Relatos del pájaro sabio – X

By on agosto 4, 2022

Relatos

X

Celoso

“Muchachito, para que tengas en mente que el exceso de celos no conduce al hombre a un buen destino, esta noche voy a platicarte de un hombre del pueblo de K’anpéepen, que por celoso daba mala vida a su esposa.” Así exhortó don Búho a su hijo antes de dar inicio al siguiente relato:

Casiano era un hombre tan celoso que hasta de su propia sombra desconfiaba; era tal su obsesión que llevaba a su mujer a trabajar con él en la milpa y así poder vigilarla. Cuando regresaban a la casa al atardecer, y en algunas ocasiones ya entrada la noche, ella tenía que realizar las labores del hogar.

La mujer recurría a su madre para que llevara el nixtamal a moler y amarrara el cubo dentro del pozo de agua para evitar que se acedara la masa con la que Flor hacía tortillas calientes para acompañar el frijol k’abax con huevo frito u otro guiso previamente preparado.

Su calvario comenzó cuando se mudaron a vivir a la casa que les cedió el padre de Casiano. Cierto día que Flor regresaba del molino de don J-Ch’eel, al verla platicar con Marcelino, un joven que vivía en una casa cercana a la de ellos, Casiano se encendió de celos. Apenas entró la mujer en la casa, el marido la recibió con un rosario de ofensas y una bofetada que hizo caer el cubo de masa que llevaba asentado en la cabeza.

–Hija de puta! ¡Pelana’! ¿Fuiste a ofrecer tu culo o a moler?

Golpeó y humilló a Flor cuanto quiso, buscando que confesara ser amante de Marcelino, pero la mujer se mantuvo firme en decir que el joven preguntó si había visto a su madre en el molino, pues la señora se había llevado las llaves de la casa, y que ella sólo había contestado que no la había visto.

A este punto, don Búho interrumpió la narración para comentar: “No trae nada bueno que el marido cele a su esposa e invente que lo engaña con otro hombre, como lo hacía Casiano. Por eso pido que pongas mucha atención a esta plática, muchachito.” Luego continuó con el relato.

Casiano acostumbraba levantarse de la hamaca antes que la X-ajalsaj kaab eek1 apareciera en el oriente; de esa manera tenía tiempo suficiente para desayunar y tener a mano sus herramientas; le desagradaba llegar al trabajo cuando ya el sol había salido. Cierto día, tenía prisa por llegar a la milpa antes del alba, para evitar que los k’áawo’ob arrancaran las plantitas de elote que ya tapizaban de amarillo la tierra. Así pues, un poco después de la media noche, se despertó, se levantó y fue a orinar. Al regresar, sacudió varias veces el brazo de la hamaca de su mujer para despertarla:

–¡Levántate mujer! ¡Levántate a preparar el desayuno! Acuérdate que ayer las malditas aves aprovecharon que nos sentamos un rato a tomar k’eyem2 y arrancaron algunos de mis elotitos.

Al sentir las sacudidas, Flor entreabrió los ojos, pero se resistió a levantarse porque se sentía muy cansada. El tronar de los huesos al estirar su cuerpo la reconfortó, así que se acomodó bien en la hamaca, con la intención de seguir durmiendo un rato más. Pero como el marido insistió en llamarla y sacudir su hamaca, ella aún somnolienta le dijo:

–Se… Señor, ¿no te das cuenta que falta mucho para que amanezca?, ¿por qué no dejas de fastidiar? ¡Acuéstate un rato más y termina de descansar!

–¡Descansaré cuando muera! –contestó molesto– ¡Aligera, no finjas estar dormida! ¡Levántate! Sabes muy bien que debemos llegar a la milpa, mucho antes del amanecer.

–¡No seas impaciente, acabo de despertar! Estoy calurosa, deja que me atempere un poco –dijo la mujer.

–¡Qué espera, ni que nada! ¡Ya dije que te levantes! No por tu culpa tenga que resembrar y mis elotes no crezcan de manera uniforme. Los pájaros no se miden en arrancarlos si no estamos para ahuyentarlos.

