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Sangre y dolor en Liberia

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Los helicópteros comenzaron a descender en la planicie, mientras nosotros observábamos ocultos en la maleza en dirección a aquel estrecho claro, el único en kilómetros de aquella extensa jungla africana.

En uno de ellos debería descender Abdal-Malik Quiwonkpa, el líder de la facción opositora al régimen de Aaazaad Doe, el último de los dictadores en ocupar la presidencia de Liberia. Mi comando había sido enviado para exterminar a los que encabezaban aquella rebelión y, tras un intenso trabajo de inteligencia, se decidió que aquel sitio perdido era el más adecuado.

Para poder llegar a aquel punto avanzamos más de 100 kilómetros en la selva, tras lanzarnos en paracaídas dos días antes. Los 12 hombres que formábamos aquella misión éramos expertos en ese tipo de escenarios. Yo llevaba 3 años trabajando para Cooper, un comando ex boina verde que como mercenario se había granjeado una buena reputación, por lo que siempre teníamos opciones.

Nuestras posiciones nos permitían cruzar disparos para impedir que ninguno de los enemigos tuviera el menor chance de salir con vida. Antes fue necesario comprobar la identidad de los blancos, a cargo de lo cual estaban Wyatt y Rodríguez, ambos a través de lentes especiales que fotografiaban y enviaban las gráficas a un programa de reconocimiento facial súper efectivo que en segundos confirmaban que allá estaban al menos 3 de los 4 ‘objetivos’ requeridos. Jamar Sawyer era la única de nuestras piezas a cazar aparentemente ausente. Consultando vía satelital con el cliente, recibimos confirmación para el ataque, así que nos preparamos para la acción.

Yo, como la mayoría, portaba un M16 calibre 5,56 mm, un rifle automático norteamericano que comencé a utilizar en mis tiempos en la infantería. Me gustaba esa arma. No era casualidad que su sencilla manejabilidad y potencia la convirtieran en la favorita de ejércitos de más de 80 países en el mundo.

En cambio, Shaw y Kelly utilizaban la M240 de 7,62 mm, capaz de arrancar miembros de un cuerpo sin problema alguno, arma ideal para iniciar un ataque sorpresa por su poder destructivo. Además, su sonido es quizá uno de los más escalofriantes, pues representa la certeza de que alguien morirá sin remedio.

A diferencia de lo que todos vemos en las películas, en la vida real mientras menos dure un combate mayor es la posibilidad de salir con vida. Los ataques tenían que ser certeros y preferentemente de sorpresa. Estábamos advertidos de que los rebeldes contaban con AK-47, el famoso fusil de asalto Kaláshnikov, la eficiente arma rusa que jamás se traba ni en arena ni bajo lluvia, preferida de guerras a nivel global, además de ametralladores PK, prima de la Kaláshnikov, de 7,62 mm, activa desde 1961 por los rusos, presente en Vietnam, y con nuevas versiones fabricadas en más de cinco países.

Aquel hueco en medio de la nada resguardaba una pequeña base vigilada por unos 50 soldados, sin bodegas y con solamente dos barracas y 2 puestos de vigilancia ubicados de norte a sur, en su entrada y parte trasera, ya que en las laterales lo espeso de la selva impedía cualquier tipo de acceso.

Divididos en dos grupos, nos acercamos varios metros más: nosotros sobre los que llegaban, los restantes con la misión de nulificar a los que descansaban y vigilaban dentro del cuartel.

Cuando Abdal –Malik dio el primer paso fuera del helicóptero, Cooper dio la orden de disparar. Esperamos la primera descarga a cargo de Shaw y Kelly. Pude observar cuando el brazo y la cabeza del líder rival salían desprendidos de su base ante los impactos. De inmediato los demás abrimos fuego sobre los demás que, atónitos, ni siquiera tuvieron tiempo de disparar, cayendo abatidos como blancos de feria. Al mismo tiempo, nuestros compañeros usaban sus lanzamisiles portátiles FGM-148 Javelin, enviando a aquellos pobres miserables que dormían al más allá de manera atroz. Los pocos que alcanzaron a reaccionar dispararon hacia la selva, sin tener idea del lugar del cual provenían las descargas. No tardaron en ser barridos por nuestros coordinados esfuerzos. No quedó vivo ninguno.

Ingresamos al área para confirmar las muertes de los que nos interesaban, fotografiando sus restos y tomando todo lo que a nuestra consideración podría resultar útil a quienes nos contrataron para aquella masacre. Pero la operación no concluía ahí.

