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La Conjura de Xinúm – XII

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X. Tihosuco

Mientras el coronel Manuel Oliver reconocía las cercanías de Tihosuco, Jacinto Pat con una partida de rebeldes atacaba Tixcacalcupul con tan buen éxito que pudo arrollar a sus defensores. La toma de este pueblo se convirtió en una carnicería; las calles quedaron enrojecidas de sangre, cubiertas de cadáveres y de cuerpos destrozados. Los heridos, tirados aquí y allí, llenaban el aire con sus ayes y lamentos. El incendio del caserío duró toda la noche y aún al amanecer era tan espeso el humo que la gente de Pat tenía que reconocerse llamándose a gritos.

Tras esta hazaña, los rebeldes se dedicaron a saquear las haciendas vecinas. En sus manos cayeron armas, víveres, animales y también patrullas que, antes de perecer, prefirieron rendirse. Cuando Pat se sintió con fuerzas bastantes volvió sobre Tihosuco y, en poco tiempo, lo rodeó de trincheras, desde las cuales sus hombres espiaban los movimientos del enemigo. Ante tal amenaza, Trujeque redobló la vigilancia de los puntos más débiles del pueblo y se puso a cavar fosos en las bocacalles y en las plazas. Bien sabía que el adversario que tenía al frente era poderoso y tenaz.

No terminaba sus preparativos de defensa cuando los indios de Pat comenzaron el ataque y al momento la pelea se hizo encarnizada. Golpes y contragolpes se sucedieron sin que hubiera señales de triunfo ni de derrota para ninguno de los bandos. Los indios se aprovechaban de la noche para aproximar sus parapetos de troncos y de lajas y en esta operación se mostraban llenos de coraje y osadía. Una y otra vez lograron traspasar las defensas del pueblo, incendiando de paso las barriadas y los graneros. Trujeque logró alejarlos, pero comprendió que, a la larga, toda resistencia sería imposible. Además, el espionaje de los indios era tan eficaz que casi siempre atacaban los puntos de mayor peligro y menos defendidos. En vista estas circunstancias, Trujeque decidió evacuar la plaza y refugiarse en Ichmul.

Como medida de precaución, despachó columnas para que alejaran al enemigo o, cuando menos, lo mantuvieran a raya tras los caminos adyacentes. En cuanto la tropa se alejó, los rebeldes se precipitaron sobre Tihosuco y lo incendiaron. A distancia se miraban las llamas y el humo y se oía la gritería de los vencedores.

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

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