrucción.

Un maestro diferente dirigía la clase.

Preguntó por Humberto pero nadie había escuchado de él.

Al regresar a casa, pudo darse cuenta de que le habían robado la joyería.

Adán Echeverría

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