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La Incógnita del Hombre – VII

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Mis juicios me impiden

ver lo que hay

más allá de las apariencias.

Los seres humanos no se encuentran por doquier en la naturaleza. Solo hay en ella individuos. El individuo difiere del ser humano porque es un suceso concreto, es el que actúa, ama, sufre, lucha y muere. Por el contrario, el ser humano es una idea Platónica que vive en nuestras mentes y en nuestros libros.

En realidad, nos hacen falta ambos, lo general nos ayuda a comprender lo particular. Vivimos en dos mundos diferentes: el mundo de los hechos y de los símbolos.

Los individuos se distinguen fácilmente entre sí por la línea de sus rostros, sus gestos, sus modos de caminar, sus caracteres intelectuales y morales.

Las individualidades mentales, estructurales y humorales se mezclan de modo desconocido. Las características mentales son un reactivo aún más delicado de la individualidad, que las características orgánicas y humorales. Cada hombre se define por el número, la calidad y la intensidad de sus actividades psicológicas.

No existen individuos de mentalidad idéntica. Es imposible clasificar con exactitud a los individuos; sin embargo, pueden ser divididos en categorías según sus características intelectuales, afectivas, morales, estéticas y religiosas.

La unidad de cada hombre tiene un doble origen: proviene simultáneamente de la constitución del óvulo de que procede, de su desarrollo y de su historia. La originalidad del ser humano depende de la herencia y del desarrollo. Las observaciones y los experimentos nos enseñan que las partes de la herencia y del desarrollo varían en cada individuo, y que generalmente no pueden ser determinados sus valores respectivos.

Los genes ejercen su influencia, ya sea de manera inexorable, imponiendo al individuo características que se desarrollan fatalmente, ya sea en forma de tendencias que se vuelven o no afectivas, según las circunstancias del desarrollo.

La eugenesia solo consigue producir tipos superiores bajo determinadas condiciones de desarrollo y de educación.

La individualidad no es solamente un aspecto del organismo. Constituye también una característica esencial de cada elemento de este organismo. Permanece en potencia en el óvulo fecundado, y progresivamente manifiesta sus características a medida que el nuevo ser se extiende en el tiempo. Las tendencias ancestrales de este ser se ven forzadas a manifestarse debido a su conflicto con el medio que le rodea. Sus facultades de adaptación se inclinan en determinada dirección.

La sociedad ignora al individuo. Solo tiene en cuenta a los seres humanos. Cree en la realidad de los Universales y trata a los hombres como abstracciones. La confusión de los conceptos de individuo y de ser humano ha llegado a la civilización industrial y de la alta tecnología a un error fundamental: la estandarización.

Otro error, debido a la confusión de conceptos de ser humano e individuo, es la igualdad democrática. El credo democrático no tiene en cuenta la construcción de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Es cierto que los seres humanos son iguales, pero los individuos no lo son. La igualdad de sus derechos es una ilusión. Los débiles mentales y el hombre de genio no deben ser iguales ante la ley. El estúpido, aquellos que son dispersos, incapaces de atención, de esfuerzo, hay que inducirlos a una educación superior para darles el mismo poder electoral que los individuos completamente desarrollados.

El hombre es el resultado de la herencia y del medio ambiente, de las costumbres de vida y pensamiento que le han sido impuestas por la sociedad moderna.

La ciencia que ha transformado el mundo material proporciona al hombre el poder de transformarse a sí mismo.

Para progresar, de nuevo el hombre tiene que reconstruirse. Es de esperar que el espectáculo de la civilización en este comienzo de su decadencia nos impulsará a averiguar las causas de la catástrofe, si están en nosotros mismos y en nuestras instituciones, y así nos daremos cabal cuenta de la urgencia de nuestra renovación.

Entonces el único obstáculo que se alzaría ante nosotros será nuestra inercia, no la incapacidad de nuestra raza para elevarse de nuevo. No podemos emprender nuestra restauración y la de nuestro ambiente sin haber transformado nuestra forma de pensar.

Para encontrar el buen camino debemos de volver con el pensamiento a los hombres del Renacimiento, impregnados de su espíritu, de su pasión por la observación empírica y de su desprecio por los sistemas filosóficos. La salvación solo se hallará en el abandono de todas las doctrinas, en la completa aceptación de los datos de observación.

Estos datos deben ser la base de la construcción del hombre. Es evidente que la reconstrucción del hombre y de su mundo económico y social debe estar inspirada en un conocimiento exacto de su cuerpo y de su alma, es decir, de la Fisiología, la Psicología y la Patología.

Será preciso hacer una selección entre la multitud de seres humanos. Ya hemos dicho que la selección natural hace tiempo que no desempeña su papel. Que muchos individuos inferiores han sido conservados gracias a los esfuerzos de la higiene y de la medicina.

Debemos separar a aquellos niños dotados de grandes potencialidades y desarrollarlos lo más completamente posible.

Debemos ayudar a la ascensión social de aquellos que poseen los mejores órganos y los mejores espíritus. Cada uno debe ocupar su lugar natural. Las naciones modernas se salvarán desarrollando a los fuertes, sin dejar de proteger a los débiles.

La eugenesia bien dirigida es indispensable para la perpetuidad de los fuertes.

La fundación de una aristocracia biológica hereditaria, gracias a la eugenesia voluntaria, sería un paso importante hacia la solución de nuestros actuales problemas. El valor de un hombre depende de su capacidad para enfrentarse rápidamente y sin esfuerzo con situaciones adversas.

Los factores psicológicos de desarrollo, como es bien sabido, tienen una poderosa influencia en el individuo, pueden ser usados a voluntad para dar al cuerpo y al espíritu su forma definitiva.

Tenemos ahora que restablecer en la plenitud de su personalidad al ser humano debilitado y estandarizado por la vida moderna. Los sexos han de ser definidos de nuevo claramente. La renovación de la educación requiere principalmente una reversión de los valores respectivos atribuidos a los padres y a los maestros en la formación de los niños. Podrían así mismo descentralizarse las industrias. Se pondrían a trabajar durante un corto período a todos los jóvenes del país como si fuera un servicio militar.

Todo individuo debe ser utilizado de acuerdo con sus características especiales.

La criminalidad y la locura solo pueden evitarse por medio de un mejor conocimiento del hombre, por la eugenesia.

Tal vez deberían abolirse las cárceles, castigando a los delincuentes con algún procedimiento más científico o con algún látigo, seguido de una corta estancia en el hospital, lo que bastaría probablemente para asegurar el orden.

Debería disponerse humana y económicamente de pequeñas instituciones de eutanasia, previstas de gases adecuados. Un tratamiento similar podía ser aplicado con ventaja a los locos culpables de actos criminales. Los sistemas filosóficos y los prejuicios sentimentales deben desaparecer ante esta necesidad, aunque esta solución es rechazada por la mayoría de las naciones, pues en los países en donde se aplica la pena de muerte, no han resuelto su problema social.

La restauración del hombre a la armonía de su ser fisiológico y mental transformará el universo.

Debemos librar al hombre del cosmos creado por el genio de los físicos y los astrónomos.

Ha llegado el momento de comenzar la obra de nuestra renovación.

Alfonso Hiram García Acosta

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