Flor se levantó de mala gana y se encaminó a la cocina a encender el fogón. Luego acercó un kisiche’ y se sentó a esperar que se calentara el agua para preparar el café. Mientras tanto, comenzó a repasar mentalmente el martirio que venía sufriendo en manos de Casiano: “¡Dios mío! Ya llevo más de un año casada con este hombre y no he pasado un solo día feliz a su lado a causa de sus malditos celos. Me duele que me ofenda y me golpee por más que lo quiero y ayudo a trabajar. ¡Diosito! Me gustaría que me regalaras un hijo para ver si así cambia el carácter de mi marido; si no, ¿qué será de mi vida? A ratos estoy decidida a dejarlo, pero mis padres se oponen rotundamente; argumentan que no es un hombre malo, que me cela porque me quiere. Me arrepiento de no haber huido con Roberto cuando me propuso llevarme a su casa; mi mamá odiaba a ese muchacho por no ser muy adicto al trabajo, pero hoy estaría viviendo feliz a su lado; él ama mucho a su mujer y a su pequeño hijo, según me dice mi hermana. Pero a pesar de que Casiano no es mi hombre ideal, y fue mi madre la que me indujo a corresponderle, en ningún momento pasa por mi mente ponerle los tarros. Además, ¿cómo voy a hacerle pak’ k’eban3 a mi marido si no se despega de mí? Por eso me duele tanto el maltrato que me da sin motivo alguno”.

Flor dejó de recordar los amargos pasajes de su vida al levantarse a retirar la olla de agua del fogón; después de poner a calentar el resto del frijol con puerco del día anterior se sentó nuevamente… Empezaba a dormirse, cuando una sonora bofetada la despabiló.

–¿Por qué me pegas Casiano? No te das cuenta que el cansancio hace que me duerma –protestó Flor, al secar sus lágrimas con el cuello de su hipil.

–Eres una jooypeel. No es que estés cansada, si no que quieres comportarte como esas mujeres que no saben atender al hombre y se levantan de la hamaca cuando el sol ya está en lo alto del firmamento. Debes saber que yo nunca voy a consentir que te levantes tarde.

Para que Casiano dejara de vociferar, Flor le sirvió el desayuno diciéndole:

–¡Deja de sermonear como cura! ¡No te vayas a atragantar y mueras asfixiado!

–¿Tienes prisa por vivir con otro hombre? Deseas verme muerto porque tienes un amante. ¡Ten mucho cuidado! Haz tus cosas sin que yo lo vea, porque te advierto, hasta ahora no ha nacido la mujer que juegue conmigo y me deje en vergüenza ante el pueblo. ¿Escuchaste bien? –preguntó, sumamente molesto.

–Casiano, a ti los celos te matan –contestó Flor, mientras tostaba las tortillas.

Después del desayuno se encaminaron a la milpa. Al poco rato de hacer sus rondas para ahuyentar a los pájaros que arrancan los elotitos, la mujer escuchó que su marido decía:

–Flor me siento muy desganado y mi barriga suena como la lluvia cuando se prepara para regar el campo; posiblemente me hizo daño el frijol. La mujer fingió no haberlo escuchado y se encaminó hacia otro lado de la milpa pensando: “No es el frijol lo que te hace daño, pelana’, sino tu bilis que se alteró por el coraje de haberme sorprendido dormitando.”

A poco rato de estar parada bajo la sombra de un ja’abin que crecía en uno de los cuatro extremos de la milpa, Flor observó que su marido corría de prisa a defecar, presionándose el vientre con las manos. Cuando Casiano terminó de descargar se dirigió hacia el pasel4 y llamó a su esposa con voz suplicante:

-¡Ven acá Flor, tengo tirixta’! ¡Ven, por favor! –ella llegó junto al pasel y el continuó– cago sólo agua, con mucha espuma y me da mucho ch’otnak’, que…

Sin terminar de contar sus males, a Casiano le dieron ganas de evacuar por cuarta vez. Como se sentía mermado de fuerzas y aún padecía ch’otnak’ pidió a Flor que preparara una bebida con hojas de p’op’ox, que le calmó el cólico, pero no el tirixta’. Estaba muy decaído, no se alejaba, sólo se agachaba detrás del pasel.

Al darse cuenta que su marido empeoraba, Flor raspó la cáscara del tronco de una mata de poom, la mezcló con agua y se la dio a tomar, Pronto el hombre se recuperó, pero ya no tuvo fuerzas para ahuyentar a los k’áawo’ob. No le quedó más remedio que acostarse a dormir bajo el pasel. Flor se encargó de cuidar las plantitas de elote, lanzando piedras a las aves con el yúuntun5. En su recorrido, al acercarse a la orilla del cerco de la milpa, la mujer escuchó que alguien la pisteaba y la llamaba por su nombre:

–¡Píiist, Flor! ¡Píiist, Flor! ¡Ven acá! Ven Flor, no temas. Hace rato que me guardé detrás del cerco de la milpa esperando la oportunidad de platicar contigo, tan siquiera por unos minutos.

