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Notas discordantes

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Letras

José Juan Cervera

Las referencias anecdóticas que desgranan matices de la vida literaria pueden parecer insignificantes y ligeras; pero, si se observan los elementos básicos de su contexto histórico, engendran por lo menos un buen motivo para discernir los efectos del tiempo en las jerarquías de valores y en las expectativas que suscitan. También ayudan a reducir la distancia que impone la mención de algunos nombres que hoy sólo se pronuncian con algún gesto de solemnidad.

Pese al relieve de sus acciones públicas, los hombres y las mujeres de antaño pueden evocarse de muchas maneras, no sólo mediante una placa conmemorativa o en las imágenes borrosas de una fotografía quebradiza. Enfrentaron las asperezas del mundo de ese entonces, pero también se procuraron modestas diversiones y discutieron temas del momento, intercambiaron bromas y entonaron canciones de moda, todo con la conciencia de que otros lo hicieron antes que ellos, y que algo semejante ocurriría entre las generaciones venideras.

Carlos Duarte Moreno, letrista de varias piezas de la canción popular yucateca, fue colaborador asiduo del Diario del Sureste, medio impreso que contiene varios textos suyos entre crónicas, poemas, aforismos y notas de actualidad, formando un cuadro animado de sus expresiones suscritas a lo largo de muchas décadas. En junio de 1935, uno de sus artículos describe un día típico en la redacción de esa casa editorial: la convivencia con sus colegas, los dichos y las actitudes de cada uno. Clemente López Trujillo, Oswaldo Baqueiro Anduze, Leopoldo Peniche Vallado y el director Santiago Burgos Brito conversan con él sobre asuntos diversos, centrados especialmente en los libros, como puede esperarse de quienes consagran su entusiasmo a las letras y al universo que se entreteje en ellas.

Carlos Duarte Moreno, en xilografía de Raúl Gamboa.

El poeta López Trujillo recuerda la ocasión en que el ministro José Vasconcelos preguntó a los empleados de la Biblioteca Nacional cuántos libros habían desaparecido del acervo durante el mes, y al recibir la respuesta señaló que le parecían muy pocos. El suceso dio pie a opiniones discordantes, la de Duarte Moreno fue favorable a la sustracción de esos nobles objetos que, a su juicio, dignifican por sí mismos la conducta de los usuarios que deciden apropiárselos: “Si juzgando desde la justicia distributiva de las cosas el derecho a la vida que no se limita a comer, con burla justa al derecho penal, no condenamos en nuestra conciencia al que roba un pan –pan de la boca y pan del espíritu-, ¿debemos condenar al que roba un libro?

A los pocos días, el profesor Burgos Brito manifestó su desacuerdo en una breve columna sin firma, pero con un sello estilístico que se infiere del director del diario, haciendo ver que aseveraciones como las de su compañero de página pueden incitar daños al patrimonio público, e incluso a la propiedad particular. Tal vez el ameritado escritor recreó en su memoria la vez en que le marcó el alto al mismo general Salvador Alvarado cuando, en una visita oficial a la biblioteca Cepeda, durante su gestión preconstitucional en Yucatán, el militar revolucionario pretendió llevarse los siete tomos de las Vidas paralelas de Plutarco; el licenciado Burgos, como director de ella, hizo valer el reglamento interno del establecimiento que marcaba estrictamente su uso en la sala de lectura, no en calidad de préstamo a domicilio, algo que hubiera equivalido a una merma injustificada de los títulos del catálogo, sin ser precisamente un hurto.

Hubo otro escrito de Duarte Moreno que causó incomodidad al director del periódico, sin oponerse por ello a su publicación. Se trata de una nota en que el colaborador citado defendió el derecho de las parejas a besarse en los parques públicos, por considerar una muestra de hipocresía restringir esa manifestación de afecto. La discrepancia salió a flote en la columna rectificadora, cuya pluma juzgó un exceso prodigar besos a la vista de otros ciudadanos, acción que en abono de este perspectiva envolvía el “olvido absoluto de cuánto vale la divina tibieza de una alcoba nupcial”. Estas diferencias de criterio seguramente despertaron interés en sus lectores, estimulando su reflexión al respecto.

Las impresiones de la vida cotidiana afinan la sensibilidad de los escritores y se reflejan en el desarrollo de su obra, más allá de sus opiniones inmediatas. Entre tanto, la prensa cumple un papel fundamental llevando al público las fuentes y los frutos de este proceso creativo.

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