Tras dialogar por radio con sus superiores, Cooper nos confirmó que dos helicópteros venían por nosotros para llevarnos en busca de la pieza que faltaba exterminar, Jamar. Este había sido ubicado a unos 300 kilómetros de distancia. Nos preocupaba porque sabíamos que estaba resguardado por el grueso de las tropas en rebeldía, unos 200 hombres fuertemente armados. Cooper nos explicó que el ataque no sería en ese complejo, sino en un poblado cercano dominado por ellos donde los jefes acostumbraban satisfacer sus aberraciones sexuales. Al parecer, allá estaban cautivas una veintena de estudiantes que servían como esclavas a aquellos asquerosos. Era nuestra mejor oportunidad. Teníamos vía libre para utilizar la fuerza necesaria y cargarnos en el proceso a todas las víctimas colaterales que fueran inevitables.

Descendimos a muchos kilómetros de distancia, a un costado del río Mano, el cual cruza la costa atlántica, iniciando precisamente en Liberia. En balsas inflables nos dirigimos a nuestro punto de ataque. Para entonces la oscuridad se hizo patente, obligándonos a utilizar nuestros lentes de visión nocturna, los cuales no lograban borrar las cicatrices de aquella nación producidas por sus cruentas guerras civiles que, abarcando de 1989 al 2003, habían dejando más de 200 mil muertos. La nación además fue asolada por la epidemia de ébola en el 2014.

El objetivo se encontraba relativamente cerca de Yekepa, el poblado más cercano a la frontera con Guinea. Era una especie de pueblo fantasma que los rebeldes habían convertido en su burdel personal. Aunque calculamos unos 40 soldados armados con metralletas, pistolas y todo tipo de armas blancas, la mayoría, si no es que todos, estaban bebiendo y esperando turno para violar a aquellas muchachas que tuvieron la mala fortuna de caer capturadas por aquellas bestias.

Avanzamos formando un círculo perfecto, dividiendo para ello nuestras fuerzas en cuatro partes. Cada una fue eliminando de manera silenciosa a los enemigos que encontraba a su paso. La mejor manera era degollándolos, o bien clavando nuestros cuchillos tácticos Cudeman en sus cabezas. Las armas de fuego, aunque contaban con silenciador, no eran recomendables por el momento.

Proseguimos nuestra ruta hasta llegar a las chozas más apartadas del centro. Con nuestras cámaras térmicas ubicamos a Jamar Sawyer en el que parecía ser el edificio principal del lugar, en cuyo tercer piso se encontraban los dormitorios que eran utilizados como áreas de placer. Cooper ordenó que los restantes se prepararan para eliminar a los enemigos que estuvieran en las inmediaciones, mientras él encabezaba conmigo y Shaw la incursión en su busca.

Llegar a la entrada no resultó complicado al avanzar abrazados, fingiendo estar ebrios como la mayoría. Apenas estuvimos a dos metros de ella, nos lanzamos como rayos, disparando tiros ahogados contra todo aquel que se interponía entre nosotros y el líder rebelde. Fuimos acribillando obstáculos mientras ascendíamos las escaleras, hasta llegar al cuarto principal, custodiado por cuatro tipos que fueron barridos por nuestros certeros disparos. Cooper pateó la puerta y encontró a Jamar sodomizando a una menor que suplicaba una clemencia que jamás imaginó llegaría en forma de mercenarios asesinos.

Cooper lo apartó de la niña con un certero golpe en la nariz, de la cual brotaron chorros de sangre. Sin darle tiempo a nada, lo tasajeó con su machete cuyo filo combinaba sierras en la parte superior de la hoja. De un tajo le cortó el pene que cayó rodando, lo tomó para introducirlo en la boca del sujeto que estaba al borde del colapso, y después le voló la tapa de los sesos con su Glock 17.

Bajamos a toda prisa hasta la salida, observando cómo nuestros compañeros barrían con los soldados que quedaban, mientras otros corrían endemoniadamente, tratando de salvar sus miserables existencias. Rápidamente regresamos al río para esperar el retorno de los helicópteros que con celebrada precisión llegaron por nosotros.

Nuestra misión había terminado. Todos los hombres celebramos con nuestro acostumbrado grito de batalla, y abrimos nuestras respectivas bebidas, mientras nuestra nave se dirigía rumbo al Océano Atlántico. Cooper nos alentó y aseguró que nuestra recompensa estaba asegurada, a la vez que nos felicitó por nuestra determinación y valentía. Sí, se requieren muchos huevos para participar en este tipo de incursiones, no cualquiera se atreve a eliminar seres humanos sin temor a pagar un alto precio cuando llegue el momento de saldar cuentas con el Creador.

Ahora lo único que me importaba era regresar cuanto antes con los míos, con mi esposa, con mi pequeño Timmy y mi hija Agnes, que pronto sería una quinceañera.

15 años… ¡Carajo! Era quizá la misma edad que tendría aquella chiquilla que dejamos atrás en Liberia. ¡Fuck! En serio que la vida la mayoría de las veces en injusta.

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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