Flor reconoció la voz de Marcelino. Se acercó a la enramada que circundaba el terreno, fingiendo que inspeccionaba si había alguna rendija por donde pudiera entrar el ganado a comer los cultivos de la milpa; temerosa y con voz ahogada dijo:

–¡Marcelino, por el nombre de Dios, vete a tu casa! ¡Dios no quiera que te vea mi marido! Si me da malos tratos sólo porque en la calle me vio hablar contigo, qué no haría ahora si llega a vernos. ¡Sería capaz hasta de matarme!

–Flor, aunque supliques en nombre de Dios que me vaya, no doy un paso atrás sin haber platicado contigo, porque gracias a don Asunción, vecino de ustedes, me enteré del mal trato que te da tu marido, y eso despertó el gran amor que por ti siento. Conozco tu conducta intachable y sé que mereces mucho cariño y respeto. Casiano debe estar ciego para no darse cuenta de lo valiosa que eres y de que harías feliz a cualquier otro hombre que te tomara por esposa.

–Marcelino, anda, vete por favor. ¡Te lo pido en nombre de tu linda madre! ¡Qué diría ella, si llegara a enterarse que te dañó mi marido por verme platicar contigo! –insistió Flor.

–Varios días me ha llevado encontrar el momento de hablarte en tu casa o aquí en la milpa, sin haberlo logrado. Hoy que se ha presentado esta oportunidad, no me voy sin antes hacerte saber mis intenciones. Te suplico que vayas a sentarte un rato, aparentando que descansas, debajo de la mata de tsalam que se encuentra en aquel extremo de la milpa –dijo Marcelino, señalando con su brazo hacía el sureste.

Flor no dijo si iba o no al lugar indicado; dio media vuelta y se encaminó rumbo al pasel. El joven pensó: “Pobre mujer, vive muy atemorizada por el demonio de su marido; no irá adonde le dije que platicaríamos”. Por más que Marcelino resintiera la actitud de Flor, no se apartó del cerco; desde ahí espió los movimientos de su amada, vio que la dama acechó dentro del pasel para constatar que su marido seguía durmiendo. La esperanza renació en él, cuando la mujer se dirigió al lugar indicado.

–¡Habla de una vez, Marcelino! ¡Hazlo pronto! –dijo Flor apenas ambos llegaron–. Luego te vas, porque tengo mucho miedo de que mi marido despierte y nos vea platicando.

–No temas, mi amor, estoy decidido a enfrentarme a Casiano porque deseo compartir mi vida contigo. Por eso he venido a pedirte que dejes a ese hombre que no te quiere. ¿Quieres ser mi esposa? –preguntó Marcelino, ansioso de escuchar la respuesta.

–Marcelino, lo que me pides es algo imposible porque soy una mujer casada. Mis padres, nunca me perdonarían si abandono a mi marido. Además, si te atreves a pedirme que sea tu mujer, no es ese amor que dices sentir por mi lo que te inspira. Lo haces por compasión al saber que Casiano me da malos tratos. Tu eres joven, tienes la oportunidad de elegir a una señorita acorde a tu edad para esposa, yo, por más que lo desee, no puedo cambiar mi destino.

–El destino quizá nunca cambia, pero toda persona puede mejorar su modo de vida si así, lo desea. Tú puedes dejar de sufrir con sólo mandar al diablo a tu marido. Acepta ser mi esposa, Flor, ¡te lo suplico! –insistió Marcelino.

–No, Marcelino, jamás abandonaré a mi esposo. ¡Nunca lo haré! –dijo la mujer, de manera tajante.

Desconsolado el joven, al darse cuenta que no tenía esperanza alguna de lograr el amor de Flor, dijo:

–Con rechazarme no vas a lograr que deje de quererte. Todo lo contrario: haces acrecentar el amor que siento por ti. Tu lealtad al marido demuestra que eres una persona de nobles sentimientos, digna de respeto y admiración. Si no quieres dejar a ese mal hombre, no lo hagas. Sólo te pido que seas mía por una vez, tan siquiera por un rato, para cobrarle el haber propiciado que yo te ame con todo mi cariño. De esa manera haríamos pagar a Casiano el daño que te ha causado con sus infundados celos –dijo Marcelino, sumamente triste, mirando fijamente los ojos de Flor.

