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La plebe jubilosa

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Letras

José Juan Cervera

La diferencia capital entre Paco Ignacio Taibo II y sus detractores radica en el origen de su fuerza literaria. La suya es una expresión que arraiga en un sentido intenso de la experiencia colectiva, tanto desde el fondo de su inmediatez vital como en la línea de la perspectiva histórica que la moldea, nutre y define en procesos de largo alcance. Los otros tienen acaso el brillo diluido de su retórica y el registro fragmentario que extraen de su voluntad elitista.

El universo multiforme de Taibo se gesta en un núcleo familiar de transterrados progresistas que orientan su percepción unitaria de la vida, llevándolo a adoptar, en hora temprana, la cultura del país receptor. Con esta sensibilidad contribuye al despliegue de alternativas para superar visiones trasnochadas del ser social y sus quehaceres. Un recuento de acciones e ideas que marcaron época se avizora en su libro Los alegres muchachos de la lucha de clases (México, Editorial Planeta, 2023), que conforma una serie de textos concisos y esclarecedores de los asuntos que toca.

La obra trae una mezcla de crónica, apunte memorioso y narrativa con aderezos ficcionales. Su lenguaje incorpora expresiones de la cultura popular del mexicano, rasgo que ofrece espontaneidad y frescura como clave de conexión con sus lectores, sin perder sustancia en pasajes anecdóticos y giros reflexivos. Incluye unas cuantas fábulas de sutileza franciscana que Esopo habría leído con regocijo y que refuerzan el tono general del conjunto de los capítulos.

La identidad del narrador –que además apela al uso de distintas personas gramaticales en la exposición segmentada del relato– recurre a varias figuras individuales para confluir en un perfil generacional definido en símbolos y rituales, formas de participación cívica, y contenidos de la cultura que sobrepasan el conformismo habitual de otros sectores dispuestos a reproducir sin objeciones éticas la tradición heredada como bloque indiviso.

Evoca acontecimientos de trascendencia nacional, como los que enlutaron los años 1968 y 1971 (la matanza de Tlatelolco y el Jueves de Corpus), con un enfoque que destaca el punto de vista de los convocantes de las manifestaciones, cercano al juicio que la historia crítica asigna al aparato represivo del Estado. Trae a cuenta los temblores de 1985 y 2017, con sus secuelas organizativas y solidarias, las luchas sindicales de diversos gremios de trabajadores y otros movimientos reivindicativos, entre ellos el que involucró el asesinato de Efraín Calderón Lara en Yucatán, y el denominado Yo Soy 132, que en 2012 acompañó el impulso renovador de la juventud universitaria con repercusiones en la esfera política del país.

Acoge también un homenaje a libros emblemáticos y autores indispensables de la literatura y de las ciencias sociales, coherente con la trayectoria de quien combina su vocación de escritor profesional con el afán de contagiar el gusto hacia una actividad eminentemente formativa como la lectura, que da fruto tanto en la iniciativa ciudadana que representa la Brigada para Leer en Libertad como en la dirección del Fondo de Cultura Económica. Si bien pareciera aceptarse de manera unánime que un libro es un bien cultural, la realidad oscura de las fobias ideológicas y de los intereses mercantiles lleva a formular las preguntas siguientes: ¿Cuándo se vuelve prescindible y en qué circunstancias? ¿En qué punto pasa de ser material de lectura y fuente de gozo para convertirse en objeto destinado a la destrucción? Hacer conciencia de estos riesgos es un primer paso para enfrentarlos, y en estas páginas se hace explícito.

El estilo desenfadado del autor anima el cuerpo del texto en sus más variados aspectos, por ejemplo, en su concepción personal del infierno con círculos de oprobio típicamente mexicanos como reflejo de vertientes ominosas que arrastran en su curso un castigo ejemplar. Brota también en el análisis de los activistas del movimiento popular que cambiaron de casaca para montarse en la ola fallida de las conveniencias del momento, y en muchos otros pasajes que se tornan memorables gracias a la agudeza que los envuelve.

Una nota polémica expone argumentos a propósito del consumo de refrescos de cola y, aunque abundan razones para repudiarlos, es oportuno recordar que la intolerancia es ave rapaz que anida sobre todo en los predios del pensamiento retardatario; las minucias del estilo de vida se sujetan más bien a las fijaciones individuales y a las apetencias cotidianas, y aquí cabe una analogía con la poesía, que admite licencias en el florecimiento de sus vuelos temerarios. Los proyectos ambiciosos y las cosas pequeñas pueden coexistir en un orden propicio para que las luchas sociales persistan en sus enclaves de resistencia en favor de la memoria activa.

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