Convencida la mujer de la sinceridad del muchacho, reflexionó: “Tiene razón Marcelino, mi marido es el único culpable de lo que está sucediendo. No es justo que yo siga sufriendo por algo que no he cometido. Si he de pagar un pecado, que sea después de haber conocido el verdadero amor.”

–Está bien Marcelino, acepto ser tuya –contestó Flor, con los nervios de punta–, pero no puedo decirte dónde ni cuándo va a ser posible; sabes muy bien que mi marido anda siempre conmigo y me vigila mucho. Hoy pude platicar contigo por pura casualidad.

–No te preocupes, amor, en esta vida todo tiene solución. Hasta en la cara del mismísimo demonio unta su cola el gato sin que él lo presienta, y tu marido no sería la excepción. De eso me encargo yo –dijo Marcelino.

El muchacho explicó a Flor el breve plan que tenía para consumar la “hazaña”. Con el corazón rebosante de felicidad al saber que tendría la oportunidad de poseer a la mujer de sus sueños, se despidió de ella con un ligero beso en la mejilla.

Era un domingo del mes de junio, el sol lucía resplandeciente en el firmamento, acababa de rayar el mediodía. Flor y su marido ya habían llegado a la casa, trabajaron pocas horas en la milpa por ser día de descanso. Casiano tomaba el fresco bajo la frondosa sombra de una mata de aguacate, cuando vio revolotear una libélula alrededor del pozo de agua. Enseguida gritó a su mujer que se encontraba en la cocina:

–¡Flor, Flor! ¡Qué bueno que estamos en casa, hoy vamos a tener visita!

Cuando la mujer escuchó lo que dijo su marido, pensó: “¿Será que este maldito hombre presiente que hoy viene Marcelino a la casa? ¿Será capaz de adivinar sucesos por ocurrir? Espero que no, Dios mío”. Después se persignó, salió de la cocina y le dijo:

–Creo que andas mal de la cabeza, si no fuera así no dirías tonterías. Sabes muy bien que por tu mal carácter nadie nos visita.

–Eso dices tú, pero yo estoy seguro que alguna persona nos visitará en este día. Así lo anuncia la libélula, y ese bicho no falla, te lo aseguro –dijo con mucha confianza.

–¿Cómo es posible que creas en puras supercherías? –preguntó Flor, cuando regresaba a la cocina por un cubo, para ir al pozo por agua.

–¡Máare!, parece que no amarré muy bien la soga del cubo, se quedó dentro del pozo. Por favor, Casiano, entra a sacar el cubo, para que pueda llenar la tinaja con agua –suplicó, la mujer.

Casiano aceptó bajar por el cubo pero, desconfiado como siempre, hizo que su mujer se aparragara sobre el brocal del pozo para tenerla a la vista y poder hablarle.

–Flor, ¿de qué lado del pozo, crees que se encuentra el cubo? No logro ubicarlo por falta de claridad y por la profundidad del agua. ¿Está en esta banda?

–¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí! –gritó Flor, inclinando cada vez más la cabeza dentro del pozo y sosteniéndose de la soga del carrillo,

Al no encontrar el cubo en el costado donde le indicaron, Casiano preguntó nuevamente a su mujer ¿Crees que se encuentra en esta otra parte?

–¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí! –contestó Flor, señalando otra dirección y gritando más fuerte.

–¿De verdad crees que está ahí, Flor? –preguntó el hombre ingenuamente,

–¡Sííí, papaaacito! ¡Ahí! ¡Aaah! ¡Huuum! –gemía de placer la mujer.

Cuando por fin Casiano logró ubicar el cubo, al salir del pozo comentó:

–Parecía que comías chile picante, mujer. Estabas sonrojada y gritabas como loca. ¡Hasta me dijiste papacito! Esa palabra nunca la había escuchado de tus labios; ni siquiera cuando hacemos el amor.

–¡Máare! ¡El que es un loco eres tú que inventas cosas fantasiosas! Ji, ji, ji –se rió, Flor, con mucho regocijo, como si todavía disfrutara la placentera sensación de copular con Marcelino.

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1 X–Ajalsag kaab cek’ (Estrella anunciadora del amanecer).

2 K’eyem –pozole–, bebida preparada con maíz –molido– sancochado en agua de cal.

3 Pak’ k’eban (Cometer adulterio).

4 Pasel (Pequeña choza para guarecerse del sol y la lluvia).

5 Yúuntun (Honda).

 

Santiago Domínguez Aké

Continuará la próxima semana…

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